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La naturaleza verdadera y el curso que sigue

Del número de marzo de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El comentario: “Simplemente tenemos que dejar que la naturaleza siga su curso” a veces se dice con cierto optimismo, implicando que determinada enfermedad seguirá su curso y que después el paciente estará bien. O la misma observación puede incluir el significado sombrío de que se ha hecho todo lo posible pero sin éxito, y el curso de la naturaleza puede terminar en muerte.

Pero ¿qué es esta “naturaleza” que debe seguir su curso? La creencia material establece que la naturaleza es una fuerza física errática. El entendimiento espiritual demuestra que la única naturaleza que debe seguir un curso es la naturaleza del Espíritu, Dios, quien no es el creador ni de la enfermedad ni de la muerte.

La historia mortal describe al hombre como un mortal que desde el momento de su nacimiento se ve enfrentado a un curso inexorable desde su niñez y madurez hasta la muerte. Aquí la Ciencia Cristiana viene al rescate y presenta la verdad: que el hombre es espiritual, que nunca nace y nunca muere. Es por siempre la semejanza perfecta de su Hacedor, el Espíritu divino, y, por lo tanto, nunca experimenta nacimiento mortal, madurez o deterioro. Refleja eternamente la naturaleza divina del Espíritu, cuyo curso es armonioso, continuo, intacto, sin carecer jamás de algo y sin comienzo ni fin.

Una de las definiciones de la palabra “naturaleza” es “agente creador que ejerce el gobierno, fuerza o principio operador... en el universo”. A la luz de la Ciencia Cristiana, Dios es la única fuerza creadora gobernando al universo y al hombre en perfecta armonía. Cuando permitimos que Dios gobierne nuestra vida diaria, nos vemos libres de las tácticas de la mente mortal que producen obstáculos o demoras. La naturaleza perfecta y protectora de Dios, la Mente divina, está siempre operando y es reflejada por cada uno de nosotros. Ningún poder sobre la tierra puede privarnos de nuestro derecho innato de ser partícipes de las glorias de la naturaleza divina. El Nuevo Testamento establece que mediante el poder de Dios se “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. 2 Pedro 1:4.

Cristo Jesús, nuestro gran Modelo, expresó la naturaleza divina de la Vida, la Verdad y el Amor. Su ser íntegro demostró esta naturaleza perfecta sanando a los enfermos, alimentando a las multitudes, resucitando a los muertos, perdonando a aquellos que lo persiguieron y restaurando a los pecadores.

En el último siglo, Mary Baker Eddy descubrió la Ciencia del cristianismo. A través de su libro Ciencia y Salud, brindó al mundo la revelación gloriosa de la naturaleza divina que llena nuestra vida de armonía, longevidad, salud, provisión y protección. Mediante muchos sacrificios y resuelta labor, ella dejó que la naturaleza divina del Cristo siguiera su curso en su experiencia. A pesar de no ser comprendida y de ser perseguida, la Sra. Eddy siguió los pasos del Maestro. Probó la Verdad divina, sanando al enfermo y al pecador, restaurando al moribundo y aportando una valiosa bendición a la humanidad. En el libro de texto Ciencia y Salud, ella declara: “En cierto sentido Dios es idéntico a la naturaleza, pero esa naturaleza es espiritual y no está expresada en la materia”. Más adelante continúa: “Dios es el bien natural, y es representado sólo por la idea de la bondad; mientras que el mal debiera ser considerado como contranatural, porque es contrario a la naturaleza del Espíritu, Dios”.Ciencia y Salud, pág. 119.

San Pablo se refiere a Dios como “Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Efes. 4:6. ¿Entonces, dónde en esta totalidad, existe lugar alguno para la enfermedad, relaciones desdichadas, afición a las drogas, crimen, violencia o cualquier otra discordancia? En realidad, Dios está siempre presente. La necesidad es reemplazar la creencia en una naturaleza material, inferior, con el entendimiento de las verdades que emanan del Espíritu, que traen la regeneración y la curación.

No tenemos por qué estar sentenciados a una condición discordante que parece haber eludido la curación. Más bien debemos dejar de argüir sobre la misma y elevar el pensamiento por encima del problema, cediendo gozosamente a la naturaleza divina y permitiendo que la Verdad, la Vida y el Amor sean el todo de nuestra existencia. El libro de texto de la Ciencia Cristiana establece el curso a seguir: “Tenemos que dar vuelta a nuestros débiles aleteos — nuestros esfuerzos por encontrar vida y verdad en la materia — y elevarnos por encima del testimonio de los sentidos materiales, por encima de lo mortal, hacia la idea inmortal de Dios. Esas vistas más claras y elevadas inspiran al hombre de cualidades divinas a alcanzar el centro y la circunferencia absolutos de su ser”.Ciencia y Salud, pág. 262.

A pesar de lo avanzada o agresiva que pueda parecer la enfermedad, siempre que permitamos que la ley de Dios siga su curso — es decir, siempre que nuestro pensamiento ceda a la Mente divina — sólo puede obtenerse un resultado: la curación completa. Naturalmente, la conclusión es que una vez que la enfermedad ha desaparecido del pensamiento, la misma desaparece del cuerpo, puesto que no existe mentalidad para apoyarla.

La creencia general acerca de la salud física sostiene que a la “naturaleza” se le debe ayudar con drogas, terapias mentales y físicas, prácticas higiénicas, dietas y operaciones. Mas la Biblia declara: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Hebr. 4:12. The New English Bible traduce el comienzo de este pasaje así: “La palabra de Dios es viva y activa”. Poderosa y viva es la acción armoniosa y dinámica de la naturaleza divina. Dios está eternamente consciente de Su propia bondad y perfección. La Vida, la Verdad y el Amor están al timón de toda actividad verdadera, vertiendo copiosa y perpetuamente el bien.

Un claro entendimiento de que la naturaleza divina está viva y actuando en nosotros, destruye rápidamente cualquier sugestión de que un sentido material de la naturaleza debe seguir su curso a través de un proceso de fiebre y convalescencia. El resultado puede ser la curación instantánea. Esto le sucedió a una niña que una mañana se sentía afiebrada. Su madre oró y leyó el siguiente versículo de la Biblia: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Sant. 1:17. Aceptó la verdad de que Dios es el bien invariable. Ella sabía que el don de la salud no podía ser destruido por enfermedad o fiebre, puesto que en Dios no existe variación alguna. Por consiguiente, comprendió que ninguna variación de temperatura podía manifestarse como fiebre. Al cabo de un rato la temperatura de la niña era normal, y alegremente corrió a jugar afuera.

Las así llamadas fuerzas naturales no tienen poder para infligir la enfermedad o el desastre de ninguna clase a la creación de Dios. Terremotos, tormentas, inundaciones, incendios, guerras y epidemias no son efecto del reino espiritual verdadero y eterno. Éstos son el resultado de la creencia en un poder aparte de Dios. Constituyen la creencia material en una naturaleza física que tiene que seguir su curso y que establece que la persona está desamparada en situación irremediable.

Debido a que Cristo Jesús comprendió la naturaleza divina de Dios y de Su creación espiritual, pudo acallar la tempestad mucho antes que ésta siguiera su curso. Caminó sobre las olas. Pasó a salvo en medio de la multitud que quería llevarlo hasta la cumbre del monte para despeñarle. Voluntariamente sufrió la crucifixión y demostró la indestructibilidad de la Vida. Él era capaz de superar cualquier desafío que se le presentara, sometiéndose completamente a la voluntad de Dios, la naturaleza de Dios, sabiendo que sólo el bien podía resultar de ello.

¿Hasta dónde permitimos que la naturaleza “siga su curso” en nuestras relaciones diarias con los demás? Es imperativo que dejemos que la naturaleza del Amor siga su curso ininterrumpido en nuestra vida, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos y percibiendo sólo la naturaleza divina expresada por los demás, como lo hizo Cristo Jesús.

Dios ha otorgado al hombre todas las cualidades hermosas de Su naturaleza divina. La mente mortal intentaría esconderlas bajo una capa de materialidad. Pero a medida que reconozcamos más de la naturaleza divina, veremos que la generosidad reemplaza a la codicia, el amor reemplaza al odio, y la bondad reemplaza a la crueldad. Aun las características más destructivas de la mortalidad son reversibles. La verdadera identidad del hombre como la idea completa de la Vida, la Verdad y el Amor, sale a la luz cuando vemos a través de lo falso y percibimos el concepto verdadero del hombre, expresando plenamente la naturaleza divina.

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