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Me crié en un hogar donde se practicaba la Ciencia Cristiana con...

Del número de diciembre de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me crié en un hogar donde se practicaba la Ciencia Cristiana con regularidad, y he confiado en sus enseñanzas para sanar dificultades de toda clase. Sentía que nada podía conmover mi fe en el poder de la oración para sanar, hasta que llegó el momento del nacimiento de nuestro segundo hijo. Entonces fue cuando me vi frente a verdaderos momentos de prueba.

Durante los nueve meses de embarazo, había orado diligentemente con la ayuda de una practicista de Ciencia Cristiana. Reconocimos que madre e hijo de ninguna manera podían causarse nada inarmónico el uno al otro, porque el origen y sustento espirituales de cada uno proceden de Dios, nuestro verdadero Padre-Madre. Me sentí libre de todo oneroso sentido de responsabilidad personal, y el nacimiento tuvo lugar prontamente y sin complicaciones.

Sin embargo, al día siguiente apareció un gran crecimiento en la parte de atrás del lado izquierdo de la cabeza del bebé. Y cuando le lavé la cabeza, noté que aparentemente no había hueso debajo de esa parte del cráneo. Mi esposo y yo sentimos gran temor. La niña había nacido en casa, y el médico y la enfermera que había venido con él, partieron poco después. No había habido ningún comentario del médico sobre el estado de la niña. Nos sentimos muy agradecidos por esto. También tuvimos la asistencia de una enfermera de la Ciencia Cristiana por dos días, que fue un gran apoyo para nosotros. No obstante, aún persistía la tentación de llamar al médico y preguntarle acerca de qué peligro presentaba esta condición.

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