Hace varios años, estuve implicado en un accidente de motocicleta cuando regresaba a casa después de mi trabajo nocturno. Iba a una velocidad de 65 kms. por hora, y fallé al tomar una curva. Tropecé con un alto reborde de concreto; eso me lanzó a una gran distancia, dando en el pavimento y deslizándome a lo largo de la entrada de asfalto de una gasolinera. Los que pasaban llamaron una ambulancia, y me llevaron, inconsciente, al hospital local. Las autoridades allí notificaron a mi esposa. Ella, después de informarles a las autoridades que éramos Científicos Cristianos y de que ella vendría para llevarme a casa, llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien fue muy solícito al calmar los temores de mi esposa.
Recobré el conocimiento en el hospital más o menos a la misma hora en que se le pidió al practicista que orara por mí. Pronto, y contra las protestas de los facultativos del hospital, me llevaron a casa. Los tres o cuatro días siguientes los pasé unas veces inconsciente y otras consciente. Cuando estaba despierto, la respiración me resultaba extremadamente dificultosa, y los movimientos eran sumamente dolorosos. Aparentemente tenía varias costillas rotas o fracturadas. También tenía serias heridas en la cabeza y extensas raspaduras en brazos y piernas.
Sin embargo, esta experiencia fue una gran oportunidad para que cada miembro de la familia usara y aumentara sus conocimientos de la Ciencia Cristiana. Nuestros tres niños venían con frecuencia al lado de mi cama y hablaban conmigo, afirmando en voz alta las verdades que habían aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Se llamó a una enfermera de la Ciencia Cristiana, quien venía con regularidad a limpiar las heridas y a cambiar los vendajes. Su trato amable y su alentadora expectativa de pronto restablecimiento, nos animó a todos para ver más allá del cuadro físico de las lesiones.
Al quinto día me fue posible hablar por teléfono con el practicista. En nuestra conversación, él me indicó este pasaje en Ciencia y Salud por nuestra Guía, la Sra. Eddy, (pág. 424): “Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia, y unirnos a la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía.
“Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”.
Estas afirmaciones fueron la base para que yo reclamara mi exención del sufrimiento. Como el practicista explicó, Dios no podía saber nada de accidentes. Por lo tanto, el hombre, el reflejo de Dios, no puede experimentar ningún accidente. Dios es perfecto, completo, íntegro, y yo, siendo tal hombre, era la expresión de la perfección, unicidad e integridad de Dios. La lógica divina expresada en nuestra conversación fue profundamente inspiradora. Me hizo razonar que si Dios no sabía nada de un accidente, y yo, siendo la imagen y semejanza de Dios, no había experimentado ningún accidente, entonces, el llamado accidente en realidad jamás había ocurrido. Como no había ocurrido jamás, no había nada por lo que sufrir. Aferrándome firmemente a esta línea de razonamiento metafísico, experimenté una rápida mejoría.
Diez días después del accidente, volví a mi trabajo diurno, y en dos semanas, ya estaba trabajando en mis dos empleos: uno de día y otro de noche. Ambos trabajos requerían largas horas de labor y el estar de pie mucho tiempo. Pero la curación fue completa.
Por ésta y otras muchas curaciones que he experimentado o presenciado por medio de la Ciencia Cristiana, estoy verdaderamente muy agradecido.
Crown Point, Indiana, E.U.A.
