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Celebración de la Navidad

Del número de diciembre de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando se acerca la época de la Navidad, nuestros corazones gozosamente se dirigen hacia la celebración del advenimiento de Cristo Jesús, nacido de María, la Virgen madre. Pensamos que el cristianismo comenzó en el pesebre donde nació Jesús. No obstante, el Cristo se remonta a épocas mucho más anteriores que ésa. El Cristo es tan eterno como Dios.

El Cristo es la voz de Dios que habla a la humanidad; es la influencia divina que trae redención, libertad, paz, gozo y salud. Su actividad es, y siempre ha sido, la de despertar al mundo del hipnotismo de la materialidad a la realidad presente y actual del verdadero ser espiritual. La luz del Cristo pone al descubierto el pecado y sus efectos, y los destruye.

Este Cristo, la Verdad, fue discernido y demostrado, en cierta medida, a través de la historia de la Biblia. Fue mediante el Cristo que Moisés y otros hombres santos fueron capaces de enseñar la verdad acerca de la naturaleza de Dios y de Su voluntad para con el hombre, y de realizar actos considerados milagrosos.

Una ilación común que transcurre a través de las palabras de los profetas del Antiguo Testamento, es la promesa de que Dios enviaría a un representante — llamado algunas veces gobernante o rey — como señal y agente de Su gobierno salvador sobre la tierra. En ninguna parte estas promesas son más vívidas que en el libro de Isaías, donde el escritor profetiza que uno, cuyo nombre será llamado Emanuel (Dios con nosotros), nacerá de una virgen. Vendrá luz al pueblo que anda en tinieblas, promete el profeta. “Porque un niño nos es nacido..., y el principado [estará] sobre su hombro... Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre”. Este último versículo concluye con la magnífica promesa: “El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”. Ver Isa. 7:14; 9:2, 6, 7.

Estas profecías se cumplieron hace casi dos mil años en Belén. A medida que leemos los relatos de la natividad en los Evangelios de Mateo y Lucas, notamos la actividad de los ángeles (pensamientos de Dios que vienen al hombre) anunciando este acontecimiento. Un ángel preparó a María y, después, a José para la parte que cada uno tendría en el cumplimiento de la profecía.

Un ángel informó a los pastores que cuidaban a sus ovejas en el campo durante la noche, que el Salvador había nacido. Con esa gloriosa nueva, y las instrucciones sobre dónde encontrar al niño, vino el coro angelical: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Lucas 2:14.

La estrella que apareció es otra parte emocionante de la historia de la Navidad, esa estrella que guió a los Magos hacia el niño de Belén.

Tiempo después, cuando la ira de Herodes quiso destruir al niño de la profecía, el ángel puso sobre aviso a José para que llevara al niño y a su madre a Egipto y estuvieran a salvo. Cuando Herodes ya no estaba, fue un ángel quien dijo a José que volviera a Israel pues el peligro había pasado.

El recuerdo de esos acontecimientos es apreciado por los cristianos de todo el mundo y se vuelve a apreciar en la época de Navidad. El 18 de diciembre de 1953, dos páginas completas del The Christian Science Monitor se dedicaron a “La profecía mesiánica: su cumplimiento y su promesa eterna”. Profecías del Antiguo Testamento concernientes al Mesías, relatos de la natividad, versículos que relataban la esencia de la enseñanza del Maestro y algunas de sus obras maravillosas, como también versículos referentes a “la promesa eterna”, fueron seleccionados, adaptados y luego reproducidos en ese número del Monitor. Estas selecciones bíblicas han sido una parte fundamental de mi preparación para la Navidad desde que fueron publicadas, y están incluidas al final de este artículo para quienes quieran agregarlas a su lectura de Navidad.

Se proyecta una luz gloriosa sobre la historia de la Navidad cuando se usan las Concordancias de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras para encontrar referencias pertinentes al “Cristo” y “Jesús” en el libro de texto de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Las Concordancias de otras obras de Mary Baker Eddy contienen referencias sobre la “Navidad” que revelan valiosos tesoros sobre este tema de la pluma de nuestra Guía.

Debido a que la música es una parte muy apreciada de la Navidad, algunos himnos de Navidad del Himnario de la Ciencia Cristiana que son antiguos favoritos y otros menos conocidos, aunque hermosos, traerán gozo a nuestra celebración de la Navidad. Incluso cuando no se canten en alta voz, la melodía de su mensaje es bella. El himno que comienza: “Nuestro señor aquí está”, dice más adelante: “Que todo corazón le prepara un lugar”.Himnario, N.° 417 (según el Himnario en inglés). Eso es precisamente lo que nuestra meditación sobre las citas de la Biblia, los escritos de la Sra. Eddy y los himnos sobre el tema de la Navidad, hace. Prepara nuestros corazones para ver más claramente lo que la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, da a entender cuando escribe en Ciencia y Salud: “El cristianismo de Cristo es la cadena del ser científico que reaparece en todas las épocas, mantiene su evidente correspondencia con las Escrituras y une todas las épocas en el designio de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 271.

La estrella que guió a los magos tiene un significado especial para nuestra época. Hoy en día, esta luz guía el camino hacia la Ciencia Cristiana. Todos los que aman y estudian la Ciencia Cristiana han respondido a esta “estrella”.

Esta luz del Cristo me sanó cuando me quemé gravemente la mano en las primeras horas de una mañana de Navidad. Oré inmediatamente para comprender que yo no podía sufrir por un acto de amor; en este caso, las preparaciones de la cena para comer más tarde con la familia. Tan pronto como pude, me senté tranquilamente y oré con todo mi corazón para ser liberada del dolor que continuaba sin alivio. Al orar para saber qué era lo que necesitaba ser sanado en mí, recordé que en la víspera de Navidad me “encendí” en furia cuando un hombre, un amigo de años, había hecho severos comentarios acerca de amigos mutuos bajo circunstancias que no me permitieron decir nada en defensa de ellos.

Me di cuenta en ese entonces que corregir a ese hombre era la incumbencia de Dios, y no mía. Oré con humildad preguntándome: “¿Cuál es entonces mi responsabilidad en este asunto?” Fue entonces que la luz del Cristo inundó mi consciencia con esta gloriosa comprensión: “Mi obligación es amar a ese hombre viendo sólo el bien en él”. ¡Y lo hice! El amor sencillamente se derramó en mi pensamiento. Fue sin esfuerzo, maravilloso, una verdadera cualidad reflejada. Con ello vino la curación inmediata. El dolor en la mano se detuvo tan abruptamente como cuando uno cierra la llave del agua. El gozo que sentí por la curación de cierto grado de justificación propia y resentimiento, está todavía conmigo.

¡Imagínense el gozo que sentí por la Navidad al hacer todo lo que tenía que hacer ese día, sin ningún dolor, ni ampollas u otros efectos resultantes de la quemadura! Pude decir con nuestra Guía: “La estrella que con tanto amor brilló sobre el pesebre de nuestro Señor, imparte su luz resplandeciente en esta hora: la luz de la Verdad, que alegra, guía y bendice al hombre en su esfuerzo por comprender la idea naciente de la perfección divina que alborea sobre la imperfección humana — que calma los temores del hombre, lleva sus cargas, lo llama a la Verdad y al Amor y a la dulce inmunidad que éstos ofrecen contra el pecado, la enfermedad y la muerte”.Escritos Misceláneos, pág. 320.

Cada uno de nosotros que ha respondido a la luz de esta estrella, conoce algo de la maravilla y el gozo que vienen aun con una pequeña vislumbre del Cristo en nuestra consciencia. Nos regocijamos con la comprensión que nace de estas palabras de Ciencia y Salud: “Cuando una nueva idea espiritual es traída a la tierra, la palabra profética de Isaías se cumple nuevamente: ‘Un niño nos es nacido... y se llamará su nombre Admirable’ ”.Ciencia y Salud, pág. 109.

De la misma manera en que las profecías del Antiguo Testamento se cumplieron en la vida de Cristo Jesús, las profecías del Maestro concernientes al Consolador se han cumplido con la venida de la Ciencia Cristiana, la Ciencia del Cristo o Ciencia del Cristianismo. El Maestro prometió: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Juan 14:26.

En humilde gratitud por el cumplimiento de la profecía, anhelamos obedecer el mandamiento de Cristo Jesús: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8. La verdadera celebración de la Navidad es mediante la curación en obediencia a este mandato.

Decimos con el Apóstol Pablo: “¡Gracias a Dios por su don inefable!”, 2 Cor. 9:15. el don de Su Cristo, el cual salva y sana. Dios le conceda a cada uno una feliz y santa Navidad.

Referencias usadas en el artículo del Monitor del 18 de diciembre de 1953:

La profecía

Gén. 49:10; Deut. 18:15, 17, 18; Núm. 24:17, 19; Isa. 7:14, 15; Isa. 9:2, 6, 7; Isa. 11:1–6, 9; Isa. 35:5, 6; Isa. 11:10; Isa. 52:13, 7; Miq. 5:2, 4, 5; Jer. 23:5, 6; Jer. 31:31, 33, 34; Ezeq. 37:21, 24, 25; Ezeq. 34:23, 24; Zac. 9:9; Dan. 7:13, 14.

El cumplimiento

Lucas 1:5–33, 39, 40, 46–49, 56–66; Mateo 1:18–24; Lucas 2:1, 3, 20, 24–35; Mateo 2:1–14, 16, 19–23; Lucas 2:40–52; Mateo 3:1; Juan 1:6–9, 15, 16; Mateo 3:13–17; Mateo 4:17, 25; Mateo 5; Mateo 6; Mateo 7; Mateo 8:1; Mateo 4:23, 24; Mateo 8:2, 3, 23–27; Mateo 9:1–8; Mateo 12:22, 23; Juan 4:46–53; Lucas 7:11–17; Mateo 10:1, 5, 8; Mateo 11:1.

La promesa eterna

Lucas 24:49; Mateo 11:28; Juan 14:27; Mateo 11:29, 30; Juan 5:19, 20, 30, 25, 26; Juan 6:27, 33, 35, 40, 51, 56, 57; Juan 8:12, 31, 32; Juan 10:27–30, 37, 38; Juan 11:25, 26; Juan 12:25, 26, 44, 46, 50; Marcos 13:10; Mateo 28:19, 20; Juan 15:10; Juan 14:15, 23; Juan 15:11; Juan 14:12–14, 16–20, 26, 27; Juan 16:33; Juan 17:3–6, 9, 10, 20, 21, 26.

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