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Disolviendo “la dureza adamantina del error”

Del número de abril de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando un problema no ha cedido al tratamiento en la Ciencia Cristiana, ¿entonces qué? No hay fórmula metafísica. Cada desafío requiere que se ore inspiradamente, que se escuche a Dios con humildad y que se responda activamente a la Verdad. Pero cuando un caso se prolonga demasiado, quizás sea necesario que hagamos frente a lo que la Sra. Eddy llama “la dureza adamantina del error” y que la tratemos de manera terminante.

Ella escribe: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la obstinación, la justificación propia y el amor propio — que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 242.

Por derivación, la palabra “adamantina” indica algo inflexible o imposible de dominar. En la antigüedad, la palabra se refería a una sustancia imaginaria que se creía era impenetrablemente dura. ¡Qué descripción tan apropiada para el error, o el mal!

Pero el error es una ilusión. No tiene realidad. Aunque a veces el error quizás parezca tenazmente resistente, nunca es más que una suposición mítica de la llamada mente carnal, que sugiere, agresivamente, que la inteligencia, la sustancia y la vida están en la materia.

El error se trata de identificar a sí mismo como “yo”. Su afirmación inicial siempre es “yo soy”. Después, “Estoy asustado. Estoy enfermo. No puedo más con la situación”: todo esto es la charla del mal. Los términos “obstinación, justificación propia y amor propio” describen de manera tajante la porfiada pretensión del error de que tiene existencia y de que puede actuar. La pretensión no forma parte del hombre real, pero el error se da a sí mismo el nombre de “yo”. Se enmascararía como nuestra obstinación, nuestra justificación propia, nuestro amor propio. Por eso, si enfrentamos un problema que no parece ceder, tal vez debamos hacernos un examen sincero y cerciorarnos de que estos rasgos ofensivos no están obstruyendo la curación.

La obstinación a menudo se manifiesta como una predisposición a ejercer un control personal. La mente mortal siempre quiere hacer todo a su manera. El deseo de dominio personal entra en la categoría de obstinación. A veces los modos de dominación son sutiles. Pero el estar alerta espiritualmente los detecta, y una vez desenmascarados, ningún corazón sincero los tolerará.

La obstinación también se presenta como una tendencia a delinear los acontecimientos y las condiciones. La mente mortal se toma la libertad de programar todo lo que ha de suceder o no ha de suceder. Por ejemplo, predicciones sobre desastres naturales y calamidades son proyecciones trazadas por el error. También lo son las creencias asociadas con la edad y los diagnósticos físicos de la enfermedad. Cada vez que nos enfrentamos a una predicción atemorizante y restrictiva, estamos básicamente enfrentándonos a la obstinación y podemos, sobre esta base, vencer la mentira.

La justificación propia a menudo se manifiesta en una actitud defensiva. La mente mortal interminablemente ofrece excusas y busca explicaciones para sus sentimientos y conducta. El error siempre está tratando de justificar su presencia en nuestra vida. Presenta toda clase de explicaciones racionales para lo que está haciendo. Dice: “Estoy enojado porque lo que ellos me hicieron estaba mal. Estoy enfermo porque hay contagio en el aire. Soy víctima de las circunstancias”.

Si explicamos el mal como si fuera una realidad o excusamos en lo más mínimo la discordancia, estamos, sin quererlo, fortaleciendo “la dureza adamantina del error”. La verdad es que el error siempre es injustificable. El error no se puede explicar, defender ni justificar sobre ninguna base, porque no tiene causa genuina. Si la tuviera, sus pretensiones serían legítimas.

El amor propio de la mente carnal se caracteriza por la oscuridad mental. “El amor propio”, escribe la Sra. Eddy, “es más opaco que un cuerpo sólido”.Ibid. Esta oscuridad toma muchas formas. Una es la ceguera moral. ¿Es el problema tenaz que encaramos la inmoralidad o el pecado de alguna clase? La oscuridad también toma la forma de temor e ignorancia, de embotamiento mental y apatía. La superstición es una forma de oscuridad. También lo son la depresión y el engaño.

A veces, la opacidad del amor propio parecería impedirnos ver lo que tiene que ser tratado metafísicamente. Por eso, si creemos que no sabemos cómo proceder con nuestro tratamiento metafísico, dejemos penetrar la luz del Amor divino al orar sinceramente, pidiendo ser guiados. El Amor divino disipa la temerosa oscuridad del amor propio. La Biblia nos asegura: “Dios es amor” 1 Juan 4:16. y además: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. 1 Juan 1:5.

Falsos rasgos de carácter que obstaculizan la curación quedan al descubierto a medida que nos mantenemos cerca de Dios y estamos alerta para vigilar nuestro pensamiento y encarar los errores con franqueza. Condenarse a sí mismo, sin embargo, no es una solución sanadora. Los rasgos falsos sólo pueden descubrirse como mentiras acerca de nosotros, nunca como la verdad de nuestro ser real. “La obstinación, la justificación propia y el amor propio” pertenecen a la mente carnal y a su representante, el hombre mortal. No pertenecen jamás al hombre real, creado a la imagen de la Mente divina, el único Ego.

El amor sobrepasa “la dureza adamantina del error”. La paciente obediencia a Dios y la oración sincera nos elevan al entendimiento del Amor divino que disuelve “la dureza adamantina del error”. El Amor es el solvente universal porque el Amor y su idea es Todo: el único Ego inmortal que se expresa eternamente en el hombre. La continua declaración del Amor: “Yo soy”, silencia cualquier pretensión de que pueda existir otro ser.

El hombre, la expresión del Amor, no es un ser aparte. El hombre es la manifestación del único Ser Divino. Él refleja al Ego divino y nada menos. El “yo” del ser del hombre no es, por consiguiente, un yo finito y personal, una identidad corpórea, separada del Amor. La identidad del hombre es una con el Amor como la expresión del Amor. La demostración de este hecho destruye “la dureza adamantina del error”.

Para demostrar el Amor como el “yo” de nuestro ser, cada día tenemos que despojarnos más de todo lo que constituye un sentido mortal del ego y no reclamar individualidad alguna separada del Ego divino. Debemos aprender a renunciar a toda sugestión de que somos o tenemos un ego aparte de Dios, es decir, una mente propia, una voluntad propia, un plan propio, una gloria propia, separados de Él.

En esta científica renuncia de sí mismo, no se pierde nada de lo que tiene verdadera identidad. El hombre no es destruido. Por el contrario, a medida que se descartan los conceptos equivocados acerca del hombre, nuestra verdadera identidad espiritual resplandece. Nuestras vidas son imbuidas de propósitos más elevados y más nobles logros.

Cristo Jesús ejemplifica para nosotros la renuncia de sí mismo. Al enseñar a sus discípulos acerca del amor, les dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Juan 15:13. El Maestro vivió sus enseñanzas. En santa humildad se sometió a la crucifixión. No hubo voluntad humana. No se defendió. No tuvo ninguna oscura preocupación por sí mismo. Sólo la luz de un amor totalmente altruista, irradiando para bendecir a la humanidad. El triunfo de Jesús sobre la crucifixión — su resurrección y ascensión — demostraron el poder del Amor para disolver hasta las pretensiones más obstinadas de la mente carnal.

Si un problema nos ha acosado persistentemente, no tenemos por qué sentirnos fatigados o descorazonados. En paciencia y en obediencia a Dios, continuemos trabajando, en oración escuchando y respondiendo al Amor. Hagamos frente a las presuntuosas pretensiones de la mente carnal de que tiene existencia y de que puede actuar, y demostremos lo que el hombre verdaderamente es y hace a la semejanza del Amor. Si bien nuestro problema puede parecer impenetrable e inflexible, en realidad no está compuesto más que de la sustancia de ilusiones. Por lo tanto, el error no tiene poder en realidad para delinear deterioro, debilidad o derrota. No puede justificarse a sí mismo ni cegarnos al Amor que lo disuelve.

Comprendamos que el Amor divino, el único Ego, está activamente expresándose justo donde estamos, ahora mismo, y que somos de hecho esa expresión. En este momento el Amor gobierna todo lo que realmente es y delinea sólo bien. El Amor y su idea no necesitan explicación mortal ni defensa material. El Amor simplemente es. A la luz del Amor huyen todas las sombras, la resistencia se derrite, se encuentra que la materia no es nada y que el Espíritu es Todo. La luz del Amor revela la sustancia del ser verdadero — perfecto y sin desafíos — allí mismo donde parece estar “la dureza adamantina del error”.

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