El comentario: “Simplemente tenemos que dejar que la naturaleza siga su curso” a veces se dice con cierto optimismo, implicando que determinada enfermedad seguirá su curso y que después el paciente estará bien. O la misma observación puede incluir el significado sombrío de que se ha hecho todo lo posible pero sin éxito, y el curso de la naturaleza puede terminar en muerte.
Pero ¿qué es esta “naturaleza” que debe seguir su curso? La creencia material establece que la naturaleza es una fuerza física errática. El entendimiento espiritual demuestra que la única naturaleza que debe seguir un curso es la naturaleza del Espíritu, Dios, quien no es el creador ni de la enfermedad ni de la muerte.
La historia mortal describe al hombre como un mortal que desde el momento de su nacimiento se ve enfrentado a un curso inexorable desde su niñez y madurez hasta la muerte. Aquí la Ciencia Cristiana viene al rescate y presenta la verdad: que el hombre es espiritual, que nunca nace y nunca muere. Es por siempre la semejanza perfecta de su Hacedor, el Espíritu divino, y, por lo tanto, nunca experimenta nacimiento mortal, madurez o deterioro. Refleja eternamente la naturaleza divina del Espíritu, cuyo curso es armonioso, continuo, intacto, sin carecer jamás de algo y sin comienzo ni fin.
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