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En mis anhelos por conocer y comprender mejor a Dios asistí a la...

Del número de noviembre de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En mis anhelos por conocer y comprender mejor a Dios asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando era estudiante de primer año en la universidad. Con la amorosa dirección de mis maestros de la Escuela Dominical, y por medio de mi propio estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, tuve la experiencia de un maravilloso despertar espiritual. Pronto dependí solamente de la Ciencia Cristiana para la curación de males físicos y otros dificultades. Durante este período, me hice miembro de La Iglesia Madre y de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en un pequeño pueblo de las cercanías de Manila.

Hace algunos años, la conferencia anual de nuestra iglesia filial estaba señalada para el mes de marzo. Me asignaron a servir de ujier. En la tarde de la conferencia, mi tía y yo tomamos un jeepney [término usado en las Filipinas para describir un modelo de ómnibus] para ir a la iglesia. Al final del viaje, cuando me bajaba por la parte de atrás del jeepney, otro vehículo que nos seguía aparentemente perdió los frenos y chocó contra la parte trasera de nuestro jeepney. Las piernas me quedaron aprisionadas con extrema fuerza entre los guardabarros de los dos vehículos.

Recuerdo haber repetido inmediatamente: “Dios perfecto, hombre perfecto. Soy la hija perfecta de Dios”, antes de caer al suelo en gran dolor. Varias personas que pasaban acudieron en mi auxilio, preguntando si me podían llevar al hospital más cercano. Mi tía les dijo que nosotras éramos Científicas Cristianas, y les pidió que nos llevaran a nuestra iglesia.

Afortunadamente, una practicista de la Ciencia Cristiana se encontraba en la iglesia. Ella dijo: “Todo está bien”, y me dijo que ningún accidente realmente había ocurrido, porque los accidentes son desconocidos para Dios. Las dos oramos. Científicos Cristianos que habían acudido a la conferencia, incluso la esposa del conferenciante, nos rodearon amorosamente.

En unos pocos minutos, pude ponerme de pie, completamente sana. Poco después, algunas de las personas que habían presenciado el accidente y que asistieron a la conferencia, se sintieron conmovidos al ver que yo sonreía mientras servía de ujier.

Después de la conferencia, me llamaron para que acudiera ante la autoridad municipal para prestar declaración jurada en relación con el accidente. Las autoridades que me interrogaron, y las personas que habían presenciado el accidente, no podían creer lo que veían. Ambos vehículos sufrieron daños, pero ¡no mis piernas! Les dije que no tenía intención de acusar al que manejaba el otro vehículo, quien estaba tan profundamente emocionado y agradecido que dio gracias a Dios. (A propósito, este señor y su esposa concurrieron a los cultos religiosos de nuestra iglesia el domingo siguiente, y expresaron su agradecimiento a todos los miembros de la iglesia.)

Las siguientes líneas de uno de mis himnos favoritos (el N.° 221 del Himnario de la Ciencia Cristiana), me recuerda esta curación:

Dios reina en nosotros,
nos muestra Su poder;
el hombre, Su idea,
al Alma conoció.

Estoy profundamente agradecida a Dios por la Ciencia Cristiana. Estoy muy agradecida al Maestro, Cristo Jesús; a la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy; a la practicista, al conferenciante y su esposa; y a todos los Científicos Cristianos que me dieron su amoroso y maravilloso apoyo en aquel día.


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