En una u otra ocasión casi todo el mundo ha pasado por la experiencia de obsesionarse tanto con algún interés o temor que le ha sido difícil liberarse del control anormal que ocupa su atención. Quizás haya habido algún asunto personal en el cual uno haya temido, o anhelado, verse envuelto. O tal vez se haya sentido el deseo de estar más cerca, ¡o más distanciado! de algún lugar o persona en particular. Esos estados mentales pueden fluctuar desde el vagar sin rumbo y soñar despierto hasta extremos de preocupaciones perjudiciales.
No obstante, cuando estamos realmente conscientes de la presencia de Dios, podemos detectar la legitimidad o ilegitimidad de lo que requiere nuestra atención y, por consiguiente, la esclavitud irreal de creencias basadas en la materia no nos puede adormecer o manipular.
¿Qué es lo que atrae mayormente nuestra atención hoy en día, durante nuestros momentos conscientes y hasta cuando no estamos tan alerta? Esta pregunta es trascendental. Nos ayudará en gran medida a ver la sustancia de nuestra experiencia; pero más importante aún, nos indicará lo que Dios significa para nosotros.
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