Puedo afirmar categóricamente que como consecuencia de haber conocido y adoptado las enseñanzas de la Ciencia Cristiana como norma en mi manera de vivir, he nacido de nuevo en el Espíritu.
Desde mi adolescencia había sentido una constante inquietud por encontrar un camino que me condujera a conocer realmente a Dios. Yo Lo buscaba a tientas, porque tenía sed de Él.
La Sra. Eddy nos enseña (Ciencia y Salud, pág. 1): “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”. Este deseo, cuando va acompañado de un descontento con la materia, jamás deja de dar sus frutos. En mi caso, el deseo de conocer mejor a Dios me guió a conocer la Ciencia Cristiana. Era yo muy joven entonces, y, en realidad, no tenía problemas ni de salud ni de ninguna otra índole. Como entonces me encontraba sin empleo y ocupación definida, pensaba que el conocimiento más claro acerca de Dios y Su verdadera naturaleza me indicaría cuál debería ser mi camino, tal como sucedió en realidad.
Mi primer conocimiento acerca de la Ciencia Cristiana lo constituyó la lectura de dos libros de la Sra. Eddy, Rudimentos de la Ciencia Divina y No y Sí, que la madre de un querido amigo me regaló. Éstos me hicieron exclamar: “Éste es el camino que siempre he buscado”. En Rudimentos de la Ciencia Divina la Sra. Eddy expresa (pág. 11): “La enfermedad es la maestra que nos conduce al Cristo...” En el comienzo yo no entendía muy bien la parte de la curación física que enseña la Ciencia Cristiana. Pero de pronto me encontré afectado por un severo mal en mi sistema nervioso. Cedí al temor debido a mi falta de entendimiento espiritual y recurrí a un diagnóstico médico. De acuerdo con ese diagnóstico se me informó que tendría que tomar medicinas durante el resto de mi vida.
Fue entonces cuando comprobé que “la enfermedad es la maestra que nos conduce al Cristo”. Y me aferré al Cristo para lograr la verdadera curación. No y Sí declara: “La irrealidad del pecado, de la enfermedad y de la muerte, estriba en la verdad exclusiva de que la existencia, para ser eterna, tiene que ser armoniosa. Toda enfermedad debe curarse — y sólo puede curarse — sobre esta base” (págs. 4–5). Por medio de la oración consagrada me convencí de que la materia no podía ser a la vez la causa y la sanadora de la enfermedad, y abandoné el uso de toda medicina. La curación se efectuó rápidamente, y ya no volví a padecer molestia física de índole alguna. Me asenté sobre una base cada vez más estable y segura a medida que expresaba más devotamente mi amor por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Y no solamente se produjo mi curación física, sino también mi curación de inveteradas creencias y conceptos erróneos. Toda clase de modelos ilusorios de la materia se disiparon de mi pensamiento. Nací de nuevo.
Mi expresión de gratitud por medio de la palabra sólo puede esbozar un pálido reflejo de su verdadero alcance. Gratitud por mi curación, por mi salvación, por mi redención. Estoy sumamente agradecido a nuestro Padre celestial, por Su Hijo, Cristo Jesús, el Mostrador del camino, y por la Sra. Eddy.
Montevideo, Uruguay