Cuando nuestras aguas mentales
se enturbian por vientos que azotan
y que pregonan con estruendos la mortalidad
¿dejamos que el temor nos abata
en un mar de desesperación,
o, escuchando de Cristo
el “No tengáis miedo”
que calma la tempestad,
hallamos que ya estamos en la ribera de curación?
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