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Una premisa doble: demostraciones múltiples

Del número de mayo de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es fundamental para la demostración de la Ciencia Cristiana poseer en cierto grado la comprensión de que Dios, el bien, es lo que la Biblia da a entender: Todo-en-todo. De la revelación que Dios Mismo da de Su totalidad, la Ciencia Cristiana deduce la nada del mal. La totalidad de Dios — que incluye a Su absolutamente buena creación, con un hombre perfecto — es una premisa básica en la Ciencia Cristiana, y se comprueba en la curación espiritual.

¿Podría existir un remedio más perfecto para el sufrimiento, la sensualidad o el pesar que la exclusión de la enfermedad, el pecado y la muerte por medio del entendimiento espiritual de la verdadera salud, santidad y vida eterna del hombre? No es de sorprenderse, entonces, que (1°) la totalidad de Dios, el bien, y (2°) la nulidad del mal o la materia sean los puntos cruciales de esta Ciencia.

Estos dos puntos se funden como una sola premisa doble para la “exposición científica del ser” que la Sra. Eddy presenta en Ciencia y Salud, la cual comienza:“No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”.Ciencia y Salud, pág. 468.

La manifestación infinita de la Mente se expresa como idea: el hombre; y el hombre es inmaterial, espiritual. De ahí se deriva que el hombre no está sujeto al pecado, ni a la enfermedad ni a la muerte. Por consiguiente, los efectos sanadores de comprender y practicar “la exposición científica del ser” completan la hermosa revelación y el razonamiento espiritual sólido con pruebas fehacientes.

Cristo Jesús abrigó en su corazón y demostró en su vida y en su ministerio sanador el significado de la omnipotencia de Dios y la impotencia del mal. La Epístola a los Hebreos significativamente relaciona las diferentes actitudes que el Maestro tenía hacia el bien y hacia el mal cuando dice: “Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros”. Hebr. 1:9.

¿Habría Jesús aborrecido algo real, algo que Dios hace o permite en Su universo? ¿No comprobó él, al establecer que la santidad y la salud son demostrables en mentes reformadas y en cuerpos restaurados, que el pecado, la enfermedad y la muerte carecen de sustancia genuina? Ciencia y Salud lo explica así: “El ‘varón de dolores’ comprendió mejor que nadie la nada de la vida e inteligencia materiales y la poderosa realidad de Dios, el bien, que lo incluye todo. Esos fueron los dos puntos cardinales de la curación por la Mente, o Ciencia Cristiana, que le armaron de Amor”.Ciencia y Salud, pág. 52.

Podemos venerar la bondad de Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas, tal como Jesús nos instó a hacerlo. Ver Marcos 12:28–30. En proporción a nuestra fidelidad, nosotros también podemos vestirnos con la armadura invencible del Amor omnipotente, Dios, y así podemos demostrar amor fraternal con efectos sanadores. En sucesivas primaveras de renovación espiritual — renuncia de sí mismo tras renuncia de sí mismo, curación tras curación — aprendemos a reconocer con mayor claridad aún la verdad fundamental de la totalidad del bien y la nada del mal.

Aprendemos que lo que es cierto acerca de la naturaleza total de Dios es igualmente cierto acerca de cada uno de los atributos de Su naturaleza. Sus atributos no tienen opuestos. La salud, por ejemplo, es más que la ausencia de enfermedad; es realidad: la presencia de la armonía y el gozo espirituales, que excluyen toda posibilidad de enfermedad.

De manera que respetar la autenticidad de la salud significa tratar el engañoso sentido material de sufrimiento como lo que es: un mentiroso. La mera declaración verbal de que el mal es nada no es suficiente. No podemos de modo selectivo liberarnos del dolor y la vergüenza y el pesar. Pero siempre podemos reconocer los buenos efectos que provienen de pensar y actuar correctamente. Si nuestro más alto objetivo es sencillamente ser mortales “normales”, es necesario aprender a negar — abandonar — la vana creencia de que la materia tiene vida, mente o sustancia de alguna índole, ya sea buena o mala. Si creemos que el solo proclamar superficialmente la totalidad de Dios nos exime de tener que trabajar para resolver nuestros problemas, tenemos que aprender a afirmar esa totalidad en una salvación práctica. Paso a paso, todos finalmente tendremos que demostrar que el mal nunca tuvo lugar que ocupar, porque el bien ocupa todo el espacio. “Lo que extermina al error”, nos dice Ciencia y Salud, expresando otra vez la doble premisa que sirve de base para la demostración, “es la gran verdad que Dios, el bien, es la Mente única y que el supuesto contrario de la Mente infinita — llamado diablo o mal — no es Mente, no es Verdad, sino error, sin inteligencia ni realidad”.Ciencia y Salud, pág. 469.

En proporción exacta a lo que testimoniemos, saldaremos nuestras deudas con Dios por la vida inmortal, la verdad perfecta y el amor eterno mediante la demostración, observable en vidas menos egoístas, verdades mejor comprendidas y amor inefable. Entonces llega el amanecer que alboreó sobre la Sra. Eddy: “La equipolencia de Dios sacó a luz otra gloriosa proposición — la perfectibilidad del hombre y el establecimiento del reino de los cielos en la tierra”.Ibid., pág. 110. La afirmación de la verdad y la negación del error, perfectamente equilibradas en “la exposición científica del ser”, son el Gabriel y el Miguel, los agentes sostenedores y salvadores del tratamiento en la Ciencia Cristiana (ver Ciencia y Salud 566:30–13 [impresiones anteriores, 29–13]).

La lógica divina de que el Espíritu es todo y que el mal y la materia son nada es una ley fija — terminante — para siempre, para todo el mundo. La práctica de la Ciencia Cristiana emerge inmediatamente de esta verdad divina y se apoya en ella. En la proporción en que estas verdades inseparablemente unidas — los “dos puntos cardinales” de la Ciencia Cristiana adquieren igualdad en nuestra demostración, la puerta de la curación espiritual se abre de manera consecuente.

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