Una cosa es decir que la materia es irreal y que siga su curso, y otra muy distinta es decir que la materia es irreal y que, por lo tanto, no tiene realmente curso que seguir. El primer enfoque se dirige a todos los problemas aún no resueltos en el mundo y dice: “Eso es sólo materia. La materia es irreal. Algún día, cuando todos perciban la verdad, desaparecerá”. El segundo enfoque rehusa aceptar que pueda haber algo presente que no sea la perfección espiritual, descartando por completo la materia con sus problemas.
¿Qué utilidad práctica tiene el negar la materia de un modo tan rotundo? Solamente ésta: por más de cien años los Científicos Cristianos han demostrado que esta negación — que se basa en el reconocimiento inspirado de que Dios, o el Espíritu, es Todo, y que es concomitante a este conocimiento — ha dado evidencia de que es correcta, pues disminuye la intensidad de la creencia en la materia. A este hecho lo llamamos curación. La palabra “curación” es sólo una palabra: una palabra que expresa mejor lo que realmente ocurre. De hecho no se trata de materia enferma que se vuelve sana. No hay materia. La creencia en la materia ha disminuido porque la consciencia de la realidad del Espíritu ha aumentado en gran medida. Considerar una dificultad bajo este enfoque, es quitarle el poder desde sus comienzos. Entonces, sin apasionamiento y con calma, la verdad específica necesaria para contrarrestar esa dificultad puede ser reconocida como la única realidad en el punto mismo donde se creyó que había un problema.
Afirmar valientemente que no hay materia y luego luchar para imponernos alguna verdad en la consciencia, es una cosa. Pero otra muy diferente es actuar partiendo de la convicción de que debido a que el Espíritu es Todo, no es posible que haya una inteligencia menor que tenga que luchar. “Todo” es una palabra que abarca mucho. No deja ningún rincón, en ninguna parte, para ninguna otra cosa. Ni siquiera el lugar más microscópico del universo está excluido de la palabra “todo”. “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia?” dice el Salmista. Si estuviere en el cielo o en el infierno o en “el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Salmo 139:7, 9, 10. Debido a esta totalidad lo único que existe es en realidad la evidencia del Espíritu. El hombre y el universo son la evidencia del Espíritu. La materia no es jamás la evidencia del hombre. No hay materia.
¿Y de dónde proviene la convicción de que esto es verdad? Una cosa es tratar de llegar a una convicción emocional, repitiendo palabras, y deseando creer en ellas. Y otra muy diferente es hacer todo lo que tenemos que hacer basándonos en la oración para sostener esa convicción.
Cualquier obstáculo aparente en el camino, cualquier cosa que se interponga entre nosotros y la convicción de que la Mente, Dios, es Todo, debe desaparecer. ¿Cómo se logra? Mediante el estudio y la humilde oración. Mediante la diligencia, la paciencia, y un trabajo mental consagrado. Siguiendo en obediencia el camino que trazó la Sra. Eddy.
En un párrafo con el encabezamiento marginal: “El único camino”, la Sra. Eddy hace esta declaración: “No hay más de un camino que conduce al cielo, la armonía, y Cristo en la Ciencia divina nos muestra ese camino. Es no conocer otra realidad — no tener otra consciencia de la vida — que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarse sobre los llamados dolores y placeres de los sentidos”.Ciencia y Salud, pág. 242.
Si el Espíritu es Todo (y lo es), y si no hay materia (y no la hay), esto es lo único que cuenta. En el Espíritu no hay conflictos. No hay que luchar para entender lo que ya es parte del ser de cada uno. Sin sentirnos presionados, sino con tranquilidad y con naturalidad tratamos de vivir únicamente con lo que es verdadero, viendo la manifestación de la Verdad en cada cosa que hacemos. Negar todo lo que niegue la totalidad del Espíritu. Y si el camino se vuelve arduo o nos parece que hemos fallado, demostrar cuán firme es el Todo.
 
    
