Deseo hoy expresar mi gratitud por la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) y por una vida llena de felicidad, satisfacción y armonía. Hace años, cuando era muy chica, me enfermé gravemente. Un médico diagnosticó la condición como pulmonía doble, pleuresía e inflamación en ambos oídos. Se ofreció poca esperanza de que me restablecería. En esos momentos, una amiga, que era Científica Cristiana, visitó nuestro hogar y oró por mí. Pronto sané, y mis padres adoptaron inmediatamente esta religión. Más adelante compartieron el relato de mi curación al publicarlo en la edición alemana del Heraldo.
Concurrí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde los cuatro hasta los los veinte años. Con el apoyo de la oración de mis padres tuve una hermosa niñez, libre de enfermedades y otras discordancias.
Mi matrimonio con un Científico Cristiano nos proporcionó mutuas oportunidades para practicar esta religión. Con infinita gratitud y gozo me es posible en retrospección pensar en los muchos años de relación feliz y armoniosa con mi esposo.
Estoy muy agradecida por ser miembro de La Iglesia Madre y dar pruebas de mi amor por Dios sirviendo en una iglesia filial. La clase de instrucción en la Ciencia Cristiana ha sido una ayuda valiosa porque he podido percatarme de mi verdadera identidad espiritual. El estudio diario de las Lecciones Bíblicas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y la lectura regular de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana hacen progresar mis esfuerzos por percibir el amor todo inclusivo de Dios por el mundo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, fui frecuentemente protegida en formas maravillosas. El Salmo noventa y uno me acompañó constantemente, especialmente los primeros dos versículos: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”.
Durante ese tiempo, mi esposo también encontró consuelo en la Ciencia divina. El barco en que él iba recibió directamente el golpe de un torpedo, y mis esposo fue gravemente herido. Él oró en alta voz, “Dios está presente”. A último momento, antes que el barco incendiado se hundiera, lo pusieron en un bote salvavidas. Estuvo tendido por varias horas en el fondo del bote que estaba lleno de agua. Más tarde, lo llevaron a un hospital militar. Allí, tres médicos encontraron que una de sus rodillas tenía una herida tan seria que les parecía que debían amputarle la pierna. Mientras tanto, mi esposo se había comunicado con un practicista de la Ciencia Cristiana, quien accedió a orar por él. Reconfortado por esta oración, mi esposo rehusó firmemente consentir en que le amputaran la pierna. Pronto fue dado de alta del hospital con una pensión para veteranos incapacitados.
Un día, el practicista alentó a mi esposo a darse cuenta de que un Científico Cristiano no tiene que rendirse a los efectos de la guerra, dado que la guerra no tiene realidad. Al principio, en vista de lo serio de sus heridas y de todo lo que había sufrido, la reacción de mi esposo fue una de indignación. Pero pronto el significado de esas palabras se le hizo claro y entendió que una idea espiritual — su ser verdadero — nunca puede experimentar la guerra ni sufrir sus consecuencias. Pronto sanó completamente. La pierna afectada, que había quedado considerablemente más corta que la otra, fue restaurada a su longitud total, y pudo caminar sin dolor o impedimento. Esta curación fue verificada por los médicos, y le descontinuaron la pensión que había estado recibiendo por incapacidad.
Juntos, con la ayuda de la Ciencia Cristiana, mi esposo y yo resolvimos los muchos problemas que tuvimos que enfrentar. Nos impresionó especialmente la curación de nuestro hijo. A la edad de cuatro años, el chico concurría a una escuela de párvulos. Después que a todos los niños se les hizo un examen físico de rutina, se nos informó que nuestro hijo tenía tuberculosis. Inmediatamente lo mandaron a un centro médico de enfermedades pulmonares. Le tomaron rayos X, y la doctora quiso que el niño fuera transferido inmediatamente a un hospital. Sin embargo, yo le pedí que se abstuviera de hacerlo, ya que nosotros éramos Científicos Cristianos y queríamos confiar solamente en medios espirituales para la curación del niño. La doctora recalcó seriamente mi responsabilidad como madre, pero luego convino con mi propuesta de posponer por dos semanas la hospitalización.
Aun mientras hablaba con la doctora, me vino a la mente el relato bíblico en el primer capítulo de Daniel. Daniel pidió al príncipe de los eunucos que a él y a sus amigos les dieran otra comida que no fuera la preparada para el rey, porque “Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey” (versículo 8). Esta petición fue respetada, y luego de diez días de comer la comida de su preferencia, los hombres aparecían radiantes y saludables. Yo me sentía feliz de ver un paralelo entre la experiencia de Daniel y la de nosotros en nuestro deseo de recibir tratamiento de la Ciencia Cristiana, en vez de atención médica, para nuestro hijo.
Antes que nada, mi esposo y yo tuvimos que vencer en cierta medida la ansiedad y el temor. Pero declaramos diariamente que, como idea amada de Dios, nuestro hijo estaba bajo Su cuidado. De esto llegamos a la conclusión de que Dios es supremamente responsable por Su creación. Muchos pasajes sobre sustancia, que buscamos en las Concordancias de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, nos dieron fuerza y ánimo. Tres semanas más tarde, cuando nuestro hijo fue nuevamente minuciosamente examinado y le sacaron rayos X, el médico encontró al niño en perfecta salud. En el centro médico cancelaron el expediente que le habían preparado donde se indicaba que padecía de una enfermedad pulmonar. Desde entonces a nuestro hijo se le han tomado con frecuencia rayos X en la escuela y en la universidad, y siempre ha recibido un certificado de salud perfecta.
Frecuentemente leo los testimonios de curación en las últimas cien páginas de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy. Una y otra vez me impresiona la receptividad de esas personas que, únicamente a través de la lectura del libro, fueron rescatadas de los más profundos problemas y sanadas de serias enfermedades muchas veces diagnosticadas como incurables. Para mí es una alegría sentir de nuevo cada día mi unidad con Dios.
Berlín Occidental, Alemania
Estoy muy agradecido de confirmar la validez del relato de mi madre. El maravilloso restablecimiento de mi padre y mi propia curación, más las innumerables bendiciones que mi familia ha recibido a través de décadas de práctica de la Ciencia Cristiana, son positivas pruebas del amor siempre presente de Dios.