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Enfermedad física: causa mental, curación espiritual

Del número de febrero de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Gran parte de la humanidad ha sido educada a aceptar la creencia de que el hombre es un mortal que se enferma debido a tales cosas como el tiempo, la alimentación, la edad, los accidentes, condiciones hereditarias, contagio, o quizás debido a algún mal funcionamiento inexplicable del cuerpo.

Muchos no se dan cuenta del efecto que tienen los pensamientos de la persona sobre la salud, y así la causa mental de la enfermedad a menudo se ignora. Se hace caso omiso del tratamiento metafísico, que cura exclusivamente al espiritualizar el pensamiento y ponerlo en consonancia con la realidad divina.

Pero la Sra. Eddy, quien por muchos años sufrió de una seria enfermedad, dice: “La causa de toda llamada enfermedad es mental, es un temor mortal, una creencia o convicción equivocada de que la mala salud es necesaria y que tiene poder; también es un temor de que a la Mente le es imposible defender la vida del hombre y que es incompetente para gobernarla”.Ciencia y Salud, pág. 377.

Alguien que esté listo para reconocer que la enfermedad es un estado mental que se supera cambiando el pensamiento, puede comenzar de inmediato a experimentar curación. Pero no puede hacerlo por medio de recursos humanos. La verdadera curación que regenera sólo puede lograrse por medio de la oración científica tal como se enseña en la Ciencia Cristiana y como fue demostrada por Cristo Jesús.

Esa oración reconoce que las leyes espirituales mantienen toda la creación eternamente en perfecta armonía. Como hijos de Dios, hemos recibido una primogenitura espiritual, no material. Y ella incluye el bienestar inalterado del ser. La enfermedad, por lo tanto, se reduce a una creencia errónea, ilusoria, de la mente humana. Para sanarnos de tal creencia podemos recurrir directamente al Amor divino. El amor de Dios guía, dirige, corrige, aclara y desarrolla el pensamiento hasta que percibimos algo de nuestra impecable condición celestial. Acertadamente, la Mente saca a luz, mediante el Cristo en nuestra consciencia, los hechos exactos respecto a nuestra identidad espiritual que destruyen el agarre negativo de la mente mortal. Con el pensamiento divinamente rectificado, el cuerpo expresa salud.

El procedimiento de orar para alcanzar la curación y aprender más acerca de cómo la Mente gobierna el cuerpo no puede ser estereotipado o reducido a una fórmula. Cada uno de nosotros aprende diferentes lecciones mediante las victorias individuales que se obtienen sobre las tentaciones del pecado y los temores a la enfermedad. Pero hay algunos puntos generales que se podrían considerar mientras se desarrolla la aptitud para sanar.

Negar la realidad de la enfermedad

Cuando se presenta una enfermedad, tal vez nos sintamos tentados a preguntarnos cuál será la dificultad, qué la habrá causado, cuán grave será, cuánto durará, etc. Pero aprendemos a dejar a un lado este callejón mental sin salida y a recurrir en cambio a la Verdad, afirmando la totalidad de Dios y nuestra inmunidad espiritual contra la enfermedad. Entonces estaremos obedeciendo la admonición de Jesús: “Echad la red a la derecha de la barca”. Juan 21:6. En este lado, enfrentamos cara a cara la creencia ficticia de que la enfermedad es real y negamos científicamente su presencia. Este enfoque no equivale a esconder la cabeza en la arena. La negación nos apoya hasta que podemos ver que la enfermedad no es, nunca puede ser, real. Una actitud firme refuerza la intuición espiritual que nos protege de ser engañados por la ilusión de la enfermedad.

Desacreditar los síntomas

Puede que los síntomas parezcan justificar la sugestión de que la enfermedad nos está atacando y que no puede ser impedida. Pero los síntomas jamás son otra cosa que sugestiones impotentes de los sentidos materiales que podemos decidir rechazar vigorosamente porque no tienen base en la realidad. No han procedido de Dios; por lo tanto, no tenemos por qué temerlos. Por el contrario, podemos asumir la posición irrefutable de que en realidad somos ideas espirituales que no pueden ser atacadas, que no pueden deteriorarse, a salvo en el reino divino. Tal posición nos da dominio y agudiza el arma mental con la cual se pelea contra la enfermedad.

Descubrir que Dios está dispuesto a curar

¿Quién de nosotros no ha dudado a veces de la omnipresencia y capacidad de Dios para solucionar algún determinado problema que estemos experimentando? O quizás no hayamos dudado de Sus capacidades pero sí de nuestra propia fortaleza y comprensión. En tales ocasiones, cuán alentadora es una declaración como ésta de la Sra. Eddy: “Decid a los enfermos que pueden hacer frente a la enfermedad sin temor, si tan sólo se dan cuenta de que el Amor divino les da todo el poder sobre cualquier acción y condición físicas”.Ciencia y Salud, pág. 420. El descubrimiento de que el Amor está tiernamente dotando a cada uno de nosotros del conocimiento y de la inspiración espirituales que sanan, puede ocurrir instantáneamente o sólo después de persistente y consagrado esfuerzo. Pero es sabio que recurramos sinceramente a Dios, quien sabe todo lo que en verdad hay que saber de nosotros. Y no tenemos que dar audiencia a sugestiones malévolas que sutilmente murmuran o descaradamente gritan que el hombre, el amado de Dios, es inadecuado.

Discernir que la enfermedad es mental

Tenemos que ver claramente que la enfermedad es mental. La mente mortal raras veces está dispuesta a aceptar esta verdad. Y a veces el hablar o leer acerca de este hecho puede parecer más fácil que el demostrarlo cuando creemos que el cuerpo nos está diciendo que se siente enfermo. Pero tales sugestiones, por agresivas que sean, nunca proceden del cuerpo, sino de la mente mortal. “Cuando se supone que el cuerpo está diciendo: ‘Estoy enfermo’, jamás os confeséis culpables”, dice la Sra. Eddy. “Puesto que la materia no puede hablar, tiene que ser la mente mortal lo que habla; por consiguiente, haced frente a esa intimación con una protesta”. Y poco más adelante añade: “La enfermedad no tiene inteligencia para declarar que es algo y anunciar su nombre”.Ibid., pág. 391. Aun cuando se requiera adoptar una firme posición en este punto, tenemos que continuar declarando nuestra unidad con el Padre-Madre, Espíritu. Trabajando mentalmente para remover del pensamiento los conceptos humanos erróneos que nos engañan, dejamos que la Verdad aumente nuestra percepción espiritual hasta que estamos libres. Esto priva al cuerpo de su aparente poder para mantener el pensamiento aferrado a la condición física y detener nuestro ímpetu hacia el Espíritu.

Declarar que la evidencia falsa es falsa

Puesto que la enfermedad es un concepto erróneo, cualquier aspecto de cualquier enfermedad, en cualquier etapa, es una evidencia falsa. A veces detectamos y desarraigamos rápidamente las creencias materiales que están provocando la enfermedad. Entonces, la evidencia falsa, a menudo llamada testimonio del sentido físico o corporal, que caracteriza la enfermedad, se disipa inmediatamente. En otras ocasiones se requiere mucho desarrollo antes que se silencie por completo la falsa evidencia. En el ínterin, puede que sea apropiado solicitar el cuidado de enfermeros de la Ciencia Cristiana. Mas ya sea que busquemos la verdad para vencer un resfriado o una tal llamada enfermedad mortal, no deberíamos cooperar con ninguna anormalidad del cuerpo pensando en ella, examinándola o rumiando sobre ella. Podemos dejar de sentirnos acorralados hasta por la más obstinada evidencia falsa a medida que meticulosamente nos aferramos a la verdad de que el gran amor con que Dios nos ama, y el interminable cuidado que Él prodiga a todos, absolutamente excluyen la enfermedad. Nada nos alienta, consuela y fortalece más que la convicción de que el Amor divino es omnipresente, que abarca el universo entero. La enfermedad no tiene lugar de procedencia porque el Amor es Todo. Esta íntima percepción aporta animación y tierno gobierno a nuestro tratamiento. Nos permite ignorar fielmente todo intento del error para ser reconocido como auténtico.

La enfermedad será finalmente eliminada a medida que la humanidad cese de identificarse con el punto de vista adámico acerca del hombre y gane la perspectiva espiritual que Pablo describió de la siguiente manera cuando dijo: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros”. Rom. 8:9. Esta disminución de la enfermedad no puede venir mediante investigaciones médicas o por ningún otro medio humano porque tales esfuerzos tienen su base en la materia.

Hacemos nuestra parte para acelerar la exterminación de toda enfermedad a medida que pacientemente disciplinamos cada día el pensamiento para que reflexione sobre nuestra gloriosa perfección como obra del Espíritu. Esto aminora la tendencia a preocuparnos por el cuerpo, a condescender a sus demandas, o hablar de él.

A medida que nuestro interés se concentra con mayor frecuencia en la contemplación del hombre como el representante del Alma, por siempre completo y santo, podemos con más agilidad pasar de la creencia en la enfermedad al reconocimiento de la consciencia divina, donde Dios eternamente revela los goces de la perfección espiritual. Este estado del ser, aunque en estos momentos sea tangible para nosotros sólo por cortos períodos, es el lugar donde conquistamos la enfermedad de manera completa y permanente.

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