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Mi gratitud por la Ciencia Cristiana no tiene límites.

Del número de julio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi gratitud por la Ciencia Cristiana no tiene límites. A principios del verano de 1981 comencé a tener escalofríos y a temblar de manera incontrolable. Sin embargo, esta condición cedió rápidamente mediante el tratamiento en la Ciencia Cristiana. Poco después tuve diarreas. Esto finalmente cedió por medio de tratamiento.

Más tarde empecé a notar una profusa hemorragia intestinal y sentía dolor. Este problema no mejoró por medio de mis propios esfuerzos por tratarlo, y según fueron pasando los días, la condición empeoró hasta que la evidencia física se hizo alarmante.

Entonces llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. Ella oyó mi explicación, y después me pidió que estudiara y considerara el Himno No. 9 del Himnario de la Ciencia Cristiana. También me dio varias referencias de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy con las cuales trabajar.

Yo estudié las referencias y mi atención se concentró en la tercera estrofa del siguiente himno:

Oh corazones que confiáis en Dios,
con dulce afán,
Él sabe qué necesitáis;
Sus ángeles vendrán
y a todos guardarán.

Mientras estudiaba este himno fui guiada hacia el Himno No. 64, cuya primera estrofa dice así:

De la materia al Alma es mi sendero,
de inquieta sombra a dulce claridad;
y es tal la realidad que yo contemplo
que canto: ‘¡He hallado la verdad!’

Mientras pensaba en esos mensajes espirituales, me di cuenta de que debía dejar de mirar hacia lo que el sentido material estaba tratando de proyectar como real. Debía mirar hacia el Espíritu para alcanzar la curación.

Al buscar verdades que me sanaran, encontré esto en Escritos Misceláneos por la Sra. Eddy (pág. 340): “No hay excelencia sin trabajo, y la hora de trabajar es ahora”. Vi que tenía que hacer mi contribución a la curación que estaba buscando.

Yo sabía que Dios es el poder absoluto y supremo que gobierna el universo. De esto deduje que ese poder era lo que realmente me gobernaba, y que la ley divina de armonía prevalece porque Él mantiene esa ley.

En la página 162 de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice: “La Ciencia Cristiana trae al cuerpo la luz solar de la Verdad, que vigoriza y purifica. La Ciencia Cristiana obra como un alterante, neutralizando el error con la Verdad. Cambia las secreciones, expulsa humores, disuelve tumores, relaja músculos rígidos y restaura la salud a huesos cariados. El efecto de esa Ciencia es incitar a la mente humana a un cambio de base, sobre la cual pueda dar lugar a la armonía de la Mente divina”. Reflexionado sobre estas declaraciones, me di cuenta de la total irrealidad de lo que los sentidos físicos estaban insinuando. Yo sabía que nada podía separarme del amor del Padre y que yo era verdaderamente un ser saludable y armonioso porque yo reflejaba la perfección de mi creador.

Durante este tiempo, aunque unos amigos nos visitaron por varios días y más adelante emprendimos un largo viaje, yo continué estudiando. Sabía y sentía que sólo Dios gobierna al hombre y que nada puede interferir con Su armonioso gobierno.

Una mañana, después de haber comenzado nuestro viaje, me di cuenta de la mejoría. Leí en Ciencia y Salud (pág. 412): “Insistid mentalmente en que la armonía es la realidad y que la enfermedad es un sueño temporal. Percibid la presencia de la salud y la realidad del ser armonioso, hasta que el cuerpo corresponda a las condiciones normales de la salud y armonía”.

La condición continuó mejorando lentamente, y yo seguí estudiando y orando. Un día, mientras repasaba mentalmente las verdades y declaraciones sanadoras que había leído, me pregunté a mí mismo si tenía duda alguna de que Dios podía sanar toda dificultad o enfermedad. Llegué a la conclusión de que si yo tenía la más mínima duda, debía sobreponerme a ella porque eso demoraría la curación. Me di cuenta entonces de que en realidad lo único que yo podía conocer era lo que Dios conoce, y Él no conoce más que el bien porque Él es absolutamente bueno.

La comprensión de esta verdad purificó mis pensamientos y disipó cualquier duda que tuviera acerca del poder de Dios para sanar. En unos cuantos días estaba completamente bien.

Al día siguiente, en una reunión de testimonios de los miércoles, relaté esta curación en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en la ciudad que estábamos visitando. Unos pocos días más tarde conocí personalmente a la practicista que me había ayudado, y conversamos sobre la curación. (Nunca antes había conocido a esta dedicada practicista ya que vivimos a más de 804 kilómetros de distancia.) Verdaderamente, el poder sanador de la Ciencia Cristiana no tiene fronteras.


Es con gran gozo y gratitud que verifico la hermosa curación de mi esposo.

Durante ese período los dos nos sentimos muy inspirados, y el tiempo que pasamos en estudio y oración fue muy bien recompensado. Nuestro hogar estaba absolutamente rebosante de la calma espiritual de la paz, amor y gozosa expectativa.

La Ciencia Cristiana ha sido nuestra forma de vida por muchos años, y la práctica de la misma ha respondido a cada una de nuestras necesidades. Verdaderamente esa práctica es, como oí decir una vez, “el cielo todo el camino hacia el Cielo”.

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