¿Ha tratado usted alguna vez de apagar las brasas en su chimenea antes de irse a acostar? Separa uno las brasas, las esparce y una por una se apagan rápidamente. Por el contrario, si uno quiere prender el fuego, junta las brasas que estén un poco calientes y pronto el fuego se reaviva.
Lo mismo ocurre con el espíritu humano. En confraternidad y unidad de amor, nuestros corazones se vivifican. Quien piense que no necesita de la iglesia, el gozo de difundir el evangelio de Cristo puede que se apague muy pronto en él.
Igual que las brasas, los corazones de los hombres y de las mujeres logran la llama de la dedicación espiritual que irradia la luz al mundo cuando están juntos en unidad.
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