Para muchos, los dichos “nací con ello” y “nací sin ello” parecen evaluar condiciones inalterables. Pero la Ciencia Cristiana reta la creencia de que los defectos de nacimiento son permanentes. Este reto se basa en la convicción de que Dios, la Mente perfecta, es el único creador y causa posibles; que, en verdad, el hombre es Su efecto perfecto.
Cuando, por medio de la Ciencia Cristiana, adquirimos una comprensión de lo que es la ley espiritual, vemos que es una equivocación atribuir imperfección a la voluntad de Dios o a peculiaridades genéticas. La imperfección es una creencia errónea que puede rectificarse, un falso concepto que ni Dios ni los genes crearon.
Cuando Cristo Jesús, el cristiano por excelencia y el Científico supremo, sanó defectos de nacimiento, refutó la predicación común de la religión materialista y de la ciencia especulativa, es decir, la creencia de que los defectos de nacimiento tienen una causa genuina y, por lo tanto, una razón para existir. En cierta ocasión, cuando Jesús y sus discípulos pasaron junto a un ciego de nacimiento, los discípulos preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? ” Pero el que el Maestro devolviera la vista al hombre puso el sello de la teología divina, la Ciencia del Cristo, sobre su respuesta: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:2, 3.
Escribiendo respecto a esta Ciencia, la invariable ley de Dios que Jesús practicó, la Sra. Eddy dice: “La Ciencia es inmortal y no concuerda ni con las premisas ni con las conclusiones de las creencias mortales”. En la misma página agrega: “Comprender que la Mente es infinita, que no está limitada por la corporalidad, que no depende del oído y del ojo para el sonido o la vista, ni de los músculos y los huesos para la locomoción, es un paso hacia la Ciencia de la Mente, por medio de la cual percibimos la naturaleza y la existencia del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 84.
El hombre individual es la idea eterna de la Mente, con una identidad que no tiene duplicado ni fallo. Su singular individualidad no se diseña combinando genes al azar; no está sujeta a las condiciones de la gestación. La identidad espiritual jamás está bajo tensión debido a un ambiente inadecuado, mal nutrida por la negligencia, sobrealimentada por la falsa responsabilidad, o forzada a través de estrechos peligrosos hacia ambientes hostiles. El hombre perfecto y espiritual coexiste con Dios, el Amor. La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “No habiendo nacido jamás y jamás habiendo de de morir, le sería imposible al hombre, bajo el gobierno de Dios en la Ciencia eterna, caer de su estado elevado”.Ibid., pág. 258.
Que el hombre es el hijo invulnerable del único e infalible Padre — la Mente, Dios — es un hecho demostrable. En la proporción en que comprendemos que toda realidad se deriva directamente de Dios y que, por lo tanto, excluye toda imperfección, podemos ejercitar la perfectibilidad que Dios nos ha otorgado. Podemos probar con concreta certeza que el hombre jamás puede ser mal concebido, puesto que él es la concepción divina, creada espiritualmente, individualmente completa y absolutamente perfecta.
Aun cuando las ilusiones mortales del sentido material tratarían — si se creyera que son válidas — de cegarnos a nuestras posibilidades actuales y de paralizar nuestros logros, sus pretensiones sobre nosotros no son definitivas en ningún momento. La materia no tiene sustancia, forma o solidez verdaderas. Que todos tenemos tanto derecho a ser sanados como lo tenía el ciego que Jesús curó, es una verdad básica de la Ciencia Cristiana que las palabras y obras del Maestro confirman. Por cierto, mediante la autoridad del Cristo, la Verdad, el discípulo cristiano tiene el derecho de seguir por el camino que Jesús enseñó, y sanar.
Mediante el entendimiento y la práctica de la Ciencia Cristiana, emergen nuestras capacidades innatas para sanar. La frustración y el resentimiento a causa de lo que quizás hayamos considerado que tenemos en contra nuestra, dan lugar al reconocimiento de lo que tenemos a nuestro favor, las cualidades divinas que poseemos como reflejo, y a la gratitud por ello. La obsesión mórbida con lo que creemos que no podemos hacer, cesa de estorbar nuestra alegre ejecución de lo que podemos hacer. De este modo, la creencia de que el hombre fue alguna vez material, sujeto a tener defectos, gradualmente cede.
Con todo, la curación metafísica es más que un mejoramiento del carácter. Exige el máximo que podamos dar y trae máximas recompensas. Si aspiramos a efectuar curaciones tan completas como las que produjeron las oraciones y práctica de Jesús, debemos obedecer por medio de un incesante discipulado cristiano las exigencias ineludibles que son el fundamento de toda demostración en la Ciencia Cristiana. Ciencia y Salud insiste: “Tenemos que compenetrarnos de la habilidad del poder mental de contrarrestar los conceptos humanos erróneos y de reemplazarlos con la vida que es espiritual y no material”.Ibid., pág. 428.
Cuando a una persona conocida mía le fue indispensable percatarse del poder espiritualmente mental, ella padecía de una condición congénita del corazón que restringía sus energías y, hasta cierto punto, limitaba sus actividades. La educación científica que había recibido en la escuela pública sugería que la culpa la tenían genes defectuosos. La instrucción religiosa de una religión protestante echaba la culpa a la voluntad de Dios. La medicina no ofrecía remedio, sólo consejos sobre cómo soportar la condición.
Al ella empezar a estudiar y a poner en práctica la Ciencia Cristiana, comenzó a poner en duda las teorías que supuestamente la habían puesto en desventaja. Aprendió que si bien el Dios que ella había conocido por medio de la Ciencia Cristiana es Todo, la única causa, eso no hace que Él sea responsable de la enfermedad. Dios es del todo bueno, no tiene ni un sólo elemento de imperfección ni de mal, que ella llegó a comprender es un alias de la materia, ni los tolera. La ley del Espíritu es la ley del Amor. Un defecto ilícito, falto de amor, no se origina en la bondad de la totalidad de Dios. Por consiguiente, de acuerdo con la Ciencia Cristiana, de hecho, no se origina en absoluto. Es una mentira, un falso sentido, que la verdad y el sentido espiritual corrigen por el hecho mismo de habérseles admitido en el pensamiento.
La conversión de esta nueva estudiante de la Ciencia Cristiana no ocurrió de un día para otro; ni fue siempre tampoco la espiritualización de sus motivos, aspiraciones, actitudes, afectos y acciones una decisión consciente de su parte. La verdad es tan poderosa que el estar expuesto a ella produce progreso. Cuando ella misma quedó totalmente satisfecha de que el humanismo, el panteísmo o el ateísmo no tienen credibilidad alguna, y cuando comprendió que la Ciencia Cristiana es la ley de la Verdad divina, que exige que se la ponga en práctica, dejó de aceptar la incapacidad física. Estaba curada.
Mientras esta persona estudiaba en la universidad, un respetado doctor en medicina le había dicho que lo más probable era que ella muriera antes de llegar a cierta edad. Eso le sucedió en cierto modo, pero sólo en la manera que Pablo da a entender cuando escribe refiriéndose a aquellos que están “sepultados con él [Cristo Jesús] en el bautismo”. Col. 2:12. El año pronosticado para su fallecimiento señaló la fecha de su solicitud para inscribirse en The Christian Science Journal como practicista pública. Desde entonces, ha disfrutado de más de veinte años productivos.
La suposición de que la vida es mortal y material es una mentira que incapacita en alguna forma a todo el que la cree. Pero derrotar todo aquello que limite la libertad es un derecho tanto de usted como de cualquier persona. Cuando luchamos por adquirir, y adquirimos, una comprensión correcta de Dios y el hombre como fue divinamente revelada en la vida ejemplar de Cristo Jesús, y demostrada en la Ciencia Cristiana, esa comprensión trae su propia prueba de que en nuestro ser real somos verdaderamente ilimitables. La compleción y la perfección son nuestras para reclamarlas en un eterno renacimiento espiritual y para disfrutarlas eternamente en la demostración de la Ciencia Cristiana.
    