Una mañana, Juan y Rómulo se levantaron más temprano que de costumbre para ver si la yegua favorita de su papá ya había tenido su potrillo. Antes de llegar al corral, el capataz los alcanzó y les dijo:
— Mara tuvo el potrillo anoche, pero él está muy débil y no vivirá.
Juan, el más pequeño de los niños, le dijo:
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