Si alguno dice que es un buen carpintero, esperamos evidencias, tal vez en la manera en que construye la armazón de una casa o coloca una puerta. Si alguien nos dice que sabe cómo cultivar verduras, seguramente esperamos ver suficientes pepinos y tomates frescos en su mesa de cenar.
Sea cual fuere el esfuerzo, cuando se afirma que algo se puede hacer, naturalmente esperamos resultados. Por lo tanto, cuando la gente oye acerca de una religión que enseña la curación espiritual, ¿no deben por cierto esperar pruebas definidas en el trabajo mismo de regeneración y curación?
La Sra. Eddy, que descubrió la Ciencia Cristiana, positivamente se dio cuenta de la importancia de demostrar de manera práctica las verdades espirituales que Dios le reveló. Sabía que la Ciencia Cristiana había llegado a esta época con el poder redentor del Cristo, la Verdad, y que la gente debía ver sus maravillosos efectos. La Sra. Eddy comenzó a predicar, enseñar y sanar con esta Ciencia. Escribió lo que la Mente divina le reveló, y finalmente publicó para el mundo el libro de texto, Ciencia y Salud, el cual elucida el significado espiritual de la Biblia y conmemora el ministerio, coronado por Dios, de Cristo Jesús.
Después que la Sra. Eddy fundó La Primera Iglesia de Cristo, Científico, incluyó un Estatuto en su Manual, el cual claramente pone sobre sus estudiantes la responsabilidad de continuar demostrando los frutos de la curación cristiana. La estipulación que da nuestra Guía en el Manual de La Iglesia Madre, dice: “Sanar al enfermo y al pecador con la Verdad, demuestra lo que afirmamos sobre la Ciencia Cristiana, y nada puede substituir esta demostración. Yo recomiendo que cada miembro de esta Iglesia se esfuerce por demostrar con su práctica que la Ciencia Cristiana sana al enfermo rápida y completamente, probando así que esta Ciencia es todo lo que afirmamos que es”.Man., Art. XXX, Sec. 7.
La humanidad necesita tanto reconocer el valor y la suprema importancia de adherirse de todo corazón a la ley de Dios. Es sólo la confianza en la ley divina lo que final y permanentemente puede resolver los problemas que enfrenta la humanidad. Los esfuerzos sanadores de cada estudiante aportan significativo ímpetu a la misión de la Ciencia Cristiana, a medida que en la actualidad ésta continúa su trabajo para salvar a la humanidad de las ignorantes creencias de la mente carnal; creencias falsas que quisieran asirse a un poder separado de Dios, el Espíritu divino, y que presumen que la vida es fundamentalmente material y temporal. Preeminentemente, la salvación individual en la Ciencia Cristiana nos libera de la esclavitud del pecado, pero también destruye las cadenas de enfermedad, carencia, discordancia: las limitaciones de la mortalidad que quisieran degradar y debilitar a la humanidad.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es Todo-en-todo, Mente ilimitable, Espíritu divino, Alma perfecta, y que toda la creación, incluso el hombre, es en realidad la manifestación espiritual de la Mente. Las verdades acerca de Dios perfecto y hombre perfecto fueron la base de las obras de Cristo Jesús, y la revelación de estas verdades, como son indicadas en Ciencia y Salud, han proporcionado un sistema y reglamento puros de curación científica por la Mente que está al alcance de todos.
Como compañero de la Biblia, que saca a luz el profundo sentido espiritual de las Escrituras, el libro Ciencia y Salud en sí ha probado ser un extraordinario sanador. Su claridad y lo específico que es su mensaje del Cristo han purificado y elevado a un sinnúmero de sus lectores, y les ha restablecido la salud. En Ciencia y Salud leemos: “Podrían presentarse millares de cartas que atestiguan el poder curativo de la Ciencia Cristiana y que indican especialmente el gran número de personas que han sido reformadas y sanadas por medio de la lectura cuidadosa o el estudio de ese libro”.Ciencia y Salud, pág. 600. Y hoy día, un siglo después de la primera publicación de Ciencia y Salud, muchos miles más de cartas podrían presentarse, como, en realidad, presentamos algunas en este número del Heraldo.
Tal vez, la más extraordinaria colección de tales testimonios, se encuentre en Ciencia y Salud, en el capítulo “Los Frutos de la Ciencia Cristiana”, colección que comprende las últimas cien páginas del libro de texto. El comentario citado más arriba es, de hecho, el párrafo con el que comienza este capítulo final. Quizás un típico ejemplo de regeneración y curación pueda dar una idea de la manera en que verdaderamente el libro de texto es un sanador cristiano.
Un hombre escribió que había estado bajo el cuidado de varios médicos, y que el último que consultó fue lo suficientemente honrado como para no cobrarle por la visita porque dijo que no había medicina que pudiera lograr la curación. La condición de este señor había recibido diversos diagnósticos, a veces como enfermedad de Bright o como trastorno agudo de los riñones, la vejiga y la próstata.
Su carta continúa diciendo que en 1888 vio por primera vez un ejemplar de Ciencia y Salud. Entonces él y su esposa mandaron a pedir el libro de texto y comenzaron a estudiarlo diligentemente. Este hombre mencionó que previamente no había tomado en serio las Escrituras, pero que su estudio de la Ciencia Cristiana lo guió naturalmente a la Palabra de Dios. Escribió: “Tenía yo grandes prejuicios contra la Biblia, y mi primera demostración sobre mis prejuicios fue consentir en leer los cuatro Evangelios... ¡Qué cambio se operó en mí! ¡En un instante todos mis prejuicios desaparecieron! Cuando leí las palabras del Maestro, comprendí su significado, y la lección que él trataba de transmitir. No me fue difícil aceptar toda la Biblia — no podía menos, pues estaba sencillamente cautivado”.
Este hombre terminó su testimonio explicando que a pesar de que sus dificultades físicas perduraron por varios meses, ya no les tenía temor. Y la completa curación llegó. Dijo: “Continué mi estudio de Ciencia y Salud, y la enfermedad desapareció. Con toda sinceridad puedo decir que Ciencia y Salud fue mi único sanador...” Ibid., págs. 626–627.
Una vez, Jesús enseñó a sus discípulos usando la metáfora de un buen árbol que da frutos buenos y de un árbol malo que da frutos malos. Entonces nuestro Maestro dijo: “Así que, por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:20. Los buenos frutos que el libro de texto de la Ciencia Cristiana da a la vida de sus lectores, proveen amplia evidencia del bien, de la veracidad y de la eficacia redentora del libro. Y, como estudiantes de esta preciosa Ciencia, aprendemos que siempre podemos hacer más para aceptar profundamente las lecciones de nuestro libro de texto. Siempre podemos hacer más para demostrar con humildad y amor desinteresado el todo poder de Dios mediante nuestra propia práctica de la curación, esforzándonos así por ser fieles testigos de que esta Ciencia es “todo lo que afirmamos que es ”.
