Expuesto en los términos más sencillos posibles, la economía tiene como objetivo el responder a las necesidades más básicas de la humanidad. Por lo general pensamos acerca de estas necesidades prácticas — alimento, albergue, ropa — y las fuerzas que actúan para producirlas, en términos materiales.
Teniendo que hacer frente a una desenfrenada inflación, a la distribución desigual de recursos mundiales, a la desorganización y al temor, es obvio que el mundo requiere un concepto de economía que vaya más allá de las hipótesis materiales.
Hace más de cien años, la Fundadora y Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, mencionó que el hambre y la enfermedad se manifestarían mundialmente. Su discernimiento espiritual percibió esa calamidad como el desenmascaramiento y la autodestrucción de la materialidad mediante la acción leudante de la Verdad. Ver Ciencia y Salud, pág. 96.
La parte central de este conflicto es la dependencia humana en una teoría económica que está regida por fuerzas inestables por naturaleza, que fluctúa de acuerdo con ciclos de tiempo, afluencia de dinero, decisiones vacilantes sobre normas a seguir, y controles comerciales y gubernamentales, o la falta de ellos. Los intentos por responder a todas las necesidades humanas dentro de los parámetros de tales hipótesis materiales, resultan frustratorios cuando no inútiles. Ignoran la ley más elevada de la creación de Dios, donde la economía divina incluye toda bondad y poder.
Los discípulos se enfrentaron a una situación económica desequilibrada cuando Cristo Jesús les pidió que dieran algo de comer a las cuatro mil personas en esa ladera de Galilea. Podríamos muy bien preguntar al igual que esos discípulos: “¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a una multitud tan grande?” Mateo 15:33.
¿Cómo respondió el Maestro a esta pregunta? Rogó a los doce discípulos que vieran lo que tenían a mano. No parecía ser mucho. Pero haciendo caso omiso del cuadro de limitación, Jesús bendijo los pocos panes y peces, y ante los ojos de ellos, todas esas miles de personas fueron saciadas, y con alimento de sobra. Las hipótesis humanas fueron derrumbadas por la ley espiritual.
Nuestro Mostrador del camino y sus discípulos enfocaron el problema de escasez desde puntos de vista opuestos. Los discípulos razonaron juzgando por la apariencia física, usando hipótesis materiales. Jesús, por otra parte, vio el cuadro de gente hambrienta e hizo pesar el poder expresado en esa poderosa declaración de su identidad espiritual: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30. La escala del problema — esto es, que había que alimentar a miles más bien que a un solo puñado de personas — no hizo diferencia. El concepto de escasez, por muy grande que fuera, no podía coexistir con la consciencia que él poseía de la ley espiritual, la cual afirma la omnipresencia y omnipotencia de Dios. Mientras que las condiciones materiales inducían a los discípulos a la desesperación, esas mismas condiciones materiales eran vistas por el Maestro como inverosímiles en el universo espiritual creado y mantenido por Dios.
Jesús miró a su alrededor y vio a Dios y a Su semejanza. ¿Cómo podía la distribución desigual parecerle un factor verdadero cuando él sabía que la Mente divina nunca tuvo en sí misma un cuadro de escasez?
Podríamos razonar todavía un poco más y ver que en la realidad espiritual jamás hubo escasez en esa ladera, porque la infinitud está llena solamente con la abundancia de la bondad infinita de Dios. La prueba que Jesús dio de este hecho es tan cierta ahora como lo fue hace dos mil años. La Sra. Eddy escribe: “Lo que busca específicamente la Ciencia Cristiana es resolver todos los puntos sin objeciones, sobre la base bíblica de que Dios es Todo-en-todo; mientras que la filosofía y las llamadas ciencias naturales, que tratan sobre las hipótesis humanas, o causa y efecto materiales, son ayudadas solamente a largos intervalos con verdades elementales, y terminan en problemas sin resolver y posiciones anticuadas y carentes de prueba”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 181.
Si Jesús hubiera hecho frente al cuadro material de escasez con las hipótesis de los discípulos sobre producción, distribución y consumo materiales, el resultado hubiera sido un problema sin resolver: demasiada gente y muy poco para comer. Pero Cristo Jesús invalidó los conceptos materiales mediante la obediencia a la ley espiritual de que Dios y Su abundancia incluyen todo lo que Él crea. La aplicación de esta ley a la crisis económica en la ladera de una colina resultó en curación, estableciendo así un profundo ejemplo para sus seguidores.
Puesto que Jesús sabía que la fuente de su poder era Dios, ¿por qué se ocupó siquiera de contar lo que tenían a mano? ¿No hubiera podido él producir alimento sin los pocos panes y peces?
Jesús no requería ayuda material para comprender a Dios o para demostrar la infinita capacidad del Amor divino para responder a toda necesidad. Pero sus seguidores evidentemente la necesitaban. Ellos aprendieron que los símbolos de provisión, vistos a la luz de la consciencia del Cristo, son suficientes para satisfacer multitudes.
Existen hoy en día cuadros perturbadores de escasez, quizás en nuestra propia vida, ciertamente en el mundo que nos rodea. Aunque está claro que tenemos el deber de eliminar el concepto de escasez en nuestra propia experiencia, ¿cómo podemos cumplir con nuestro deber cristiano de negar el argumento de privación para toda la humanidad?
Debemos estar alerta a las protestas que puedan surgir: “¡No puedo! ¡Ese deber es sumamente grande para mí!” Ésta es la antigua hipótesis de siempre que hizo que los discípulos se angustiaran. Y un concepto material de escasez mundial es demasiado grande para ser abolido únicamente mediante esfuerzos humanos o intelectuales. Pero ése no es el deber que tenemos. Nuestro deber es saber que Dios es Todo-en-todo, que Su ley gobierna el universo, y que el bien infinito que Él expresa siempre está disponible. Nuestro deber es rehusarnos a aceptar que la escasez es parte de la creación perfecta de Dios. La Sra. Eddy nos da las reglas fundamentales: “El conocimiento de vida, sustancia, o ley, aparte de Dios o que no sean de Dios — el bien — está prohibido”.Message to The Mother Church for 1902, pág. 6.
Al llevar a cabo ese trabajo para la humanidad, podemos seguir el precedente bíblico establecido en la multiplicación de los panes y los peces. Podemos depender de nuestra comprensión del Cristo, y bajo esta luz ver desaparecer las sombras de la duda. La totalidad de Dios es lo suficientemente amplia, lo suficientemente profunda, lo suficientemente grande como para incluir a todo el universo. La ley de Dios aplicable a las minucias de nuestra vida diaria es igualmente aplicable a las necesidades prácticas del universo. Cuando nos sentimos bendecidos tenemos que saber que toda la humanidad es también bendecida. El Amor divino no empuña una vara de autoridad imaginaria que hace el bien de manera discriminatoria. El Dios infinito, omnímodo, omnipresente, nos bendice a todos.
Cristo Jesús no dio gracias por los panes y los peces para después dividirlos solamente entre los discípulos y echar fuera a las multitudes. Él estaba agradecido por lo que había disponible. Mediante su comprensión del bien inmensurable de Dios, anuló el funcionamiento de la creencia material que dice: “¡No hay bastante!” De ese modo se respondió plenamente a la necesidad de cada una de las personas en esa ladera.
La misma comprensión como la del Cristo, que nos capacita para experimentar abundante provisión más allá de los límites de la pericia humana, desenmascara y anula las falsas reglas económicas en la economía general.
Si nos viéramos en una situación en la que nuestros recursos personales estuvieran menguando, comprenderíamos de inmediato que el hombre no puede ser víctima de hipótesis materiales. Comprenderíamos que la inteligencia divina, y no la dinámica del comercio, las ventas o las fluctuaciones del crédito, gobierna la economía divina. Y afirmaríamos que la Ciencia Cristiana no acepta que los ciclos de recesión, inflación y recuperación son inevitables. La ley de Dios siempre es estable, y es la ley del bien presente para el hombre.
Tales afirmaciones de lo que es cierto espiritualmente constituirían nuestros panes y peces. Y la universalidad de la Ciencia Cristiana muestra que estas verdades son válidas para toda la humanidad.
Los hechos espirituales brillan en el fulgor de su puro origen, la Mente divina, Dios. Y como tales no pueden ser revertidos o estrechamente aplicados a una sola persona que esté “resolviendo un problema”. Toda su gloria brilla hasta en rincones oscuros que tal vez nunca lleguemos a conocer, y trae a la humanidad bendiciones palpables.
Jesús derrocó hipótesis materiales no una vez, sino repetidas veces; no con fortuitos sino con seguros resultados. Demostró que la comprensión científica de Dios es la base para destruir la creencia primitiva no sólo de escasez, sino de enfermedad.
Cumplir con nuestro deber cristiano de ver que estas leyes son aplicables tanto individual como colectivamente acelera el día en que serán más ampliamente comprendidas y demostradas por toda la humanidad.
    