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¿El gobierno de Dios o el nuestro?

Del número de noviembre de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poder. Gobierno. Influencia. Ya sea en escala global o personal, hay gran interés hoy en día por obtener y ejercer poder, en hacer que otros hagan lo que nosotros queremos que ellos hagan, en imponer condiciones que nos sean favorables y en persuadir a otros para que vean las cosas de la manera que nosotros las vemos. Abundan libros y cursos de entrenamiento sobre cómo manejar a la gente y dominar las situaciones; y se recomiendan planteamientos sicológicamente manipulativos como llaves del éxito en las relaciones personales, intereses profesionales y gubernamentales.

El problema es que mucha agitación mental productora de enfermedades puede tener su origen en las tentativas bien intencionadas pero desmedidamente entusiastas, inapropiadas o innecesarias, para manejar a la gente. Con frecuencia, la enfermedad es el resultado de esfuerzos frustrados — o exitosos — por implementar lo que la predisposición personal ha determinado en cuanto a cómo y cuándo debe la gente hacer las cosas. Hace casi un siglo, la Sra. Eddy, la Descubridora de la Ciencia de la curación por la Mente, describió el peligro de tratar de gobernar a otros: “Algunas personas tratan de cuidar de la gente como si tuvieran que dirigir el regulador de la humanidad. Dios nos obliga a pagar por intervenir en la actividad que Él ajusta”. Más adelante nos amonesta: “El Principio divino mantiene Su armonía”.Escritos Misceláneos, pág. 353.

La Ciencia Cristiana atribuye todo el poder a Dios, el Ser Supremo. Revela que Dios es Todo-en-todo, el Padre celestial quien posee gobierno infalible sobre cada uno de Su linaje espiritual. Considerada desde este punto de vista, toda suposición de que tenemos poder para ejercer control obstinado o despótico sobre los demás, quebranta el Primer Mandamiento e incluye lo que la Sra. Eddy llama “la deificación propia”.Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 17. Suponemos que nos establecemos como dioses cuando intentamos dominar personalmente a otros. Pero a medida que comprendemos el dominio de Dios, esto elimina el impulso de ejercer control personal, pues la superioridad de Sus medios y arbitrios se evidencia. El estudio y la práctica de Ciencia Cristiana hace que expresemos las innatas cualidades, semejantes al Cristo, de pureza y amor desinteresado que vencen la tendencia a ser dominantes, dictatoriales y manupuladores.

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