Cierto invierno, un estudiante de Ciencia Cristiana sufría de los efectos de la gripe. Éstos parecían ser tan serios que apenas podía pensar con claridad. Pero sabía que si le era posible obtener un sentido del amor omnipresente de Dios, sería sanado. De manera que se dirigió a un lugar tranquilo en su casa y comenzó a declarar en alta voz “la exposición científica del ser” del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Dice así: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo. El Espíritu es Verdad inmortal; la materia es error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 468.
Oró con todas sus fuerzas durante dos o tres horas usando estas seis frases, tratando de comprenderlas. Cada vez que pensaba en ellas, le hacían más sentido, especialmente la frase “Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Cuanto más llenaba su pensamiento de la verdad espiritual de estas frases, tanto mas reconfortado se sentía. Se sintió consciente de la eterna presencia y del amor tranquilizador de Dios, y dejó de esperar un cambio físico. Entonces de repente sanó por completo. No hubo ningún proceso de mejoría gradual. Todos los síntomas simplemente desaparecieron, y se encontró bien.
Se levantó lleno de gratitud, y continuó repitiendo “la exposición científica del ser”, puesto que esta declaración estaba teniendo un profundo efecto en su pensamiento. Se bañó, durmió durante una hora, y ese día fue a trabajar totalmente sanado y renovado.
¿Cómo se llevó a cabo esta curación? ¿Habían sido estas enérgicas declaraciones de la verdad espiritual el ejercicio del poder de la voluntad o la evidencia de la convicción? Si examinamos la diferencia entre estas dos palabras encontraremos la respuesta.
Poder de la voluntad significa fuerza de voluntad, empeño mental. Es la mente humana que se esfuerza por cambiar las cosas en la forma en que cree que deben ser. Por ejemplo, si tratáramos de hacer que Dios, la Mente divina, cambiara, o si Le pidiéramos que actuara de acuerdo con nuestros designios personales, estaríamos implicando que Dios es imperfecto y que no es todo acción. Esto sería usar el poder de la voluntad. Por otra parte, tener convicción implica tener la certeza de algún hecho o de alguna verdad. La curación en la Ciencia Cristiana no se obtiene exigiendo obstinadamente que Dios actúe de acuerdo con lo que quisiéramos delinear humanamente; ésta viene con la convicción firme y humilde de que Dios y toda Su creación son totalmente perfectos, todopoderosos y están siempre presentes.
Una cuestión esencial, que no puede pasarse por alto aquí, es que la curación se logra a consecuencia de un cambio. Pero, ¿un cambio en quién? ¿En Dios? ¿O en la mente humana? Si Dios tuviera que cambiar, la mente humana sabría mas que Dios y sería superior a la Mente divina. Es evidente que es la mente humana la que tiene que cambiar. La curación se lleva a cabo en la medida en que nos disponemos a renunciar los conceptos falsos acerca de Dios y Su hombre perfecto. Esta renuncia se lleva a cabo por medio del poder del Cristo, por medio de la regeneración y cristianización del corazón y de la mente. La mente humana tiene que ponerse de acuerdo con Dios y Su ley infalible del ser perfecto y armonioso. Ciencia y Salud pregunta: “¿Quién se pondría ante una pizarra rogando al principio de las matemáticas que resuelva el problema? La regla ya está establecida, y es nuestra tarea hallar la solución. ¿Le pediremos al Principio divino de toda bondad que haga Su propio trabajo? Su obra está acabada, y sólo tenemos que valernos de la regla de Dios para recibir Su bendición, la cual nos capacita para ocuparnos en nuestra salvación”.Ibid., pág. 3.
Entonces, ¿qué curó al hombre con la gripe? Lo que trajo la curación fue un cambio de corazón, la cristianización de su pensamiento y la calma convicción de que la creación de Dios, incluso el hombre, está intacta y es armoniosa.
Cuando comprendamos la naturaleza real de Dios veremos que el poder de la voluntad no es necesario ni provechoso. También veremos que la convicción espiritual es el catalizador de la verdadera curación. El poder de la voluntad fácilmente se frustra con el desaliento. La convicción espiritual tiene una firme confianza en Dios Todopoderoso. La convicción está llena de esperanza y expectativa, y abunda en frutos.
Si Dios no fuera un creador perfecto, tendríamos que suponer que hay imperfecciones y fallas en Su creación que necesitarían ser corregidas. Por todas partes habría equivocaciones, y habría que señalárselas a Él para que las corrigiera. En esta creencia de limitación e imperfección, puede que creamos en la necesidad de suplicar desesperadamente a Dios para que Él mejore la creación y armonice la vida. Podríamos asemejar esta creencia frustratoria a la actitud de los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal en 1 Reyes, capítulo 18.
El profeta Elías los invitó a preparar un holocausto en un altar para ver si sus dioses les respondían con fuego. Los cuatrocientos cincuenta profetas prepararon su buey e invocaron a sus dioses (se podría decir que “los presionaron”) durante todo el día. No hubo respuesta alguna.
Luego Elías calmadamente preparó su holocausto con tal confianza que hasta hizo empapar toda el área con agua. Hablando con la convicción de que Dios estaba muy cerca y era muy poderoso, dijo: “Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas”. 1 Reyes 18:36.
El holocausto fue consumido en forma instantánea con fuego que cayó del cielo, incluso las piedras, la leña, el polvo y el agua de la zanja. El pueblo que observó este evento, inmediatamente se postró y reconoció el poder y la completa soberanía de Dios.
La clara convicción que Elías tenía del poder y de la presencia de Dios no era débil ni obstinada. No exigió que Dios actuara. Sus palabras indicaban que él tenía pruebas de que Dios estaba siempre presente y era omnipotente.
Cuando un centurión romano vino a Cristo Jesús a pedirle que sanara a su criado, el Maestro se impresionó por la fe del soldado. El centurión no exigió que Jesús sanara a su criado. Sus palabras denotaban que tenía una profunda convicción de que este hombre de Dios sólo tenía que decir “la palabra” Mateo 8:8. y su criado sería sanado. Y lo fue.
Somos propensos a tener convicción de aquello que es totalmente seguro y evidente. La Ciencia Cristiana nos ayuda a ver que Dios, el Amor divino, está siempre presente y es siempre digno de confianza. Su creación perfecta es una realidad eterna. Podemos depender de esta verdad y confiar en ella. Y podemos demostrar que nada puede detener nuestro despertar a la realidad divina y experimentarla aquí y ahora.
La obra de Dios está terminada. La perfección de cada uno de los hijos de Dios, incluso la suya y la mía, es eterna. Nada necesita ser cambiado, sino las equivocaciones humanas acerca de Dios y el hombre. No es necesario decir a Dios qué es lo que tiene que hacer. Él no necesita cambiar, ni tampoco Su obra. Él está siempre manteniéndolo todo perfectamente. Podemos recurrir a Dios, el Principio perfecto, con la completa confianza de que a medida de que Lo comprendamos, nuestras necesidades humanas serán satisfechas. Porque, en realidad, ya están satisfechas espiritualmente. Dios está cuidando ahora de cada uno de Sus hijos. El Cristo nos revela esta verdad. Y por medio de la oración y de nuestra convicción en la verdad, la experimentamos.
La Sra. Eddy fue una mujer que tenía una gran convicción en el poder sanador de Dios. Ella no sólo practicaba la curación, sino que esperaba que otros se sanaran por medio de sus propias oraciones. Esperaba que los lectores del libro de texto comprendieran la verdad espiritual de “la exposición científica del ser” y se sanaran por medio de ella. Con aquilatada experiencia escribe: “Abogad con sincera convicción de la verdad y con clara percepción del efecto invariable, infalible y seguro de la Ciencia divina. Entonces, si vuestra fidelidad es sólo semiigual a la verdad de vuestro alegato, sanaréis al enfermo”.Ciencia y Salud, pág. 418.
No hay necesidad de presionar a Dios para que haga algo que ya no haya hecho. Lo que se necesita es la total convicción en lo que Él ya ha hecho. Esto sana.