Me crié en un hogar donde se practicaba la Ciencia Cristiana con regularidad, y he confiado en sus enseñanzas para sanar dificultades de toda clase. Sentía que nada podía conmover mi fe en el poder de la oración para sanar, hasta que llegó el momento del nacimiento de nuestro segundo hijo. Entonces fue cuando me vi frente a verdaderos momentos de prueba.
Durante los nueve meses de embarazo, había orado diligentemente con la ayuda de una practicista de Ciencia Cristiana. Reconocimos que madre e hijo de ninguna manera podían causarse nada inarmónico el uno al otro, porque el origen y sustento espirituales de cada uno proceden de Dios, nuestro verdadero Padre-Madre. Me sentí libre de todo oneroso sentido de responsabilidad personal, y el nacimiento tuvo lugar prontamente y sin complicaciones.
Sin embargo, al día siguiente apareció un gran crecimiento en la parte de atrás del lado izquierdo de la cabeza del bebé. Y cuando le lavé la cabeza, noté que aparentemente no había hueso debajo de esa parte del cráneo. Mi esposo y yo sentimos gran temor. La niña había nacido en casa, y el médico y la enfermera que había venido con él, partieron poco después. No había habido ningún comentario del médico sobre el estado de la niña. Nos sentimos muy agradecidos por esto. También tuvimos la asistencia de una enfermera de la Ciencia Cristiana por dos días, que fue un gran apoyo para nosotros. No obstante, aún persistía la tentación de llamar al médico y preguntarle acerca de qué peligro presentaba esta condición.
En la indecisión de si llamábamos al médico o no, nos decidimos primero por llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana. Como la practicista que había orado con nosotros durante el nacimiento de la niña salía para otro estado, ella nos recomendó que llamáramos a un practicista de la localidad que pudiera venir a nuestra casa si era necesario. Oramos por la guía de Dios, y fuimos guiados a llamar a un practicista, al que no conocíamos ni habíamos oído hablar de él anteriormente.
Inmediatamente, el practicista calmó nuestros temores con su confiada, calma y amorosa respuesta. Nos alentó a apreciar las cualidades espirituales de nuestra hija que provenían de Dios, en lugar de concentrarnos en la apariencia física de ella. También, él vino a nuestro hogar. Después de hablar con mi esposo y conmigo, fue solo al cuarto de la niña, que estaba dormida, y oró por varios minutos.
Al día siguiente, mi esposo y yo llegamos a la conclusión que no era necesario obtener una opinión del médico sobre la aparente condición física de la niña. Esta decisión trajo un maravilloso alivio a nuestros temores. Resolvimos que no había nada inarmónico que el Dios Todopodero no pudiera sanar perfectamente.
En aquella época teníamos otros asuntos que nos preocupaban grandemente. Teníamos pendiente, y ya vencido, el pago de una fuerte suma en nuestra hipoteca. Mi esposo estaba sin trabajo desde hacía ya varios meses, y nuestros ahorros ya casi se habían agotado. También teníamos una cañería rota que había empapado el alfombrado de la mayor parte de la casa. Parecía como si el peso del mundo estuviera sobre nuestros hombros. La siguiente declaración de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 233), nos dio valor para seguir adelante en nuestros esfuerzos y oraciones: “... el progreso es la ley de Dios, cuya ley nos exige sólo lo que podemos cumplir con seguridad”. [Esto es de un pasaje que dice: “Cada día nos exige pruebas más convincentes y no meras profesiones de poder cristiano. Esas pruebas consisten únicamente en la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte por el poder del Espíritu, como Jesús los destruía. Ése es un elemento de progreso, y el progreso es la ley de Dios, cuya ley nos exige sólo lo que podemos cumplir con seguridad”.]
Mi temor cedió con la oración; pero, de vez en cuando, me sentía tentada a dejar que mi pensamiento divagara. A veces me preguntaba qué pensarían mis amigos que no eran Científicos Cristianos, sobre mi decisión de resolver este problema por medio de la oración. También me preguntaba qué pasaría si mi hija no era sanada. Yo evitaba que otras personas vieran a la niña porque creía que ellos se sentirían preocupados. El practicista amorosa pero firmemente insistió en que yo no siguiera rumiando, pero que, en su lugar, llenara mi consciencia con las verdades de la creación espiritual de Dios. Me animó a que esperara que sólo se manifestara la perfección.
Cada día sentíamos un mayor regocijo en nuestro hogar, que reemplazó la tensión que antes había. Después de tres semanas, llegamos a un punto de comprensión y de fe que llenó nuestro hogar de felicidad y de la firme expectativa de bien, aunque la evidencia material no había cambiado. Estábamos seguros de que Dios nos llevaría hasta el final. Sabíamos que habiendo realizado todo el trabajo de oración, solamente necesitábamos permanecer firmes en la actitud espiritual que habíamos tomado.
Durante los tres días siguientes, el crecimiento en la cabeza de nuestra hija fue disminuyendo consistentemente. Cuando le lavé la cabeza la tercera noche, noté que el vacío en el cráneo estaba totalmente lleno. Continuamos orando, y la cabeza de nuestra hija pronto estaba bien y perfectamente formada.
Nada puede describir el regocijo y la humilde gratitud que sentimos por esta activa demostración del cuidado y amor de Dios. Como resultado de nuestras oraciones, nuestros otros problemas también fueron resueltos. Mi esposo obtuvo un empleo satisfactorio, nuestro pequeño negocio mejoró grandemente, pagamos nuestras deudas y hasta nos quedó dinero; y los daños causados por la cañería rota fueron reparados por el contratista.
Es mi esperanza, al compartir esta experiencia, que otras personas, quienes quizás sientan “el peso del mundo”, se valgan también del poder de Dios, esperen demostrar la perfección espiritual que les es inherente y sientan el regocijo y la confianza que se obtienen mediante la curación divina.
Irvine, California, E.U.A.
Deseo verificar que esta curación tuvo efecto exactamente como mi esposa la ha relatado. Esta experiencia fue muy importante en nuestro progreso porque aprendimos a apartarnos de un cuadro falso y material de la vida hacia los verdaderos hechos espirituales del ser del hombre. Estoy muy agradecido por el cuidado de Dios.