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Fortaleciendo la esperanza de nuestra resurrección

Del número de abril de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


¿Puede la esperanza que el cristiano tiene de resucitar de la muerte ser algo más que una cuestión de fe? ¿Puede ser una certidumbre?

La fe de seguro es necesaria, pero ciertamente no la fe ciega, no la fe en una salvación futura sobrenatural envuelta en misterio. Cristo Jesús dijo: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad... y os hará saber las cosas que habrán de venir”. Juan 16:13. El Científico Cristiano cree que este “Espíritu de verdad” ya ha venido, no como una persona corpórea, sino como una Ciencia divina demostrable, explicando que ahora es el tiempo para comenzar a salir de la inercia del materialismo.

Esta Ciencia del Cristo declara que la salvación es totalmente científica, no caprichosa o dependiente de las inescrutables decisiones de un dios antropomórfico que predestina a unos para ir al cielo y a otros para el infierno. El Dios de salvación es el Principio mismo, el Principio que es Amor imparcial, que favorece a todos Sus hijos e hijas. Este Principio salvador, Dios, está siempre a la mano para autorizar nuestra resurrección del pecado, de la enfermedad y hasta de la muerte.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la Sra. Eddy da esta interpretación metafísica de “resurrección”: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 593.

La comprensión espiritual que resucita procede de Dios; es una comunicación divina que viene al corazón y mente humanos y saca a la luz Su semejanza: el hombre. ¿Cómo podemos percibir esta comunicación incesante? La consciencia espiritual viene a cada corazón que busca a Dios con sinceridad, y a cada mente que obedece con entendimiento los mandamientos de Cristo Jesús. (Ver Juan 14:23.) En esta consciencia espiritual, la vida se percibe como en realidad es: espiritual, sin pecado, expresando gozosa todo lo que Dios es.

Esta nueva y más elevada idea de la existencia espiritual es un poder divino que sana y salva. Nuestra esperanza de salvación no es la reaparición futura del Jesús personal, sino la aparición diaria de la idea divina que él encarnó como el Hijo de Dios. Al decir esto, no perdemos a nuestro Señor y Maestro, Jesús, sino que encontramos al Consolador que él prometió “os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” Juan 14:26..

La Biblia predice ese momento glorioso cuando “esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad”. 1 Cor. 15:54. Pero antes que la consciencia humana ceda por completo a la divina, crecemos enormemente en la comprensión y demostración de la semejanza de Dios. Seguimos a Cristo Jesús, tomamos de su copa y cargamos nuestra cruz antes que seamos glorificados con él.

Ciencia y Salud explica: “Sabemos que todo será cambiado ‘en un abrir y cerrar de ojos’, cuando suene la final trompeta; pero esa última llamada de la sabiduría no podrá venir hasta que los mortales ya hayan respondido a cada llamada menor en el desarrollo del carácter cristiano”. Y más adelante prosigue: “Ningún juicio final espera a los mortales, pues el día del juicio de la sabiduría viene a toda hora y continuamente, el juicio por el cual el hombre mortal es despojado de todo error material”.ciencia y Salud, pág. 291.

¡Qué carga de temor y de duda se quita de nuestros corazones cuando nos damos cuenta de que la salvación no es algo que se logra en una sola oportunidad! La salvación es una promesa divina. Despertaremos a la semejanza de Dios. Ésta es Su ley. No hay manera de evitar ser la semejanza de Dios, porque si aun en el Seol hacemos nuestro estrado, encontraremos Su divina presencia allí con nosotros, reprendiéndonos, reconfortándonos, redimiéndonos, impartiendo el sentido de la Vida que es espiritual y como Él.

El poder del Espíritu Santo inevitablemente eleva la fe trocándola en visión, y la esperanza en fruición. Nuestra resurrección de la muerte es tan cierta como la espiritualización diaria de nuestro pensamiento y nuestra vida. Cada día de nuestra vida puede ser adornado por la creciente comprensión de que la vida en Cristo no puede morir. Ni siquiera la muerte puede removerla. En la completa realización de esa verdad, “sorbida es la muerte en victoria”. 1 Cor. 15:54.

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