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El porqué de la gratitud

Del número de marzo de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La gratitud trae curación. En su sentido espiritual, la gratitud es un entusiasta y apreciativo reconocimiento de que el bien está siempre presente con nosotros. Es importante para la curación porque abre las puertas de nuestra consciencia a un reconocimiento más vívido de Dios: de Su omnipresencia, Su todo poder, Su bondad y amor hacia todo lo que Él ha creado e incluye. La gratitud abre nuestros ojos — nuestro discernimiento espiritual — a lo que es real. Vivifica nuestra visión espiritual. Y la visión espiritual, el percibir lo que Dios es y lo que el hombre es como Su amada expresión, es imprescindible para la curación cristiana.

Un elemento esencial para tener visión clara es el enfoque preciso. Cualquier aficionado a la fotografía sabe esto. Lo mismo ocurre con el metafísico; él sabe que los rayos de la luz espiritual tienen que ser enfocados con precisión a fin de revelar claramente la imagen o idea divina. La gratitud que sintamos nos ayuda a enfocar el bien. Nos mueve a captar las ideas espirituales y las leyes divinas más claramente. En las palabras de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens): “Qué es la gratitud sino una poderosa cámara oscura, algo que enfoca la luz donde el amor, la memoria, y todo lo que hay en el corazón humano está presente para manifestar la luz”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 164.

Pero, ¿gratitud, hacia qué? Una de las características distintivas de la Biblia, considerada en el contexto de la literatura religiosa del mundo, es el énfasis que pone en dar gracias por Su bondad al Dios único, infinito, todo amor, con alabanzas por Su magnificente poder y por “sus maravillas para con los hijos de los hombres”. Salmo 107:8. ¡No hay que sorprenderse, realmente, de que los grandes hombres de la Biblia, los profetas y los salmistas, expresaran fervoroso agradecimiento y alabanzas a Dios! Conforme a la más alta percepción que poseían, Él era — en contraste con los ídolos carentes de inteligencia tallados en madera y piedra y con las deidades de espíritus misteriosos de las tribus vecinas — el “Dios vivo”, el “Dios de los dioses”, el “Yo soy”, el “Dios de nuestra salvación”, el único, y no hay otro fuera de él. Ver Jer. 10:10; Salmo 136:2; Éx. 3:14; Salmo 79:9.

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