“Jehová Dios mío, a ti clamé, y me sanaste” (Salmo 30:2). Desde niña tuve el concepto de soledad porque faltaban mis padres. A medida que transcurrieron los años, acepté otros conceptos erróneos tales como la escasez y la enfermedad, y que Dios me había desamparado. Seis médicos especialistas, después de luchar por varios años por mi salud, finalmente me notificaron que lo sentían, pero mi cuerpo no respondía más a ningún tratamiento. Me dijeron que padecía de una serie de complicaciones orgánicas, de modo que cuando trataban de curar una, la otra se agravaba. Entre estas enfermedades estaban várices y flebitis (que padecí durante veintitrés años), dos discos desviados, padecimiento de la tiroide, exceso de ácido úrico y faringitis crónica. Además, estaba a punto de perder la vista.
Había oído hablar de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) un año antes, pero no la había aceptado porque deseaba ser leal a mi religión. Oraba a Dios constantemente a mi manera. Pero estaba segura de que aquellos médicos que tanto habían estudiado, realmente estaban facultados para decidir mi vida, así que incondicionalmente acepté sus opiniones y consejos.
Pero cuando me sentí en el mayor desamparo, llegó el momento de tomar una determinación. Pensé que si faltaba poco para mi fallecimiento, no había razón de ser muy obediente a las prohibiciones médicas. Primero decidí leer — con la ayuda de una lupa de aumento — para probar mi retención mental, que creía haber perdido. Lo que estuvo a mi alcance fue un ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que una amiga me había regalado hacía más de un año. Sin entusiasmo comencé a hojearlo, y luego encontré las siguientes palabras (pág. vii): “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”. Esta declaración no hizo gran impresión en mí ya que sentí que no la había entendido, pero aun así, insistí en volver a leer la declaración y luego adelantar un poco más. En lo poco que estaba logrando captar, pensé que la autora podía estar equivocada en varios puntos, porque me era difícil comprender que existiera algo tan maravilloso como la Ciencia Cristiana. Esto despertó en mí un interés vivo por saber más, y pasé varias horas absorta en la lectura sin prestar mucha atención a los síntomas de la enfermedad que todavía sentía. Me olvidé de mí misma. Luego pasé una noche de verdadero descanso.
Al día siguiente tuve la impresión de que gruesas cortinas oscuras se habían descorrido para dejar entrar la iluminación de la luz de la Verdad, que brilló en mi entendimiento. Esa percepción del Amor divino cambió mis pensamientos y, al mismo tiempo, mi vida entera. Me trajo un gozo que jamás había experimentado antes. Me sentí protegida y feliz, y me apresuré a investigar todo lo relacionado con la Ciencia Cristiana. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud (pág. 272): “El sentido espiritual de la verdad tiene que obtenerse antes que la Verdad pueda comprenderse. Ese sentido se asimila sólo a medida que seamos honestos, abnegados, bondadosos y humildes”.
Comencé a asistir a los cultos dominicales y a las reuniones de testimonios de los miércoles en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. También solicité una entrevista con una practicista de la Ciencia Cristiana, quien con mucho amor y paciencia me explicó que el estudio de esta Ciencia me llevaría a comprender mi relación con mi Padre-Madre Dios. Empecé a estudiar la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y, como resultado, día a día crecen mi entusiasmo por la Ciencia y una percepción de que soy importante porque soy la hija muy amada de Dios.
Desde que di mis primeros pasos en la Ciencia Cristiana, hace ya más de nueve años, he estado completamente bien. La Palabra de Dios llegó a mí y disipó mi equivocado y limitado concepto de mí misma al hacerme entender mi verdadera naturaleza inmortal como la perfecta manifestación de la Mente divina. Como leemos en Ciencia y Salud (pág. 350): “La Verdad divina tiene que conocerse por sus efectos tanto en el cuerpo como en la mente, antes que pueda demostrarse la Ciencia del ser”.
Estoy muy agradecida a Dios, el Todo-en-todo, por el tesoro más preciado que existe: el deseo de conocer y obedecer Sus leyes divinas.
Cuernavaca, Morelos, México
