Dios es Amor, y Él está en todas partes. De esto se deduce que el Amor debe de estar presente en todas partes, debe de estar expresado en todas partes. Y la hermosura del Amor se expresa plenamente en su idea, el hombre. La Sra. Eddy nos dice en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “El hombre es la expresión del ser de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 470.
¿Qué decir entonces de los rasgos desagradables que a menudo vemos expresados en la escena humana, tales como la amargura, la ira, la rivalidad, el odio, la crítica destructiva, la justificación propia, etc.? Todos éstos son, sin lugar a dudas, pensamientos desagradables y desprovistos de amor y pueden causar estragos si se somete uno a ellos. ¿Provienen estos pensamientos de Dios? No, Dios no es un dios de temor y de condenación. Dios es Amor, y puesto que no cambia, Él preserva eternamente Su propia imagen, o expresión, el hombre. Por eso podemos deducir que esos falsos rasgos de carácter no le pertenecen al hombre de Dios — al único hombre — que no son inherentes a su naturaleza, no se originan en su consciencia, y no tienen ningún poder para apoderarse de él.
¿Qué es el pensamiento destructivo, dónde se origina? Es simplemente el producto falso de una mente material falsa que pretende tener el poder de personalizar sus así llamadas acciones. Su argumento falso nos dice: “Puedo hacerte pensar que eres un mortal. Tengo el poder de abrumar tu pensamiento y hacer que reconozcas un poder aparte de Dios”. Pero su mentira es ineficaz ante la ley de Dios, la única Mente, que eternamente Se hace valer como Todo. El Amor está siempre presente. El hecho de que Dios es Todo excluye la posibilidad de que el mal pueda ocupar algún lugar. El hombre es la idea del Amor: apreciado, amado, satisfecho, completo. Nunca se ha alejado de la infinitud del Amor ni se ha convertido en una entidad solitaria. El Amor es la Mente del hombre, su Vida. Y porque Dios es el que todo lo hace, podemos decir a las sugestiones destructivas: “Tú no eres mi pensamiento, y no te concederé actividad ni vida permitiendo que me uses en contra de mí mismo o de mi prójimo”.
Debiéramos estar alerta para no reaccionar frente a estas sugestiones negativas de la mente mortal ilegítima. La creencia es que algo marcha mal o que alguien dice lo que no debe decir, y nosotros reaccionamos. Pero la comprensión de lo que es el Amor y su serenidad que todo lo abarca, anula esta pretensión. El hombre es el reflejo de la Mente perfecta, y sólo puede conocer el bien. Así que podemos rehusar hablar o actuar en estas situaciones irreales y desafortunadas en la medida en que permanezcamos en los hechos de la Verdad eterna, nos movamos de acuerdo con el desarrollo armonioso de la Vida, y aceptemos el Alma, Dios, como la única consciencia verdadera. ¡Qué maravilloso es entregarse a la verdad gloriosa de que nunca ha sido la naturaleza del hombre reaccionar al mal! Sólo hay un Dios, y el hombre expresa Su naturaleza amorosa.
Leemos en la Biblia con respecto al hombre: “Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies”. Hebr. 2:7, 8. En la medida en que aceptamos nuestra filiación como hijos de Dios, se requiere que expresemos al Cristo, la naturaleza perfecta del hombre, y que, como consecuencia, abandonemos los pensamientos reaccionarios de impaciencia, ira, frustración y temor cuando y donde se presenten. Tiene tanta importancia que separemos estos rasgos de carácter de nuestros semejantes — es decir, que reconozcamos la irrealidad de estos rasgos — como que nos veamos a nosotros mismos enteramente separados de ellos.
Una Científica Cristiana tuvo la oportunidad de comprobar estas verdades fundamentales. Vivía en un edificio de apartamentos contiguo a una residencia privada. Se enorgullecía del hermoso jardín que rodeaba su apartamento y siempre que notaba que había basura en el suelo la recogía. Pero la señora de al lado estaba constantemente tirando ramas y hojas viejas en su jardín, ocasionándole lo que parecía ser trabajo innecesario e injusto. El resentimiento y la ira empezaron a encenderse, pero en lugar de detectar esta actitud e impersonalizar el conflicto — viendo que no era parte del hombre — permitió que la justificación propia echara leña al fuego, y muy pronto se “encendió” por las acciones de su vecina. Luego, para colmo, la vecina sacó una lata que desbordaba de basura y la puso ¡justo en su jardín! Indignada por esto, trató de acarrear la pesada lata para la casa de la vecina, pero resbaló y se torció la muñeca, la que comenzó a inflamarse de inmediato y le paralizó la mano.
Contó todos sus problemas a una practicista de la Ciencia Cristiana, que le dijo: “Lo primero que tiene que hacer es quitar la gran lata de basura que puso frente a la puerta de su vecina”. Ella negó el hecho de que hubiera puesto basura en el frente de la casa de su vecina. Pero la practicista insistió. “¡Pero yo veo una lata de basura enorme en frente de la puerta, y está repleta de resentimiento, condenación, ira, odio, justificación propia, amargura, venganza, y todas esa clase de escombros!” La señora se empezó a reír. Lo que había estado haciendo esas semanas era apilar su basura en la puerta del frente de su vecina. La mente mortal había estado inflamando su pretensión de poder usarla para expresar estos falsos rasgos de carácter. Comprendió muy claramente que estos defectos no le pertenecían ni a ella ni a su vecina, y en seguida recobró el uso normal de su mano. Pero más importante que el bienestar físico fue la paz que sintió hacia su prójimo. Desde ese momento en adelante la relación con su vecina fue armoniosa, y ésta nunca más echó basura en su jardín.
La Biblia nos dice: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz”. Job 22:21. Cuanto más aprendemos sobre la naturaleza de Dios como Amor infinito y desechamos rasgos desagradables, que ni le pertenecen al hombre ni lo identifican, tanto más logramos dominar su pretendida influencia. Entonces la hermosura del Amor se manifestará en nosotros en una medida cada vez mayor de serenidad, libertad y alegría, revelando así el hecho de que ¡Dios verdaderamente está obrando en todo!