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Las primeras nieves del invierno habían comenzado a caer un año en...

Del número de julio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las primeras nieves del invierno habían comenzado a caer un año en que me encontraba viviendo en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Un día, al entrar en la fábrica donde trabajaba, noté largas filas de mesas; había enfermeras vacunando gratuitamente contra la gripe a todos los empleados que lo desearan. Cuando me preguntaron contesté: “No gracias”, y continué caminando hacia mi oficina. Varias veces durante el día, que era miércoles, mis amigos me preguntaron si me había vacunado, y cada vez puse fin a la pregunta con un simple “No”.

Cuando regresé a casa esa noche, estaba nevando más fuerte, y sentí como si tuviera algunos síntomas de gripe. Yo era entonces Primer Lector de la filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en esa localidad. Era demasiado tarde para tratar de conseguir un sustituto para la reunión de testimonios de los miércoles; después de cenar fui a la iglesia como de costumbre.

La parte posterior de la iglesia estaba en construcción. De modo que yo usaba un pequeño cuarto sin calefacción, adyacente a la plataforma, para esperar el momento de comenzar el culto religioso. Los síntomas de gripe, y también el temor, parecían dominarme. Me senté en el cuarto con los guantes, el sombrero y el abrigo puestos. También enchufé una pequeña estufa eléctrica para calentarme un poco.

No tenía otra alternativa que dominar las sugestiones mesméricas de enfermedad que trataban de impedirme cumplir con mi actividad correcta, es decir, conducir la reunión de testimonios. De repente me dí cuenta de que Dios me amaba a mí y a toda la humanidad. Estas palabras de la interpretación que la Sra. Eddy da del Salmo veintitrés (Ciencia y Salud, pág. 578) calmaron el temor: “La vara [del amor] y el cayado [del amor], me infundirán aliento”. También trabajé con la “exposición científica del ser”, la cual comienza (ibid., pág. 468): “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Reflexioné cabalmente sobre éstas y otras verdades en esa pequeña habitación.

A las ocho me quité el sobretodo, el sombrero y los guantes y me dirigí a la plataforma. Las selecciones que había preparado para la lectura eran sobre el tema “gratitud”. Después, cada testimonio que se ofreció me ayudó a refutar silenciosamente el argumento de gripe. Al finalizar la reunión había sanado completamente. Estaba libre. La creencia en enfermedad me había impresionado esa mañana. Pero se disipó al aferrarme a la verdad acerca de Dios y la relación del hombre con Él, y al hecho de la verdadera perfección espiritual del hombre.

Pero lo mejor de todo es que aprendí una sencilla, pero gran lección: la importancia de estar “de portero a la puerta del pensamiento”. En las palabras de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 392): “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente”.


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