Tener un genuino sentido de dirección es un requisito previo para actuar correctamente. La Ciencia Cristiana explica que la única dirección infalible se origina en Dios, la Mente divina. La voz de la Mente divina habla a la consciencia humana como el poder que concibe, juzga y razona correctamente.
Durante parte de mi carrera comercial, tuve que hacerme cargo de un grupo de oficinas profesionales y consolidarlas en una sociedad mercantil, eficiente y armoniosa, basada en comprensión, confianza y respeto mutuos. Algunas oficinas tuvieron que trasladarse a locales más apropiados; en otras, hubo que llenar vacantes de puestos principales. Se requirieron varios años para hacer los ajustes necesarios. Éstos ocurrieron gradualmente a medida que yo escuchaba la dirección divina en cuanto a lo que debía decir y hacer.
Me di cuenta de que las cualidades que yo estaba buscando ya estaban incluidas en la manifestación de la Mente siempre presente. A medida que fui abandonando nociones preconcebidas, se fue abriendo el camino para que la acción ordenada de la Mente divina y sus ideas apareciera en mi consciencia y, por consiguiente, en mi experiencia. Me di cuenta de lo que se requería, y pude discernir quiénes eran las personas indicadas para llenar esos requisitos.
Algunas veces puede haber presión para que se siga un curso que no está de acuerdo con el Principio divino. Esas falsas directrices pueden tratar de convencernos para que llevemos a cabo acciones basadas en la falta de honradez, en la inmoralidad o en la dominación personal. Si surgiera alguna duda en cuanto a lo que nos está influyendo, podemos guiarnos por las palabras de Pablo a los Corintios: “... Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”. 1 Cor. 2:4. Porque la Mente es Espíritu, las direcciones que imparte la Mente llegan a la consciencia en forma de inspiración espiritual. Tienen el espíritu manso y bondadoso del Cristo. Ser lo suficientemente humilde como para desechar la vanidad, el orgullo o la voluntad humana que se hayan arraigado fuertemente — o el prejuicio de programas ya planeados — produce el estado de receptividad mental que reconoce la voz de Dios, el Cristo.
Como ilustración citaré este caso. Acababa de terminar un trabajo en el Oriente Medio y había hecho arreglos para regresar a Londres al día siguiente con el propósito de asistir a la reunión de la asociación de los alumnos de mi maestro de Ciencia Cristiana. (En el Manual de La Iglesia Madre, la Sra. Eddy estipula la celebración de esas reuniones y declara: “Las asociaciones de alumnos de los maestros leales se reunirán anualmente”.Manual, Art. XXVI, Sec. 6.) Esa misma noche se decretó que ningún avión o barco debía entrar o salir de ese país durante los tres días siguientes. Un fuerte deseo de obedecer las instrucciones de la Sra. Eddy pronto convirtió mi desaliento inicial en una entusiasta búsqueda de una solución espiritual.
Al abrir la Biblia, mis ojos se posaron sobre estas palabras: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Efes. 6:10. Ésta era una declaración positiva de la omnipotencia de Dios, la cual es superior a todo supuesto poder que un gobierno de seres humanos pretenda poseer. Escuchando la dirección de la Mente, fui guiado a dar ciertos pasos que me condujeron a obtener uno de los pocos asientos que quedaban en un avión particular, el único que obtuvo permiso para salir del país esa noche. De esta manera llegué a la reunión de mi asociación con gozo y gratitud.
El deseo de recibir sin vacilación (es decir, sin temor, emoción o voluntad humana) la activa dirección de la Mente, da a nuestra vida sentido y propósito. Como nos dice el autor de Proverbios: “Reconócelo [a Dios] en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Prov. 3:6. En esta breve frase vemos que Dios es la fuente de toda actividad correcta, pues reconocerlo a Él “en todos tus caminos” es reconocer la unión de Dios y Su reflejo, el hombre. No existe intermediario en esta relación entre Dios y el hombre. El hombre incluye en sí mismo la certeza de lo que tiene que hacer debido a su unidad con la Mente como reflejo de la Mente: la unidad de causa y efecto. El hombre, como linaje de la gran y única causa, sólo puede ejercer el poder y la autoridad inherentes a esa causa. En conformidad con esto, la Sra. Eddy nos exhorta: “Estad seguros de que es Dios quien dirige vuestro camino; luego, apresuraos a seguirle bajo cualquier circunstancia”.Escritos Misceláneos, pág. 117.
Hace muchos años, en cierta asamblea de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, se hizo cada vez más obvia la posibilidad de que yo resultara electo para ocupar un cargo. Si bien era mi sincero deseo servir de la manera apropiada, acababa de empezar la Segunda Guerra Mundial, y de ningún modo era seguro que yo pudiera estar libre para llevar a cabo los deberes necesarios. Recurrí a Dios y literalmente le pregunté qué debía hacer. Inmediatamente las palabras de Isaías brillaron — se podría decir que tronaron — en mi consciencia: “Heme aquí, envíame a mí”. Isa. 6:8. Fui elegido oportunamente y serví el período requerido, venciendo las muchas condiciones difíciles que existían en Inglaterra en aquella época.
Cuando Cristo Jesús vio la necesidad que sus discípulos tenían de un mayor crecimiento espiritual, y lo incapaces que eran en ese momento de comprender todo lo que él podía decirles, dijo: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad”. Juan 16:12, 13. Este “Espíritu de verdad” ha venido a nuestra época en la forma de Ciencia Cristiana, como fue dada al mundo por la Sra. Eddy. En la Ciencia, el pensar correctamente consiste en obedecer las reglas que se basan en el Principio divino. Estas reglas se asimilan estudiando la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, especialmente Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, su obra principal. En una parte de este libro ella compara el desarrollo del pensamiento y de la vida de una persona con el trabajo de un escultor. Pregunta: “¿Cuál es el modelo ante la mente mortal? ¿Es la imperfección, el gozo, el pesar, el pecado, el sufrimiento? ¿Habéis aceptado el modelo mortal? ¿Lo estáis reproduciendo? Entonces sois perseguidos en vuestro trabajo por escultores viciosos y formas horribles. ¿No oís a toda la humanidad hablar acerca del modelo imperfecto? El mundo lo pone delante de vuestra vista continuamente. El resultado es que estáis propensos a seguir esos patrones inferiores, a limitar así la obra de vuestra vida y a adoptar en vuestra existencia el diseño anguloso y la deformidad de los modelos de la materia”.
A continuación sigue la regla redentora en su perfecta sencillez: “Para remediar eso, debemos primero dirigir nuestra mirada en la dirección correcta y luego seguir por ese camino”.Ciencia y Salud, pág. 248.
Utilizando esta regla como guía, tendremos la certeza de que somos guiados y motivados correctamente.
    