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Amor y renovación en la iglesia

Del número de abril de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Qué podría decirse de la frialdad, la falta de solicitud y de afecto espiritual en la iglesia?

¿Nos regocijamos espontáneamente por la bondad y el amor que encontramos en nuestra iglesia? ¿O tenemos motivo para entristecernos?

Nuestra Guía, Mary Baker Eddy, habló con franqueza sobre este tema después de un sermón en el culto de comunión en La Iglesia Madre en 1896. Con compasivo realismo escribió así a algunos amigos: “Observo que la atmósfera general de mi iglesia es tan fría y solemne como los pisos de mármol”. En otra nota hizo este comentario: “Mis alumnos están haciendo una buena y gran obra, y la reunión y la forma en que fue conducida regocijan mi corazón. Pero sí sentí frialdad, una falta de inspiración en los amados corazones (no hacia mí, por supuesto que no, pues son sumamente leales); pero percibí una solemnidad, una ausencia de energía y celo espirituales”. Citado en Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Authority, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston, 1977, pág. 97.

Durante todos los años que dedicó a la fundación de su Causa, ¡con cuánta paciencia y fervor la Sra. Eddy recalcó la necesidad vital de bondad y afecto cristianos, tanto en la iglesia como en el corazón del trabajador individual! Hizo hincapié en que el amor a la semejanza del Cristo es indispensable para la curación. Como escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “La parte vital, el corazón y alma de la Ciencia Cristiana es el Amor. Sin éste, la letra es sólo el cuerpo muerto de la Ciencia — sin pulso, frío, inanimado”.Ciencia y Salud, pág. 113.

Palabras como éstas proclaman las enseñanzas de Cristo Jesús. En el Sermón del Monte se nos advierte que no debemos devolver mal por mal, sino volver la otra mejilla, que no debemos tratar de sacar la paja del ojo de nuestro hermano sin sacar primero la viga de nuestro ojo y que no debemos presentarnos ante el altar con una ofrenda antes de habernos reconciliado con nuestro hermano. Nuestro Mostrador del camino nos aconseja amar a nuestros enemigos y bendecir a los que nos maldicen. Ver Mateo, caps. 5–7.

Esta norma espiritual para todas las relaciones humanas reverbera en todo el Nuevo Testamento. En 1 de Juan, por ejemplo, leemos: “... el que aborrece a su hermano está en tinieblas”; “el que no ama a su hermano, permanece en muerte”; “el que no ama, no ha conocido a Dios”; “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros”; “el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”. 1 Juan 2:11; 3:14; 4:8, 12, 16.

Metafísicamente hablando la verdadera Iglesia es una idea divina. Se manifiesta a la humanidad, en cierto grado, no sólo como una institución necesaria, sino también como el espíritu a la manera del Cristo — un estado de pensamiento inspirado y espiritualizado — que anima a la institución y es en realidad su esencia y sustancia. Incluso en el plano humano, sin embargo, nuestra iglesia no existe sólo en edificios u organizaciones, sino en la consciencia a la manera del Cristo expresada y compartida por sus miembros. ¡Lo que cuenta son los elementos sanadores del Amor que se manifiestan!

Si lo que buscamos es renovación en nuestra iglesia, dejemos entonces que haya una renovación de amor espiritual.

Si queremos que nuestra iglesia se revivifique, dejemos que se renueve el afecto cristiano vivificador.

Si anhelamos sentir un espíritu de nueva vitalidad en nuestra iglesia, demos entrada a la bondad y al amor.

Si queremos que haya regeneración en la actividad de nuestra iglesia, dejemos que se manifieste una mayor consideración hacia los demás y una generosidad de corazón.

Si deseamos un resurgimiento del poder sanador, procuremos que haya menos crítica destructiva y más gratitud y amabilidad. Más bondad espiritual. El Amor es la fuente de toda vitalidad. Echa fuera la discordia. La Sra. Eddy escribe: “La manera de extraer el error de la mente mortal es verter en ella la verdad mediante inundaciones de Amor”.Ciencia y Salud, pág. 201. Estas “inundaciones” pueden echar fuera los elementos debilitantes de la voluntad mortal, el egotismo, el resentimiento, la animosidad, la inquina, la sospecha y la intriga, y nada más puede hacerlo.

Necesitamos traducir el amor teórico en amor activo. Sólo así podremos elevar nuestro sentido de organización del nivel común, tan lleno de choques de rasgos mortales, hacia la demostración de relaciones impulsadas por el Cristo y gobernadas espiritualmente.

¿Cómo podemos hacerlo?

Amor significa no solamente la curación esporádica en nuestra iglesia, sino el amor espiritual que impregna la consciencia, los objetivos y la atmósfera de la iglesia tan completamente que el espíritu sanador del Cristo prevalece en todos los cultos y en todas las actividades así como en la vida individual de los miembros.

Amor significa ser honesto, no tergiversar los hechos para servir a nuestros propósitos o decir una cosa cuando estamos pensando lo opuesto. El amor no nos impide pensar mal de alguien mientras aparentamos buena disposición.

Amor significa separar los rasgos erróneos de nuestro concepto del prójimo — por medio del método que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) nos da para corregir nuestro propio concepto de Dios y del hombre — y repudiar la nada del error (que es irreal en la omnipresencia de Dios) manteniendo nuestro amor por el prójimo a la manera del Cristo. Ciertamente el amor no es la difusión de críticas destructivas acerca de otros miembros de la iglesia (o de otras personas).

Amor significa ser paciente y tolerante con los demás, no reaccionar impulsivamente. También significa saber perdonar.

Si ha de triunfar el amor, el espíritu de camarilla y el deseo de prestigio social tienen que ser sustituidos por una sincera acogida y fraternidad para con las personas de distinto nivel social y económico y origen étnico.

Esto sólo se puede lograr viendo con el sentido espiritual una genuina chispa a la manera del Cristo en los demás.

Amor significa apreciar a los demás miembros y expresarles este aprecio. Una pequeña atención y un poco de aliento sinceramente expresado equivalen al aceite de la viuda en la historia de Eliseo: se multiplican sin cesar y nos enriquecen a todos. Ver 2 Reyes 4:1–7.

El amor es lo opuesto de la indiferencia para con nuestro prójimo en necesidad. Una iglesia que ama es una iglesia que ve por los demás.

Amor significa no dejar que reglamentos detallados cierren las puertas a la magnanimidad. La consciencia sanadora a la manera del Cristo no debe enfriarse por el formalismo o el ritualismo.

Al ser traducido a las relaciones institucionales, el amor cristiano debe incluir esas gracias del Espíritu reflejadas en la vida cotidiana que llenan el corazón del que da y del que recibe: cortesía, sensibilidad para con los demás, atención y bondad.

Explícitamente, esto significa asegurarse de dar a los miembros de comités la información que necesiten para hacer su trabajo. Significa que no se adopten decisiones arbitrarias o secretas en asuntos que se deben someter a la consideración de la asamblea de miembros como órgano soberano de acuerdo con las normas vigentes. La cortesía significa, también, que el presidente u otro miembro de un comité no adoptará decisiones o actuará sin consultar al comité, ni revocará una orden dada por otro, aunque tenga la autoridad para hacerlo, sin avisar a la persona que la dio.

Las buenas comunicaciones, que son vitales para una buena organización, se derivan del amor.

Cuando se carece de estos elementos de consideración fraternal, una organización tenderá a ser dura y restrictiva. Sin embargo, al aprender ese amor espiritual que es bondadoso y considerado, los verdaderos seguidores de la Ciencia del Cristo se convierten en precursores de un concepto purificado de organización, que adelanta los objetivos del Cristo y bendice a todos, aún más a través de su espíritu que por medio de sus mecanismos.

El amor exige valor moral para presentar nuestra posición claramente y con humildad, a pesar de que otros puedan disentir y no darnos su voto. Nos lleva a cumplir de buen grado con las decisiones legítimas, confiando en que Dios corregirá todo lo que necesite ser corregido, incluso nuestra propia actitud, y gobernará a la iglesia. Por cierto que no significa guardar rencores o permitir que ellos inspiren nuestras acciones. Significa apoyar de todo corazón lo que nuestra iglesia filial ha decidido hacer mediante una votación democrática.

Al adoptar decisiones en la iglesia, el amor requiere que antepongamos la oración a las cuestiones administrativas. Orar significa escuchar la dirección del Amor, no orar solamente porque prevalezca nuestro punto de vista. De lo contrario, puede imponerse el funesto ciclo de opiniones encontradas, voluntades mortales y sectarismo.

Ninguna cuestión material relacionada con un edificio físico, por ejemplo, es más importante que cimentar la confianza y la buena voluntad en el corazón de los miembros. ¿Por qué? Porque el amor espiritual es la consciencia divina expresada; las opciones administrativas no son sino preferencias humanas, aunque estén sujetas a la dirección divina.

¿Acaso no es propio del amor recurrir a la Biblia y a los escritos de nuestra Guía, no para encontrar la justificación de nuestro punto de vista, sino para escuchar humildemente y dejar que la Verdad nos guíe, y estar dispuestos a cambiar nuestra propia opinión humana si fuera necesario?

Nada hay de malo en la organización en sí, en cambio hay mucho que es justo y necesario. Cuando está gobernada por móviles y métodos espirituales, la organización sirve el propósito de Dios, como lo enseña nuestra Guía. Cuando sobrevienen dificultades, el error radica en los rasgos aún no destruidos de la mente mortal. Sin embargo, estos rasgos se pueden controlar y expurgar por medio de la Ciencia de la Verdad y el Amor. Cuando dejamos que el Amor divino gobierne nuestros pensamientos y acciones de manera práctica, la primera y débil corriente de aspiraciones colmadas de amor puede convertirse en una vigorosa corriente de impulso espiritual en las actividades de la iglesia.

La renovación en la iglesia comienza con nosotros y con el irresistible poder del amor inefable de Dios sacado a la luz en la demostración.

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