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El amor de madre en la enseñanza en la Escuela Dominical

Del número de mayo de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ternura, participación, vigilancia, y amor desinteresado son algunas de las cualidades divinas en el amor maternal, y todas ellas se necesitan en la enseñanza en la Escuela Dominical. Estas cualidades tienen una influencia sanadora, iluminadora y liberadora; una alegría al alcance tanto de hombres como de mujeres en sus respectivas expresiones de la paternidad y maternidad de Dios. En tanto que los superintendentes, matriculadoras, ujieres, bibliotecarios y organistas contribuyen en este aspecto de la Escuela Dominical, los maestros especialmente necesitan desarrollar en sí mismos su sentido de las cualidades de la maternidad de Dios.

La Biblia ofrece muchos ejemplos de amor maternal. La “mujer virtuosa” mencionada en Proverbios se levanta temprano, trabaja con gusto, es sabia en sus compras y práctica en el manejo de su casa. Se compadece del pobre, habla con bondad y sabiduría, y recibe “del fruto de sus manos”. Prov. 31:31. Del mismo modo, el maestro al preparar la lección de la Escuela Dominical mediante investigación y oración está alerta a las necesidades especiales de los alumnos y se regocija por el progreso espiritual que obtienen.

Estas características maternales son nuestro reflejo de Dios, el Alma. Ellas despiertan en los alumnos atención, reflexión y receptividad. Con la certeza de que el hombre es la amada imagen del Padre-Madre Dios, el maestro está preparado para compartir con los alumnos su comprensión de esa unidad, y ayudarlos a glorificar a Dios.

Discernir entre el bien y el mal, entre lo real y lo irreal, es fundamental en la educación de los niños. Cuando el niño se ve enfrentado por el error, puede ser sabiamente orientado, guiado, por las cualidades que el maestro de la Escuela Dominical refleja. Esta educación guiadora alienta al niño a elegir lo correcto, a tener pensamientos de amor que le son naturales y a demostrar por sí mismo que el error es un sueño de la nada, y que Dios es totalmente real y sustancial. Los hijos de Dios son eternamente buenos, nunca desobedientes o enfermizos. Cada niño puede reconocer y sentir la seguridad de su condición espiritual como reflejo de Dios. Puede asegurársele que está cuidado por la influencia protectora, instructora, preventiva y guiadora del Alma. La Sra. Eddy escribe: “La madre es el educador más poderoso, ya sea a favor o en contra del crimen”.Ciencia y Salud, pág. 236.

El personal de la Escuela Dominical necesita estar alerta para no hacer comparaciones entre “buenos” y “mediocres” maestros y alumnos. El niño puede caer en la adulación personal de un instructor. O el maestro puede ser tentado humanamente a hacer el papel de “madre” de los niños. Tales pretensiones falsas de personalidad pueden ser negadas a medida que recurrimos a la verdadera maternidad de la Verdad y el Amor. La familia universal del Padre-Madre Dios y su parentesco divino destruyen la sugestión de desigualdad entre maestros y alumnos. El hombre es el linaje sin trabas de la Mente incorpórea expresando individualmente la maternidad del Alma. Tanto el maestro como el niño están sujetos a un Padre-Madre divino y único. La idolatría y el favoritismo se evitan al comprender que el Amor lo incluye todo.

Idolatrar la edad, el físico y la experiencia puede ser concomitante de la veneración de la personalidad. Pero el Amor, la Madre, no permite tales variantes en sus ideas. La unidad del hombre con Dios es inviolable; una separación de la suprema dirección del Amor es imposible. El hombre no es una entidad física o sujeta a edad; el hombre existe por siempre, es infinitamente amado y está dotado sin medida de inteligencia y percepción perfectas. Esta verdad está al alcance igualmente de maestros y alumnos, sea cual fuere su experiencia o apariencia terrenal.

La juventud expresa gran interés en los resultados. Teorías y argumentos intelectuales no son sustitutos para la curación verdadera. Parábolas vívidas, explicaciones claras y pruebas claras del poder de la Verdad como nos las dio Cristo Jesús, pueden disolver la ignorancia y la malicia. No hay vaguedad en la maternidad divina. La Sra. Eddy nos dice: “La tierna madre, guiada por el amor, fiel a sus instintos, y adhiriéndose a las imperativas reglas de la Ciencia, se pregunta: ¿Puedo enseñar a mi hijo la correcta tabla de numerar sin mencionar jamás una cifra? Sabiendo que esto no es posible en las matemáticas, ha de saber también que tampoco es posible en la metafísica, y así definitivamente deberá nombrar el error, descubrirlo y enseñar la verdad científicamente”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 235. Tal práctica en la Ciencia Cristiana tiene un inmenso poder de atracción para los alumnos de la Escuela Dominical.

Sólo tomando nuestra cruz puede esta atracción vital manifestarse en resultados tangibles. Las pruebas que aguardan al maestro de la verdad fueron bien conocidas por la Sra. Eddy. No obstante, pese a lo difícil de los problemas, siempre sintió el gozo de la victoria que resulta de trabajar con Dios.

Siglos atrás, una madre sunamita, cuyo único hijo aparentemente había muerto sentado en sus rodillas al mediodía, mostró la disposición de confiar solamente en Dios. Al prepararse para ir a ver a Eliseo, el profeta, su esposo trató de disuadirla diciéndole: “¿Para qué vas a verle hoy? No es nueva luna, ni día de reposo”. Pero ella le contestó: Todo “estará bien”. 2 Reyes 4:23 (según la versión King James). Rehusándose a aceptar la muerte de su hijo, esta madre buscó a Dios mediante la ayuda de Eliseo. Pronto su hijo fue restaurado a la vida. La experiencia tiene que haber sido dura para esta mujer, pero la espiritualidad de su sentido maternal la sostuvo.

Así cuando un alumno abandona la Escuela Dominical ya sea porque no asiste o porque no participa en la clase, el maestro puede saber que no hay separación de la ley de la Vida, la Ciencia Cristiana. A pesar de las apariencias, todo “estará bien”, porque el alumno no puede ser separado del Cristo protector y guiador que está en él. Su amor por la Vida que, en realidad, jamás lo ha abandonado, le será restaurado.

Al igual que la sunamita, el maestro inspirado de la Escuela Dominical sabe que el peso de la cruz es en realidad la subyugación de las creencias materiales. Comprobamos la nada del error reconociendo claramente la totalidad de Dios. El progreso se evidencia cuando los alumnos demuestran el poder de Dios en su vida.

Este poder está fácilmente al alcance, pero para resolver los problemas de la humanidad se requiere una clara comprensión del Principio divino. A medida que nos familiarizamos con nuestros alumnos, aprendemos más acerca de esta radiante unidad de Dios y el hombre y compartimos ese conocimiento con ellos.

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