Es natural respirar libremente, porque en realidad vivimos en Dios, que es la fuente de toda vida y aliento. Su amor compone todo lo que constituye nuestro ambiente. Para el sentido humano, inhalamos y exhalamos una mezcla de gases definida materialmente como “aire”. Pero en el ser verdadero, en el ser espiritual, el hombre no respira más que el amor de Dios.
Por supuesto, “respirar” es sólo un modo humano de ilustrar cómo Dios da y cómo nosotros expresamos lo que Él da. Por cuanto Dios es Espíritu, y nosotros somos verdaderamente Su imagen y semejanza, en realidad no tenemos ninguna otra sustancia que el Espíritu. El Espíritu, el Amor divino, a la vez nos rodea y constituye nuestra sustancia. No viene y va; nos pertenece por completo.
Porque el Amor es todo poder, el único poder, la corriente del amor hacia nosotros es irresistible. Su afluencia es esencial, no sólo para nosotros, sino para el Amor mismo, pues el Amor no podría ser Amor sin ser expresado, y el hombre es esa expresión. No existe condición, no hay fuerza, no hay obstrucción, no hay alergia capaces de entorpecer o restringir la constante afluencia del Amor. Pues el Amor, el Espíritu, es el único creador y no erige ni tolera un sólo impedimento para la manifestación espontánea de su propia bondad y gloria. Como dice Pablo, es Dios “quien da a todos vida y aliento y todas las cosas ... porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:25, 28.
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