A un número cada vez mayor de personas les preocupa el futuro de la humanidad. A algunas les inquieta todo lo concerniente al medio ambiente. ¿Quedarán su tierra, su mar y su atmósfera devastados por la creciente contaminación? Otras piensan sobre el hundimiento del pensamiento humano en los charcos contaminados de inmoralidad. En tanto que muchas otras ven con ojos cautelosos la creciente marea de incertidumbres económicas, hay otras que consideran que la necesidad más urgente de la humanidad es enfrentar la amenaza nuclear y un diluvio de radiación.
Cuando la gente se ve perturbada por acontecimientos que afectan a su mundo, con frecuencia recurre a otra gente en procura de dirección y confianza. Si sentimos la necesidad de consultar a otros sobre asuntos que son así de serios y de urgentes, es prudente que recurramos a aquellos que han vivido unidos a Dios, a aquellos cuyos discernimientos descansan sobre una base más eterna y segura que las opiniones personales o conjeturas humanas.
El Noé bíblico era un hombre así. En muchas maneras sintió la presencia de Dios y obedeció Su dirección. La percepción que tuvo Noé de Dios y de Su mensaje para la humanidad llegó en un momento crucial. Había dificultades monumentales, tantas, de hecho, que la gente, en gran escala estaba inundada de sus creencias de materialismo. La humanidad se perdió virtualmente en el diluvio que siguió. Y la espantosa posibilidad de que esto podría ocurrirnos a nosotros está reverberando en la consciencia humana. ¿Podría ocurrir? ¿Podría la humanidad en nuestro tiempo ser casi aniquilada?
Tal vez Noé ni siquiera hubiera imaginado levemente la posibilidad de una destrucción global del siglo veinte: nuestra propia clase de inundación. Pero sí percibió para él mismo y para otros, una promesa de Dios, sellada, como la describe el libro del Génesis, con la señal de un arco iris: “Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra... Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos”. Gén. 9: 11, 12.
La línea del razonamiento mortal que juega con la plausibilidad de un combate nuclear limitado entre naciones — o, peor, con el concepto de que un holocausto general es inevitable — cae ante la comprensión de las verdades que fundamentan lo que Dios reveló al mundo por medio de Noé. No podemos cruzarnos de brazos y dejar que caigan las astillas donde caigan. La promesa de Dios vino en forma de un pacto, y eso exige un compromiso de ambos lados.
Consideremos por un momento el cumplimiento continuo de la promesa del Amor divino: la provisión de esos personajes elevados como Moisés, Elías y Eliseo, quienes fueron capaces de despertar a la gente mostrándoles una vislumbre más clara de Dios; el advenimiento de Cristo Jesús, quien reveló la bondad infinita de Dios y la preservación perpetua del hombre; el cumplimiento de la afirmación de Jesús de que vendría “otro” Consolador. La Sra. Eddy descubrió a ese Consolador, la Ciencia Divina; está ahora aquí, explicando clara y completamente la naturaleza indestructible de la realidad; está abriendo nuestros ojos a la presencia infinita y protectora de Dios.
Y consideremos por un momento la respuesta de la humanidad. La gente está percibiendo la provisión del Amor divino y actuando de acuerdo con esa percepción. Y entre los muchos cristianos devotos en todo el mundo, están aquellos que mediante la ayuda del Consolador comprenden al Cristo sanador en un sentido científico y demostrable. El Cristo es una fuerza reveladora, que destruye al mal al mostrar que en su naturaleza verdadera, el hombre refleja la perfección de Dios. La enfermedad y el pecado han sido sanados mediante una comprensión de la ley divina. Mediante la oración la gente está construyendo arcas de comprensión en sus vidas privadas que los elevan por encima de cualquier corriente de materialismo y los capacitan para ayudar a otros. Están descubriendo que la promesa de Dios concierne a cada uno de nosotros individualmente como también a la humanidad como un todo.
No podemos ser ahogados por un torrente de creencias mortales cuando recurrimos al Cristo y dejamos que nos eleve por sobre las olas. Las falsas afirmaciones de la mortalidad quisieran sumergir el pensamiento en la duda y el temor. Pero el Cristo, manifestado como el mensaje salvador de Dios que viene a la consciencia humana, nos despierta y vivifica; nos mueve a la acción y nos da el valor para surcar la ola encrespada de la creencia mortal.
En la Biblia el autor del Apocalipsis describe los esfuerzos del dragón para inundar eso que cumple la promesa de Dios para salvarnos de la destrucción. (Ver Apocalipsis 12:15, 16.) La Sra. Eddy comenta: “¿Qué importaría si el viejo dragón arrojara un nuevo río para ahogar la idea-Cristo? No podrá ni ahogar vuestra voz con sus rugidos ni volver a hundir al mundo en las profundas aguas del caos y la antigua noche”.Ciencia y Salud, pág. 570.
Cada uno de nosotros puede contribuir mucho para la seguridad de nuestro mundo. Mediante el Consolador, el Cristo de Dios está aquí para revelar que nuestra seguridad y la de nuestros seres queridos está preservada. Aun frente al tumulto o la discordia amenazante podemos regocijarnos en nuestra visión del hombre como el hijo amado de Dios, a salvo en Su cuidado. La devastación no es inevitable. Dios está gobernando a Su creación; Su ley nos sostiene. A medida que vemos esta verdad claramente, participamos en el pacto de Dios de que no habrá más diluvios.
