Hace unos ocho años, trabajaba yo en un empleo que requería caminar mucho. En esa época, hubo un período de días durante los cuales unos ataques de dolor en el lado derecho del cuerpo aumentaron en frecuencia e intensidad hasta que me fue imposible continuar con mi trabajo. Me vi forzado a guardar cama y telefoneé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara.
Como estudiante sincero de la Ciencia Cristiana que era, no sentía ningún deseo de buscar ayuda médica para esta dificultad, ni me sentía tampoco indebidamente preocupado por si la molestia se llamaba “apendicitis”, “piedras en la vesícula”, o cualquier otra cosa. Existía una razón profunda para confiar solamente en Dios para la curación. Yo sabía que aunque hay muchas situaciones que son consideradas como fuera del alcance de la ayuda humana, “para Dios todas las cosas son posibles” (Mateo 19:26). El adagio “Practica lo que predicas” también cruzó por mi pensamiento. Quizás más importante aún, yo sabía que la cirugía médica podría traer alivio físico, pero no produciría ningún beneficio permanente en cuanto a progreso espiritual o regeneración del carácter. La curación por medios espirituales necesariamente nos impele hacia Dios.
Aunque en la Ciencia Cristiana no se utilizan fórmulas ni métodos estereotipados, existen reglas espiritualmente científicas que Cristo Jesús demostró al sanar, y que la Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud. La confianza radical en Dios fue ciertamente una piedra angular del éxito sin paralelo alcanzado por Jesús en la curación. La Sra. Eddy escribe (Ciencia y Salud, pág. 167): “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación”.
Durante los dos o tres días y noches siguientes, hubo ocasiones en que el malestar físico era tan grande que no podía concentrarme en ningún otro pensamiento aparte de: “Sé que Dios nunca me abandonará, y yo nunca abandonaré a Dios, el Espíritu”. Recordé que “el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4: 16), y supe que este estado de pensamiento elimina todo lo que es desemejante a Dios. Reconocí que era imposible que la enfermedad y el dolor se originaran, estuvieran presentes o persistieran en la Mente que es Dios. Por lo tanto, no podían tener lugar en mi experiencia.
Las oraciones del practicista y la total confianza que yo tenía en Dios sirvieron para ayudar a conquistar el temor y efectuar la curación. En unos ocho días estaba de regreso en mi trabajo, cumpliendo con todos mis deberes y caminando mucho. Nunca tuve más esa molestia.
Otra curación que cimentó mi convicción en la eficacia de la Ciencia Cristiana ocurrió de la siguiente manera: la inflamación en la mandíbula debido a un fuerte dolor de muelas me causó tanto temor que fui a ver al dentista. Después de examinarme me dijo que tenía un absceso en un diente y que una pequeña operación resolvería el problema. Yo sabía que en los próximos momentos mientras estaba sentado en la silla del dentista tendría que hacer una decisión importante.
En ese tiempo yo estaba preparando con otro contratista una postura para un trabajo de construcción. Él no podía hacer la oferta por sí solo, y yo no quería someter una postura conjuntamente con otra persona a menos que yo mismo hiciera el estimado. Sólo nos quedaban unos días, así que yo sabía que no podía perder más de uno o dos días del tiempo que debía dedicar a ese trabajo.
Mientras todo esto cruzaba por mi mente, momentáneamente sentí la tentación de seguir el consejo del dentista. Pasados no más de unos segundos me vino intuitivamente un pensamiento más fuerte, recordándome que buscar curación por medio de medios materiales me deprivaría de los frutos del crecimiento espiritual. Informé al dentista que no necesitaría la operación. Él me advirtió que la mandíbula se inflamaría tanto durante la noche que llegaría a ser del tamaño de mi puño.
Una vez en la casa, inmediatamente telefoneé a un practicista para que me ayudara en oración. Me volví a Dios sin reservas y con confianza, manteniéndome firme en el hecho de que la identidad del hombre (la identidad que yo tenía ahí mismo) era y es espiritual. Negando vigorosamente que la materia tiene inteligencia o que los nervios pueden producir dolor o placer, el temor se calmó, y poco después la hinchazón y el dolor comenzaron a desaparecer. Al día siguiente la inflamación había desaparecido casi por completo, y pude continuar con mi trabajo y acabarlo a tiempo. El próximo día, ya era evidente la curación completa.
Cerca de un año después tuve un problema parecido con otro diente, pero esta vez no fui al dentista. Con la ayuda de un practicista, sané de la dificultad todavía más pronto que la vez anterior. Eso sucedió hace como diez años, y no ha vuelto a repetirse.
He recibido gran satisfacción de éstas y de muchas otras curaciones; de sentir la seguridad de recurrir a Dios, especialmente en situaciones extremas. La breve definición que la Sra. Eddy da de la palabra “salvación” (Ciencia y Salud, pág. 593), es mi meta: “La Vida, la Verdad y el Amor comprendidos y demostrados como supremos sobre todo; el pecado, la enfermedad y la muerte destruidos”.
Kennewick, Washington, E.U.A.