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En la página 442 de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice: “Científicos Cristianos,...

Del número de abril de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la página 442 de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice: “Científicos Cristianos, sed una ley para con vosotros mismos que la malapráctica mental no puede dañaros, ni dormidos ni despiertos”. Hace algunos años, cuando vivía en otro país, tuve una experiencia que, como estudiante de la Ciencia Cristiana, “me puso a prueba” de una manera sorprendente y singular.

Estaba yo una noche en el patio al frente de mi casa esperando a una amiga que iba a pasar por mí para ir a una fiesta, cuando se me acercó un hombrecito obviamente agobiado por la pobreza. Pasando una mano sobre su estómago y extendiendo la otra, me dio a entender que estaba necesitado.

En ese país está prohibido pedir lismosna, así es que le hice señas para que se fuera. Pero él persistió, y aunque yo no había traido mi monedero, busqué en mi bolsillo y encontré una moneda de muy poco valor, que dí al hombre. Él se dio inmediatamente cuenta del poco valor de la moneda, e importunamente siguió pidiendo más. Le indiqué que no tenía nada más. En ese momento llegó mi amiga, y me fui a la fiesta y ni siquiera pensé otra vez en el incidente.

Algunas horas más tarde, después de haber regresado a casa, estaba descansando y leyendo en la sala antes de acostarme, cuando de repente sentí un dolor agonizante en una rodilla. Nada me había sucedido físicamente para precipitar esa sensación, sin embargo, el dolor era agudo y extremo.

Me di cuenta de que durante esa época prevalecían en ese país las creencias en brujerías. Por cierto, era común leer en la prensa relatos de prácticas esotéricas. Vi que tenía que asegurarme de que yo no estaba aceptando estas creencias.

Inmediatamente comencé a orar fervorosamente de acuerdo con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana para saber que no hay absolutamente ningún poder aparte de Dios, el bien. Trabajé para saber que ningún argumento de que la mente mortal tiene poder para ejercer influencia alguna, de transferencia de pensamiento o de manipulación mental podía imponerse sobre mí, la imagen y semejanza de Dios, el bien, porque esos argumentos, en realidad, no tienen ningún poder. Mientras hacía este trabajo, se me ocurrió que mi actitud hacia el mendigo no había sido muy amorosa. No sólo no le había dado mucho humanamente, sino que había fallado en saber lo que era verdad acerca de él; en verlo como realmente era: la imagen y semejanza de Dios, incontaminada e irrestricta. Cuando pude rodearlo por completo de amor en mi pensamiento, el dolor desapareció, y, por supuesto, nunca lo volví a sentir.

Ésta fue una lección gráfica e iluminadora para mí en mi desarrollo hacia el Espíritu. Aunque entonces yo no había tenido todavía el privilegio de recibir instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, la cual nos capacita mejor para “[ser] fiel a la divina voz” (como nos anima a hacer el Himno No. 20 en el Himnario de la Ciencia Cristiana), sin embargo, estaba aprendiendo la importancia de comprender el Artículo VIII, Sección 6, en el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy, titulado “Alerta al Deber”. Dice así: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad. Por sus obras será juzgado — y justificado o condenado”.

¡Qué felicidad es sentir el consuelo y la protección que la Ciencia Cristiana nos proporciona por medio de un conocimiento continuamente mayor del cuidado constante de Dios!


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