¿Busca usted el reino de Dios?
Cristo Jesús nos indicó dónde encontrar este reino de manera explícita: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:20, 21.
Esto es una revelación consoladora para quienes deseen morar en el amor del Padre celestial. Pero para estar verdaderamente consciente de que el cielo de Dios está dentro de nosotros se requiere que comprendamos nuestra relación con Él y que reflejemos la voluntad divina. En su artículo titulado “El camino” la Sra. Eddy escribe: “Estimad la humildad, ‘velad’ y ‘orad sin cesar’ o equivocaréis el camino hacia la Verdad y el Amor”.Escritos Misceláneos, pág. 356.
La humildad, una hermosa cualidad que deriva de Dios, indica ausencia de presunción, y respeto a la voluntad divina. Es la evidencia de la manifestación del hombre de Dios, la semejanza de su creador, morando en completa unidad con la voluntad del Amor divino e infinito. La verdadera identidad jamás es agresiva ni expresa aversión, nunca es egoísta ni egocéntrica.
Lo opuesto de la humildad es la soberbia, una característica negativa que tenemos que evitar pues está desprovista de amor, y es el guardián del sentido personal. Sin humildad cristiana como antídoto, su arrogancia sería intolerable.
Cristo Jesús pronunció la esencia de la humildad en el Padre Nuestro cuando dijo: “Sea hecha Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10. Estas palabras nos llevan a depender completamente de la voluntad divina, en vez de tratar de satisfacer nuestras exigencias personales. Puesto que Dios es la única Mente omnisapiente, Él debe ser reconocido como la única inteligencia y poder verdaderos gobernando decisivamente todas las situaciones tanto en el cielo como en la tierra.
En cierta ocasión tuve la oportunidad de trabajar en una junta directiva con un amigo, a quien describiré como “pacificador” por su sabiduría en evitar discusiones. En las reuniones de negocios cuando se presentaba una polémica, otros miembros del directorio tomaban sus posiciones partidarias. Entonces si la discusión parecía complicarse, mi amigo pacificador intervenía con toda calma, definía el problema cuidadosamente considerando sus pros y sus contras y finalizaba dando consejo con notable prudencia y amabilidad. Por sobre todo, su consejo estaba basado sobre las cualidades del Cristo, tales como la misericordia, la integridad, la armonía, la firmeza y la hermandad.
Indudablemente, la clave para establecer la armonía en los debates, es establecer una atmósfera de humildad cristiana conducente al razonamiento sereno. El que es pacífico y flexible es representante del Amor, el Principio divino, que hace a un lado el prejuicio o el conflicto.
La obstinada voluntad propia no tiene ningún elemento celestial. No es ni moral ni productiva, es la antítesis del amor desinteresado. La Mente divina es el Espíritu que da energía al hombre, mientras que la obstinación es el espíritu de los apetitos y pasiones, de acciones y reacciones divergentes. No teniendo autoridad o inteligencia otorgada por Dios, la obstinación no logra pensamientos ni actos correctos. Es el Cristo el que proporciona la inteligencia, el amor y la humildad que satisfacen el esfuerzo.
“El poder de la voluntad humana debiera emplearse únicamente si se subordina a la Verdad; si no guiará mal al juicio y soltará las propensiones más bajas. Es de la incumbencia del sentido espiritual gobernar al hombre”, explica la Sra. Eddy en la página 206 del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud.
En vez de afirmar: “Lo haré de esta manera puesto que mi manera es la correcta,” debiéramos expresar: “Según mi entendimiento actual, Dios me dirige para que lo haga de este modo, pues es lo más sabio y considerado. No sea hecha mi voluntad, sino la voluntad del Padre”.
La oración, el estudio y las buenas acciones elevan a la persona para que esté consciente del Cristo, la Verdad, que está activo en su propio pensamiento, y que verdaderamente lo provee de energía y de poder espirituales adecuados para satisfacer las necesidades diarias. A medida que utilizamos la inspiración espiritual, reflejamos la sabiduría de la voluntad divina al emitir un juicio. Evaluamos los detalles de una situación y podemos separar lo erróneo y discordante de lo que se aproxima más a la Verdad y al Amor divinos, y desde esta base confiadamente optamos por el juicio que a nuestro entender es el más espiritualizado. En las rutinas diarias, es necesario el criterio humano para resolver asuntos humanos, mas esto no excluye al Cristo de su misión de espiritualizar y guiar nuestro pensamiento.
Hemos visto cómo un criterio correcto y justo posee la unción de la santidad promoviendo nuestro adelanto hacia el reino de los cielos en la tierra. Mediante la sumisión de nuestros deseos personales a la voluntad de Dios al orar, la voluntad humana es subordinada hasta el punto donde la solución más exacta, más considerada e inteligente se hará evidente.
La palabra “humildad” usada sola es a veces erróneamente interpretada por debilidad, sometimiento y humillación, mientras que, en realidad, aquellos que expresan esta cualidad logran excepcional fortaleza. Un ejemplo de ello lo tenemos en el poder ilimitado del Cristo, ejemplificado en las obras de nuestro Maestro, quien dependía humildemente de la omnipotencia divina.
El poder de Dios Todopoderoso está disponible para aquel que es humilde porque ¿acaso no está el reino dentro de él? y ¿no es él, el embajador bendecido del Padre? Por ejemplo, cuando enfrentamos una situación inquietante, ¿qué poder poseemos por medio de la humildad? ¡El poder total del Cristo! De inmediato podemos reconocer la presencia de la Ciencia, el Espíritu Santo, para dar los primeros auxilios al pensamiento perturbado, y purificarlo. El estado mental receptivo de quien es humilde lo lleva a confiar en Dios implícitamente, a silenciar los argumentos del temor y de la confusión, poniéndose la armadura del Amor.
En consecuencia, el bendecido por el Padre puede darse cuenta instantáneamente de que la confianza está impregnando su consciencia, inmunizándola de “las asechanzas del diablo” y de “los dardos de fuego del maligno”, como el Apóstol Pablo lo menciona. Puede comprender que está revestido con la armadura de un soldado de Cristo, usando el yelmo de la salvación, la coraza de justicia, ceñidos los lomos con la verdad, y calzados los pies con el evangelio de la paz, teniendo el escudo de la fe y en su mano la espada del Espíritu. Ver Efes. 6:11–17.
En realidad, él está protegido por la impenetrable armadura del Padre, donde el odio no puede penetrar. Estas palabras no son simplemente metáforas bíblicas, detrás de ellas se halla el vasto concepto de todo el poder y supremacía del creador, de Sus santas promesas y cuidado a través de los siglos como se registra en oraciones, himnos y testimonios. No hay lugar a duda sobre el inmenso poder y gloria de la voluntad divina que espiritualmente creó los cielos, la tierra, las estrellas y todo ser viviente.
Cuando humildemente acudimos a nuestro Padre-Madre Dios podemos oirle instruyéndonos de esta manera: “Éste es el sendero de la Verdad y el Amor, y es mi voluntad que camines por él. En la proporción que tú reflejes Mi perfección, entonces la bondad y también la felicidad y éxito verdaderos serán tuyos. En el grado en que des fe de la Mente, expresarás con naturalidad la inteligencia, representando Mi poder y gloria. Te he enviado Mi Cristo para iluminar tu experiencia terrenal con dominio creciente. Siempre estoy a tu lado para ayudarte, amarte y honrarte”.
Jesús expresó el mínimo de voluntad humana, sometiéndola al Cristo, su naturaleza santa. Encontramos un ejemplo explícito de su humildad en las palabras de Jesús acerca de él mismo: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Juan 8:28, 29.