“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3). Estas palabras adquirieron gran significado para mí mientras leía un artículo en un ejemplar del Christian Science Sentinel, y la veracidad de ellas ha sido demostrada en muchas ocasiones en mi vida.
Después del fallecimiento de mi esposo, conseguí un trabajo, que necesitaba imperiosamente, en una firma con la que había trabajado antes de casarme. También se me aconsejó que solicitara una pensión por viudez, puesto que tenía que cuidar de mi madre. Así lo hice, pero mi petición fue rechazada por razones técnicas. Al principio sentí resentimiento, y me pareció que eso era injusto, ya que otras personas que estaban en mi misma situación habían recibido una pensión. Pero al reflexionar sobre ello, decidí dejar de lado todo el asunto. No fue fácil hacerlo. Deseando ver qué era lo que estaba mal en mi pensamiento, oré profundamente. Entonces me di cuenta de que aunque mi marido ya no estaba a mi lado, Dios siempre me había mantenido, y Él continuaría haciéndolo.
Pasaron muchas semanas. Una noche, cuando regresé a mi casa después de haber asistido a la reunión de testimonios de los miércoles en mi iglesia filial, me dieron un mensaje donde se me indicaba que llamara a cierto número telefónico. Lo hice, y alguien a quien mi esposo había conocido me ofreció una oportunidad para hacerme cargo de la administración de un pequeño negocio de cortinas. Le contesté que nunca había tenido experiencia en esa clase de trabajo, pero la persona tenía confianza en que yo podría hacerlo. Después de orar y estudiar considerablemente en la Ciencia Cristiana, decidí aceptar el puesto. Fue necesario que dejara mi trabajo y que me fuera a vivir en la planta alta del negocio, lejos de todos mis amigos, pero estaba convencida de que eso era lo que debía hacer.
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