En el relato bíblico que simboliza la creación espiritual de Dios, se nos dice que Dios creó todo en seis días, y acabó y vio que era muy bueno. En el día séptimo “reposó... de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”. Gén. 2:2, 3. Luego el cuarto mandamiento nos dice: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna”. Éx. 20:8–10.
Estos pasajes indican una actividad en dos etapas. Una etapa consiste en hacer un alto en nuestro trabajo habitual, y la segunda, en ocuparnos del descanso sagrado, es decir, la actividad espiritual dedicada al servicio de Dios. Desde los tiempos después del exilio, el mayor énfasis fue puesto en hacer un alto al trabajo de rutina. La mente carnal (un sentido material de la existencia) siempre ha sido un amo cruel y temeroso. Siente temor de que sufrirá (quizás de no llegar a ser lo suficientemente rico) si permite que el trabajo humano cese, y no permitirá por su propia voluntad que las actividades materiales se detengan. Dejada a su libre albedrío, la mente carnal o mortal nunca encontrará o permitirá tiempo para un día de reposo: para nada que se dedique enteramente al servicio de Dios, el Espíritu. El cuarto mandamiento pone así el peso entero de la ley divina en apoyo de la exigencia espiritual para que se haga una interrupción con regularidad en el incesante y afanoso trabajo de la mente mortal, a fin de que pueda tener lugar el día de reposo.
Sin embargo, es mucho más fácil hacer realmente un alto en la actividad humana, que asegurar humanamente que un descanso espiritual — una actividad dedicada solamente a Dios — está reemplazándola.
Cuando llegó la época en que Cristo Jesús apareció en la escena humana, el hacer un alto en las actividades normales durante el día de reposo se había convertido en un arte. Al mismo tiempo, el dedicar el día a Dios en verdadero reposo espiritual, al no poder, por su misma naturaleza, ser medido en términos humanos, estaba representado por otro conjunto de actividades humanas estrictamente controladas. En efecto, muy a menudo el día de reposo se honraba haciendo un alto en cierta clase de actividad humana y ocupándose en otra: en el ritual destinado a satisfacer un concepto de honrar “legalmente” a Dios.
“La creencia material es lenta en reconocer lo que la realidad espiritual da a entender”, escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. En la misma página declara: “Al sacerdote ritualista y al fariseo hipócrita, Jesús dijo: ‘Los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios’. La historia de Jesús hizo un nuevo calendario que llamamos la era cristiana; pero él no estableció ningun culto ritualista. Sabía que los hombres pueden ser bautizados, participar de la eucaristía, mantener al clero, observar el día de reposo, hacer largas oraciones y, sin embargo, ser sensuales y pecaminosos”.Ciencia y Salud, pág. 20.
Si seis días simbolizan la obra perfecta de Dios, entonces ¿qué simboliza el séptimo (el término bíblico para la compleción), sino un reconocimiento de esa perfección, un descanso satisfactorio o el eterno descanso que se ha establecido sobre la base espiritual expuesta? Jesús reprendió el concepto farisaico del día de resposo. El Maestro no cuestionó la necesidad del cuarto mandamiento. Mas percibió que, según los críticos fariseos, el curar a los enfermos (es decir, el glorificar la verdadera naturaleza espiritual del hombre como imagen perfecta de Dios, destruyendo las obras del materialismo: el pecado, la enfermedad y la muerte) era sólo una actividad humana, mas no autorizada, que era preciso detener. En este respecto dijeron a la gente: “Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, venid y sed sanados, y no en día de reposo”. Lucas 13:14.
¿Pero en qué consiste el reposo? El actual concepto popular de descanso, es aún más obvio que el de los sacerdotes y fariseos, está basado en el reemplazo de una clase de actividad humana por otra. A menudo se piensa que es preciso abandonar lo que el sentido material nos dice que debemos hacer (comer, ganar nuestro sustento, subsistir, etc.) y responder a otra exigencia del sentido material que nos dice que debemos estar tranquilos, estimulados y no fatigados. Debido en su mayor parte a este concepto material de reposo, se ha exteriorizado una declinación y sustitución del concepto del día de reposo como día de dedicación a Dios, por un día dedicado, en gran parte, a la combinación del ocio y de las actividades comerciales. Pero el verdadero reposo — el alcanzar la paz mental y física — se obtiene sólo cuando dejamos de dedicar nuestro pensamiento a específicos fines personales y, en vez, nos consagramos a Dios glorificando la perfección de Su creación espiritual.
Refiriéndose al relato bíblico del reposo de Dios en el día séptimo, Ciencia y Salud, explica: “Dios descansa en actividad. El dar no ha empobrecido, ni puede jamás empobrecer a la Mente divina. A la actividad de esa Mente no le sigue ningún agotamiento, según la aprehensión de la Ciencia divina. El descanso más elevado y dulce, aun desde un punto de vista humano, se encuentra en la labor sagrada”.Ciencia y Salud, págs. 519–520.
El trabajo sagrado de destruir el pecado, la enfermedad y la muerte — el bagaje de la falsa mente mortal — es un trabajo propio del día de reposo. Jesús nos dio su ejemplo. Cada curación que efectuó, cada “milagro” que llevó a cabo — caminar sobre el mar, resucitar a los muertos, levantarse de la tumba — fue un “reposo ”, un reconocimiento inspirado de la perfección espiritual siempre presente y del poder de la creación de Dios. Para lograr tal descanso, como él enseñó y demostró, necesitamos una negación activa del sentido limitado de trabajo de la mente carnal, con todos sus temores y sus tendencias egoístas, además de una activa consagración de pensamiento y acción a Dios.
Hablando del Cristo, la verdadera idea de la perfección siempre presente, el Maestro dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Mateo 11:28. Y, “procuremos, pues, entrar en aquel reposo ...”, nos insta el autor de Hebreos. “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Hebr. 4:11, 12.
El tratamiento en la Ciencia Cristiana está incluido en el trabajo sagrado (la acción metafísica) por el cual se logra el día de reposo. Aun cuando es la forma de trabajo más elevada posible que podemos hacer, el tratamiento en la Ciencia Cristiana no es totalmente eficaz hasta que culmina en el día de reposo. Para el sentido humano, el tratamiento metafísico testifica acerca de un conflicto entre la Verdad y el error, un conflicto en el cual cada pretensión específica de la mente carnal (de que el mal de alguna índole esté presente y tenga poder) es negada y eliminada por una enérgica afirmación de la eterna presencia y todo poder de la Verdad. Éste es el “Miguel” — la fuerza espiritual y angelical — del tratamiento en la Ciencia Cristiana, la espada de dos filos de la Verdad en combate con el error.
¿Pero hacia dónde está dirigida esta acción de Miguel? Si es meramente una batalla entre la Verdad y el error, cuya meta es mejorar al paciente, puede continuar indefinidamente.
Todo tratamiento genuino es dirigido solamente a un único fin: reconocer y glorificar la eterna perfección de la creación espiritual de Dios, incluso Su perfecta imagen y semejanza, el hombre. El tratamiento constituye el medio por el cual trabajamos para discernir y percibir nuestra base espiritual, reposando en ella a salvo en la confianza imperturbable de su presencia sostenedora. Este reconocimiento sereno es el Gabriel, el día de reposo del tratamiento en la Ciencia Cristiana. Ambos ángeles son necesarios para la actividad sanadora.
Con respecto a Miguel y Gabriel, Ciencia y Salud explica: “Esos ángeles nos salvan de los abismos. La Verdad y el Amor se acercan más en la hora de angustia, cuando la fe firme o la fuerza espiritual lucha y prevalece a través de un entendimiento de Dios. El Gabriel de Su presencia no tiene contiendas. Para el Amor infinito, siempre presente, todo es Amor, y no hay ningún error, ningún pecado, ni enfermedad ni muerte. Contra el Amor el dragón no lucha largo tiempo, porque es muerto por el Principio divino. La Verdad y el Amor prevalecen contra el dragón, porque el dragón no puede luchar contra ellos. Así termina el conflicto entre la carne y el Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 567.
Cuando trabajamos con Miguel, aún estamos, en cierto grado, conscientes de nosotros mismos (o de nuestros pacientes) como la falsificación de la imagen y semejanza espiritual del Amor, necesitando tratamiento, necesitando los resultados del trabajo de oración para asemejarnos más a Dios. El sentido material — el sentido falsificado — nos induciría a retardar nuestra entrada en la etapa de Gabriel que borra este falso sentido. Gabriel tipifica la inmolación de todo sentido de identidad aparte de Dios, y el cese de las pretensiones del materialismo, incluso la falsa responsabilidad y temor. Gabriel nos admite en comunión con el séptimo día de reposo eterno, en los umbrales espirituales de la eterna presencia celestial, de la paz absoluta del Amor.
“Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”. Isa. 58:13, 14.