“Y a pesar de todo esto, la naturaleza nunca se agota; / En lo profundo de las cosas, vive la más preciada renovación”, “God’s Grandeur,” Poems by Gerard Manley Hopkins (London: The Folio Society, 1974), pág. 62. escribió el poeta Gerard Manley Hopkins. ¡Cómo sentimos esta renovación! Una repentina y fresca brisa marina en verano; una tardía claridad que emerge en el occidente al fin de un día sombrío y lluvioso, y aun el amanecer de cada mañana, todos parecen guardar relación con las profundas intuiciones espirituales que tenemos de la eterna innovación.
Pero, ¿estamos suficientemente convencidos de que esta clase de renovación está siempre presente, que jamás se pierde, que jamás se agota? ¿Esperamos realmente encontrarla en nuestro estudio espiritual, en la vida diaria, en la iglesia? Debiéramos esperarla, y podemos esperarla, porque esta renovación es la característica inmutable de la experiencia espiritual.
El advenimiento del cristianismo trajo consigo gran renovación. Contrariamente al lánguido comentario expresado en el libro de Eclesiastés, aquí sí había algo completamente nuevo bajo el sol. Al leer el Nuevo Testamento casi se puede experimentar tangiblemente el sentido de expectativa y posibilidades contenidos allí. Los seguidores de Cristo Jesús sabían que estaban dependiendo de nuevos recursos, desconocidos para un mundo cansado. San Pablo lo expresó así (según la traducción de J. B. Phillips): “Si un hombre está en Cristo, es totalmente una nueva persona; el pasado se acabó y se fue, todo se ha renovado y vivificado”. 2 Cor. 5:17. La versión Reina-Valera de la Biblia traduce este versículo así: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
La Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) hizo su aparición en el siglo diecinueve con idéntica cualidad y poder de renovación, porque se basó en el mismo reconocimiento espiritual de que la vida no es lo que les parece a los sentidos materiales que es, sino que Dios es la Vida del hombre. Y Dios tiene para el hombre un bien infinito, no lo trillado de una existencia material y finita en la cual la excelencia renovadora raramente ocurre y lo trivial es rutinario. Experiencias nuevas y originales de una bondad no estereotipada y de profunda motivación, aguardan a cada individuo para siempre.
Aquella sensación de haberlo escuchado todo antes, de haberlo hecho todo antes, simplemente no es necesaria. Disminuye más y más si verdaderamente seguimos a Cristo, obedientemente aceptando la verdadera idea de Dios, la que de un modo tan cabal impulsaba a Jesús. Entonces vamos percibiendo gradualmente que la falta de inspiración es un concepto impuesto, una conclusión influida mesméricamente, jamás una percepción valedera.
A menudo, la sensación de aburrimiento o de insulsez incluye su propia sutil justificación. El argumento sugiere que uno ha llegado humanamente a un punto en el cual, debido a la edad, a la experiencia o a la costumbre, tiene honradamente que admitir que ya nada parece nuevo; pero esta manera de razonar es, en sí misma, el efecto de sucumbir innecesariamente a una sugestión mesmérica. No es, de ninguna manera, una exposición objetiva respecto a la causalidad. La única causa de todo ser verdadero es Dios; por lo tanto, el significado y renovación verdaderos de la Vida son omnipresentes. Como dice Mary Baker Eddy: “Los cristianos se regocijan en belleza y abundancia secretas, ocultas al mundo pero conocidas de Dios”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 15.
Un testimonio que se publicó hace varios años en el The Christian Science Journal elucida muy bien este punto. He aquí un extracto de lo que dijo el testificante:
Hace algún tiempo, pasé por una época en que hallaba poquísima inspiración en mi estudio de esta Ciencia. Culpaba al sistema que producía tanta monotonía. Un domingo por la mañana asistí a una Iglesia de Cristo, Científico, en otra ciudad, aunque fui sin esperar nada nuevo del culto religioso. Cuando el lector leyó el “Himno de Comunión” por la Sra. Eddy, Himno N.° 298 del Himnario de la Ciencia Cristiana, las primeras líneas me estremecieron: “¿A Cristo viste? ¿Su voz oíste? / ¿Sientes del Verbo el poder?” Profundamente conmovido, en silencio respondí: “Sí, sí, sí. He visto, oído y sentido ‘el poder de la Palabra’ ”.
Lágrimas de renuncia y gratitud llenaron mis ojos, y sentí que en ese instante fui disciplinado y sanado. Ansiosamente leí con nuevos ojos Ciencia y Salud. Las páginas cobraron vida, y percibí que la monotonía había estado en mí, no en el libro. Este libro, que leo junto con la Biblia, continúa siendo siempre variado y nuevo. Estoy maravillado de lo que la Sra. Eddy percibió y pudo poner en palabras de manera tan elocuente.Journal, Septiembre 1976, pág. 526.
El testificante habló de haber sido disciplinado. La mente mortal está siempre equivocada aunque insista estar en lo cierto. ¿No es ésta la razón por la que necesitamos que se nos discipline? La mente mortal insiste adamantinamente que el cuadro que presenta es el único que razonablemente podemos tener. Se queja de que las cosas no siempre son inspiradoras, que a menudo permanecen desesperadamente monótonas por mucho tiempo. Pero cuando el Cristo viene a la consciencia humana y la mente mortal es dominada, repentinamente percibimos lo que siempre realmente ha estado allí para ser visto. Despertamos para percibir la presencia verdadera del reino de Dios; para ver el bien que es tanto supremo como maravilloso. Captar una vislumbre de esta verdad nos hace humildes, ¡y también nos enaltece!
El original descubrimiento de la Ciencia Cristiana incluyó esta clase de disciplina. La Sra. Eddy escribió acerca de su experiencia: “Contemplé lo solapada que es la mente mortal en sus modos materiales y quedé turbada. Pálida quedó la mejilla del orgullo... Belén y Betania, Getsemaní y el Calvario, hablaron a mi purificado sentido como si fuera por los lacrimosos labios de un bebé”.Retrospección e Introspección, pág. 31. Si hemos de esperar un sentido continuo de nuevos descubrimientos en nuestro estudio de Ciencia Cristiana, no debiera sorprendernos que se requiera que nos disciplinemos continuamente.
Todos somos llamados a echar fuera aquel insistente y reincidente sentido de personalidad mortal en la materia; el “viejo hombre” del cual habló San Pablo. Es este proceso expansivo y notable el que se halla en la Ciencia Cristiana. Como cristianos y como Científicos Cristianos, estamos empeñados en dejar que Dios nos muestre una individualidad totalmente nueva, nuestra verdadera individualidad creada a Su imagen. Estamos empeñados en vestirnos “del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Ver Efes. 4:22–24.
Esta nueva identidad no puede sino ver con inmensa renovación. Es, después de todo, testigo del universo de Dios, un universo perenne, infinito y por siempre tan nuevo y bueno como “cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job 38:7.