Las primeras nieves del invierno habían comenzado a caer un año en que me encontraba viviendo en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Un día, al entrar en la fábrica donde trabajaba, noté largas filas de mesas; había enfermeras vacunando gratuitamente contra la gripe a todos los empleados que lo desearan. Cuando me preguntaron contesté: “No gracias”, y continué caminando hacia mi oficina. Varias veces durante el día, que era miércoles, mis amigos me preguntaron si me había vacunado, y cada vez puse fin a la pregunta con un simple “No”.
Cuando regresé a casa esa noche, estaba nevando más fuerte, y sentí como si tuviera algunos síntomas de gripe. Yo era entonces Primer Lector de la filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en esa localidad. Era demasiado tarde para tratar de conseguir un sustituto para la reunión de testimonios de los miércoles; después de cenar fui a la iglesia como de costumbre.
La parte posterior de la iglesia estaba en construcción. De modo que yo usaba un pequeño cuarto sin calefacción, adyacente a la plataforma, para esperar el momento de comenzar el culto religioso. Los síntomas de gripe, y también el temor, parecían dominarme. Me senté en el cuarto con los guantes, el sombrero y el abrigo puestos. También enchufé una pequeña estufa eléctrica para calentarme un poco.
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