Puedo afirmar categóricamente que como consecuencia de haber conocido y adoptado las enseñanzas de la Ciencia Cristiana como norma en mi manera de vivir, he nacido de nuevo en el Espíritu.
Desde mi adolescencia había sentido una constante inquietud por encontrar un camino que me condujera a conocer realmente a Dios. Yo Lo buscaba a tientas, porque tenía sed de Él.
La Sra. Eddy nos enseña (Ciencia y Salud, pág. 1): “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”. Este deseo, cuando va acompañado de un descontento con la materia, jamás deja de dar sus frutos. En mi caso, el deseo de conocer mejor a Dios me guió a conocer la Ciencia Cristiana. Era yo muy joven entonces, y, en realidad, no tenía problemas ni de salud ni de ninguna otra índole. Como entonces me encontraba sin empleo y ocupación definida, pensaba que el conocimiento más claro acerca de Dios y Su verdadera naturaleza me indicaría cuál debería ser mi camino, tal como sucedió en realidad.
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