¡La perfección del hombre como hijo de Dios! Este concepto luminoso, tal como se le comprende en la Ciencia Cristiana, puede llenar nuestra vida de un gozo profundo como jamás lo hemos experimentado.
La Sra. Eddy escribe: “El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana”.Ciencia y Salud, pág. 475. ¿Quiere decir esto que ya somos perfectos? ¿Que no tenemos que mejorar?
Nuestra identidad perfecta como idea de Dios, el hombre espiritual, es el hecho presente de nuestra existencia verdadera. El hombre espiritual no necesita mejorar, porque es la expresión misma de la perfección de Dios. Pero, ¡cuán importante es dejar que esta naturaleza verdadera del hombre salga a luz en la experiencia humana por medio de nuestros pensamientos y vidas!
Cristo Jesús señaló el camino en el Padre Nuestro cuando dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10. Y la Sra. Eddy dice de Jesús: “Él vivió el espíritu de su oración —‘Venga tu reino’ ”.Escritos Misceláneos, pág. 211. Incluso una vislumbre de la sublime verdad de la perfección y del gobierno de la Mente divina, y de nuestra verdadera unidad con esa Mente como su idea, puede traernos notable progreso.
De manera que necesitamos vivir y expresar la presencia de Dios en nuestra vida para dar genuina sustancia a nuestra comprensión de que somos el hombre perfecto de Dios. Algunas veces, las personas que empiezan a estudiar Ciencia Cristiana se sienten tan felices de haber encontrado a Dios, el Principio perfecto del verdadero ser del hombre, y tan emocionadas de haber descubierto el poder sanador de Dios, que no ven la necesidad de regeneración individual.
“Yo soy el hombre perfecto de Dios ahora mismo”, dicen. Esta verdad absoluta es, por cierto, la realidad que tenemos que comprender para demostrar la curación, pero es la verdad de nuestra identidad humana sólo en el grado en que la demostremos mediante la curación y la redención. Demostrar el ideal divino, o el hombre-Cristo, exige que el sentido del yo mortal o material se someta a Dios. Como la Sra. Eddy escribe: “Lo divino tiene que vencer lo humano en todo punto”.Ciencia y Salud, pág. 43.
Vencemos el sentido mortal de las cosas mediante la oración, el continuo desarrollo espiritual, el arrepentimiento, y la transfiguración de un sentido mortal del hombre a la demostración inmortal del hombre. Esta sumisión a Dios se manifiesta humanamente como mejoramiento.
El mejoramiento continuo es muy natural en nuestra vida cuando partimos del punto de vista de que nuestra verdadera identidad da testimonio de la bondad de Dios. A medida que atesoramos las cualidades divinas de integridad, amor y humildad, el Cristo redentor sosegadamente transforma nuestra naturaleza de lo que parece ser el sentido pecaminoso de la mente mortal a la santidad que caracteriza nuestra verdadera naturaleza como hombre ideal y espiritual. Esto, con frecuencia, requiere de nuestra parte oración profunda y continua para someternos al Cristo, la Verdad. Pero la coincidencia del amor de Dios por nosotros y nuestro amor por Él, hace que este esfuerzo sea posible y fructífero.
Es inspirador y enaltecedor pensar que la perfección del hombre es la expresión de Dios, y, cuando pensamos así, puede que estemos espontáneamente curando a los demás, porque frecuentemente al percibir la identidad espiritual del hombre se efectúa la curación. Pero la mera satisfacción teórica con las verdades metafísicas es una forma de escapismo que no debiera evitar que encaremos y venzamos nuestros desafíos humanos. El progreso espiritual que efectúa la curación es lo que necesitamos, es decir, el progreso que resulta de nuestro sometimiento a la naturaleza del Cristo.
Muchas veces, a pesar de que ciertos rasgos de carácter no han sanado, aún así experimentamos curación, porque las ventanas de nuestro pensamiento — esos elementos morales y espirituales de bondad, razón y afecto — están lo suficientemente abiertas al Cristo, la Verdad. Esta aceptación de la presencia de Dios nos capacita, por lo menos en cierto grado, para sanar y ser sanados.
No obstante, esas “ventanas” no son siempre suficientes para dejar entrar la plena luz sanadora del Cristo. Diariamente tenemos que ir adelante y abrir más todas las puertas de nuestro carácter al Cristo. A medida que lo hacemos, podemos experimentar cada vez más la magnitud de la curación que viene con nuestra regeneración. La base para este trabajo es el reconocimiento de que nuestra identidad verdadera como la expresión de Dios siempre está dando testimonio de la perfección, porque el hombre es la idea de Dios siempre en desarrollo.
Incluso Jesús, quien nos da el mejor ejemplo del hombre perfecto de Dios, tuvo que demostrar esa filiación divina. Hablando de Cristo Jesús, la Sra. Eddy escribe: “Según el concepto humano, el hijo de Dios tenía que crecer y desarrollarse; pero en la Ciencia, su naturaleza y entidad divinas fueron eternamente completas y moraron por siempre en el Padre”.No y Sí, pág. 37. Por su paciencia, amor, dominio espiritual y perdón, Jesús demostraba continuamente que él era verdaderamente el Cristo, el Hijo de Dios.
De manera que si queremos ver mejores obras sanadoras, podríamos preguntarnos: “¿Estoy percibiendo los hechos espirituales de la existencia, y diciendo que soy el hijo perfecto de Dios sin hacer nada realmente para mejorar la manera en que pienso y actúo? ¿Me esfuerzo por llegar a expresar la paciencia, el amor, valor moral y perdón que nuestro Maestro ejemplificó? ¿Trabajo diariamente para seguir el consejo de la Sra. Eddy: ‘Aprovecha toda oportunidad para corregir el pecado mediante tu propia perfección’?” The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 249. Ineludiblemente, tal mejoramiento trae curación.
Sería una parodia de la Ciencia Cristiana decir que un mortal es la idea espiritual de Dios. No lo es. Pero allí mismo donde la identidad mortal parece estar, nuestra identidad verdadera ya está establecida como la radiante e inmaculada expresión de Dios. La obra de Cristo Jesús ha revelado la perfección espiritual del hombre, y la Ciencia Cristiana la ha explicado. Tenemos, por tanto, la habilidad dada por Dios para sacarla a luz.