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Podemos lograr y mantener normas morales y espirituales

Del número de julio de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todas las fases de inmoralidad desenfrenada parecen ser parte de los tiempos actuales. En realidad, a veces uno no puede evitar preguntarse si las normas morales y espirituales son algo que pertenecen al pasado.

¿Acaso la moralidad es meramente un concepto de la mente humana que ha de ser aceptada o rechazada como un capricho? ¿O es que existe una base más elevada de normas morales y espirituales que difiere del propio concepto que tenemos acerca de ellas?

La Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) nos enseña que sí existe una base más elevada, y que ésta es la ley de Dios, que es suprema, gobierna toda realidad y está siempre presente y en operación. La naturaleza de esta ley es afectuosa y apacible como también fuerte y justa. Cuida al hombre y al universo y es imparcial e invariable.

Cuando amamos y obedecemos esta ley, ella constituye una base desde la cual podemos juzgar sabiamente nuestras normas de pensamiento, móviles y conducta. ¿Están estas normas en conformidad con la ley de Dios del bien?

Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, nos proporciona nuevos discernimientos de la ley divina y la relación de esta ley con las normas humanas. Ella escribe: “Cuanto menos se hable de la estructura corpórea y de las leyes físicas, y más se piense y se hable acerca de la ley moral y espiritual, más elevada será la norma de la vida, y más se alejará a los mortales de la imbecilidad y las enfermedades”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 197.

!Qué pensamiento extraordinario! Nuestra manera de pensar y de vivir, nuestra libertad de la estupidez y la enfermedad, están directamente relacionadas con la ley divina y con nuestra obediencia a sus exigencias.

Esta ley nos conduce a abandonar la creencia de que la llamada ley física gobierna todo lo que se relaciona con nuestra identidad, destino y salud, y en vez, nos conduce a acatar la ley moral y espiritual.

Con el advenimiento del cristianismo científico, la mente carnal — la mentalidad material ilusoria que pretende oponerse a todo lo que está relacionado con Dios y Su ley — no puede argüir que al ser humano le es difícil, y prácticamente imposible, discernir entre la conducta correcta y la equivocada. La mente carnal es incapaz de hacer esta distinción. La consciencia humana espiritualizada, obediente a la ley divina, puede hacer tales distinciones con invariable precisión.

Abraham, José, Moisés, Elías, Pedro y Pablo, fueron personas inspiradas por Dios, captaron vislumbres de la ley divina y se sometieron a sus exigencias. Tal sometimiento los liberó de la obediencia a la ley falsa y los capacitó para alcanzar y mantener un elevado nivel de logros. Su propósito más elevado fue glorificar a Dios y revelar Su amor a la humanidad. Su recompensa fue estar más conscientes de su unión con Dios y demostrar más su verdadera individualidad propia del Cristo como hijos de Dios.

¡Quién puede entender el impacto que tales ejemplos han tenido sobre el progreso moral y espiritual de la humanidad al liberarla de la esclavitud mental y física! La ley de Dios que estas personas atesoraban en sus corazones guiaba sus pensamientos y acciones. El Salmista cantó: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación...”  Salmo 119:97.

¿En qué consistía esta ley divina que era capaz de evocar tal gozosa respuesta, a menudo en medio de la injusticia y tiranía?

La ley divina es la voluntad de Dios, o la ley del amor de Dios por Su creación. Se ha ido revelando gradualmente a la humanidad mediante la ley moral dada por Moisés y mediante la ley cristiana, según la enseñó y vivió Jesús, dando un nuevo significado a la ley que Moisés había percibido. Esta ley divina es ahora accesible a todos como la Ciencia Cristiana. Estos tres componentes de la ley — el moral, el cristiano y el científico — son la base para todas las normas que gobiernan la experiencia humana. El componente moral refrena los instintos básicos de la mente carnal. El componente cristiano bendice tal obediencia revelando la total exención del hombre de lo carnal y de los resultantes castigos en razón de su filiación con Dios. La Ciencia Cristiana enseña que tal filiación puede ser plenamente comprendida y demostrada.

Si permitimos que la ley divina moldee nuestras normas, y vivimos de acuerdo con nuestro más elevado entendimiento de esas normas, estaremos viviendo bajo la gracia divina, estando cada vez más conscientes de nuestra unidad con Dios y en paz con Su creación. Seremos bendecidos y seremos una bendición para los demás.

Nos sentiremos más libres para dar esos pasos impulsados por la Mente divina. Dichos pasos nos sacan de la oscuridad del materialismo llevándonos al reino de la luz y del amor del Padre, hacia nuestro lugar individual en ese reino. Ésta es la promesa y la bendición de la ley divina.

Nuestro amado Maestro, Cristo Jesús, tuvo que vencer los mismos elementos de la creencia carnal que nos enfrentan hoy en día. Le fue posible sobrevivir todo ataque perpetrado contra él y su misión. Jesús sabía que estos ataques personales no eran dirigidos a él, sino al cristianismo que él vivía y exigía de sus seguidores.

La violencia, la injusticia, la falsedad, reclamaban el poderío para despreciar su santo propósito de salvar a la humanidad. Pero estos errores no podían detener su ministerio sanador sin igual, su misericordiosa obra de reformar a los pecadores, su sublime dominio sobre la muerte, tanto para él mismo, como para los demás.

Su nivel de pensamiento, palabra y acción estaba bien establecido y firmemente arraigado en la ley divina antes que comenzara su misión. Una y otra vez mantuvo este nivel. Con máxima compasión y exactitud científica probó la facultad de esa ley de proteger, alimentar y salvar.

Como cristianos científicos acercándonos al siglo veintiuno de la era cristiana, también podemos cantar con el Salmista: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!” Y ¿por qué no? La ley completa de Dios nos ha sido revelada en su Ciencia. Todo problema humano imaginable tiene una respuesta en esa ley.

¡Simplemente pensemos en el alcance de tal don divino, impersonal e imparcial otorgado a la humanidad! La obediencia al primer gran mandamiento y a la Regla de Oro es la base para toda ley, humana y divina. Y continuará siendo así en toda circunstancia y en toda época futura.

En una de sus obras, nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos muestra el propósito de las normas espirituales y morales y cómo se relacionan con la humanidad: “La Ciencia metafísica o divina revela el Principio y método de la perfección, — cómo llegar a tener una mente que esté en armonía con Dios, en simpatía con todo lo que está bien y opuesto a todo lo que está mal, y un cuerpo gobernado por esta mente”.La Curación Cristiana, pág. 14.

Imaginemos los efectos que tal norma tendrá sobre la vida humana universal cuando muchos individuos despierten y vean la luz, el amor, la inteligencia — la transparente magnificencia — de la ley divina y se sometan a sus sabios y tiernos dictados. El tener parte en la misión de ayudar a la salvación de la humanidad, ¿no es acaso suficiente bendición por el esfuerzo que exige mantener nuestras normas?

Nuestra Guía escribe: “¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad! ”.Escritos Misceláneos, pág. 110.

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