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[Original en alemán]

Cuando supe acerca de la Ciencia Cristiana por primera vez yo era...

Del número de abril de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando supe acerca de la Ciencia Cristiana por primera vez yo era todavía muy joven. Un día, mi hermano, mis abuelos y yo íbamos a subir a un coche tirado por caballos, cuando de pronto los caballos arrancaron. Mi hermano se cayó y el carro le pasó por encima. Se quedó en el suelo sin moverse. Inmediatamente detuvieron a los caballos, y mis abuelos y yo llevamos al niño al médico.

Después de examinarlo, el médico dijo que parecía que tenía contusiones internas y que él no sabía de nada que pudiera ayudarlo. Entonces recordé que mis padres habían hablado de una señora que pertenecía a una religión que sanaba por medio de la oración. Se lo dije a mis abuelos, y ellos decidieron llevar a mi hermano a la casa de esta señora. En esa época nuestra ciudad no tenía ningún practicista de la Ciencia Cristiana autorizado. Sin embargo, esta señora era una dedicada estudiante de Ciencia Cristiana. Por medio de su sincera oración mi hermano sanó.

Desde la niñez, yo había luchado contra el temor, y también había sufrido regularmente de ataques continuos de malaria. Mi madre y yo buscamos curación para ambas cosas en la Ciencia Cristiana. Comenzamos a estudiar las Lecciones Bíblicas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y con frecuencia leíamos el libro de Salmos y el Sermón del Monte. Sin embargo, los ataques de malaria continuaban, y siempre tenía que volver a la quinina para combatir la fiebre.

Pasó el tiempo y me casé; mi esposa comenzó a estudiar Ciencia Cristiana. Sus familiares se opusieron intensamente a esta decisión. No obstante, continuamos en nuestro camino y no nos desviamos de nuestro estudio. Durante este período yo meditaba frecuentemente los Salmos veintitrés y noventa y uno. La totalidad y omnipresencia de Dios se hicieron cada vez más reales para mí. De pronto, un día, noté que el miedo que había tenido desde mi niñez había desaparecido. Esta curación fue tan completa que no puedo decir con exactitud cuando ocurrió.

Poco tiempo después estaba preparando un campo para sembrar arroz, cuando me vino un fuerte ataque de malaria. Pero esta vez había decidido no tomar quinina. Deseaba poner en práctica las verdades de la Ciencia Cristiana que había comprendido. Percibí una maravillosa seguridad de la totalidad de Dios y Su omnipresencia en las palabras del Salmo noventa y uno (versículos 1, 2): “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”.

Aun cuando el trabajo en el campo era muy duro, y la sugerencia de fiebre persistía, me aferré firmemente a las verdades del Salmo noventa y uno. Al atardecer, los síntomas de malaria habían desaparecido por completo. Desde entonces nunca he vuelto a tener otro ataque de malaria, y esto sucedió hace treinta y cinco años.

Después, cuando trabajaba como capataz en una fundición y el trabajo no se desarrollaba armoniosamente, con frecuencia consideraba el Estatuto “Alerta al deber” (ver Art. VIII, Sec. 6) en el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy. También reconocía que la Mente está siempre presente y, por consiguiente, el orden y la inteligencia se están expresando constantemente.

Un día en el trabajo se quedó abierta una puerta en el suelo y accidentalmente caí por el agujero al piso, varios metros más abajo. Caí cerca de una correa que transportaba arena. Los trabajadores que me vieron caer corrieron a ayudarme, pero yo con toda calma y cortesía no acepté su ayuda y regresé a mi trabajo.

Las sugestiones de dolor y de haberme lastimado eran muy fuertes, pero silenciosamente yo afirmaba que en el reino de Dios no hay una entidad llamada accidente. También recordé esta declaración de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 475): “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios”. Pocos días después, toda pretensión de lesión y dolor fue rechazada; había sanado. Una vez más vi que la perseverancia en la Verdad trae la victoria.

Recientemente, durante una epidemia de influenza en mi país, comencé a sentir algunos síntomas. Aun cuando no me ausenté de mi lugar de trabajo y también desempeñé otras tareas necesarias, durante muchas noches tuve fuertes luchas. Entonces se me ocurrió estudiar los cinco “postulados erróneos” que la Sra. Eddy describe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, (ver Ciencia y Salud, págs. 91–92). Así lo hice, y cuando terminé, la curación era evidente.

Estoy profundamente agradecido por la comprensión acerca de Dios que he recibido por medio de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. La aplicación práctica de esta Ciencia ha traído armonía a nuestra vida familiar. Mientras nuestros hijos crecían, asistieron a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y allí aprendieron a recurrir a Dios y a ser guiados por la Mente. Hoy nuestros nietos están recibiendo, como ellos, instrucción en la Escuela Dominical. Con alegría, humildad y profundo amor, me desempeño felizmente como maestro y superintendente de la Escuela Dominical.

Desde lo más profundo de mi corazón agradezco a Dios por la transformación que se ha operado en mi vida por medio de la Ciencia Cristiana.


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