Hay tantas cosas que parecen inciertas. Las relaciones internacionales, la economía, el pronóstico del tiempo, la batería del automóvil, el soufflé. No es de extrañarse que los seres humanos sientan necesidad de algo superior a este sentido mortal de la existencia que promete mucho y da poco.
Si hay algo en medio de la experiencia humana que podría ser definido correctamente como seguro — como algo absolutamente infalible — es el Cristo de Dios. La existencia basada en la materia con sus cambios y transformaciones, no satisface. En realidad, es profundamente inquietante. Tal vez no hayamos sentido esto intensamente, pero en nuestro corazón, todos anhelamos algo que no decaiga. Y tarde o temprano, todos veremos al Cristo — que Jesús ejemplificó tan cabalmente — como siempre el mismo. Sentiremos que el Cristo termina con nuestras incertidumbres, que es una presencia infalible, sanadora.
La vida de Jesús ilustró muchas lecciones, y una de las más inolvidables fue que su naturaleza divinamente dotada, el Cristo, jamás podía ser derrotada. Pero ¿muestra eso una perspectiva material? Después de todo, Jesús fue rechazado, traicionado, negado, crucificado. El discernimiento espiritual nos capacita para ver que el Cristo nunca le falló a Jesús. Lo guió triunfante a través de todos esos sucesos hasta que llegó a expresar en su totalidad al Cristo, la idea perfecta de filiación, hasta la ascensión misma.
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