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Venciendo el mal: una lección de Pablo

Del número de agosto de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La mayoría de nosotros podemos, en cierto momento, identificarnos con la angustia del Apóstol Pablo, quien escribió a los primeros cristianos en Roma: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Rom. 7:19. Todo sincero cristiano quiere ser bueno, hacer el bien, y tener buenos pensamientos. Y él o ella desea comprender mejor la impotencia de las tentaciones del mal.

De manera que en esos momentos en que nos sintamos tentados, la exposición de Pablo de sus luchas relatadas en los capítulos 7 y 8 de la epístola a los Romanos, puede servirnos de dirección, instrucción y aliento.

Pablo tuvo éxito en sus esfuerzos por resistir la tentación de hacer el mal. Su vida después de su conversión es un testimonio del hecho de que fue capaz de vencer las malas sugestiones de la mente carnal, de acercarse a Dios y así espiritualizar su pensamiento y vida diaria. Hay mucho que podemos aprender de sus enseñanzas.

La carta de Pablo continúa: “Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí... Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Rom. 7:20, 22, 23.

Vemos aquí que Pablo no aceptó el pecado como si fuera suyo, sino que comprendió que era algo separado de su propia consciencia, algo que sólo pretendía morar en él. Había visto, en cierto grado, que el mal, o el pecado, no es parte de la naturaleza verdadera del hombre, y sobre esta base lo resistió. En su carta a los Colosenses (3:9, 10) se refiere al mal como el “viejo hombre”, el cual es “despojado”, y se refiere al bien, o ánimo espiritual, como el “nuevo” hombre, el cual es “revestido”, es decir, es vivido en las diarias acciones.

Nosotros también necesitamos comprender que el mal es impersonal, que no forma parte de nosotros, porque comprendiendo esto, nos reforzamos grandemente en nuestra defensa contra actos y pensamientos pecaminosos. Comprender que la naturaleza real del mal es nada y que no tiene poder o sustancia, es esencial para que podamos gobernar todo aspecto de tentación que la mente carnal invente. Considerar que el mal es personal, es en sí mismo una tentación que debemos resistir. Y negarse por apatía a encarar el pecado es la tentación más sutil y agresiva de todas.

Aprendiendo una lección de Pablo, podemos comprender que el error, pecado o mal, jamás es, ni por un instante, algo que pertenece a nuestra propia consciencia. La tentación de personalizar el mal, explica la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), es una fase del magnetismo animal, de la falsa creencia de que la vida y la inteligencia están en la materia, y esta creencia constantemente atrae el pensamiento hacia la materialidad y la sensualidad. De hecho, al reconocer Pablo lo constante que es la atracción del magnetismo animal, o del ánimo material, en el pensamiento de los mortales, se refiere a él como una ley. Pero casi inmediatamente señala otra ley mucho más poderosa, la ley espiritual, la cual destruye la espuria ley del mal. Escribe: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Rom. 8:2.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, habla de esta ley más elevada con estas palabras: “La ley de la Vida y la Verdad es la ley de Cristo, que destruye todo sentido de pecado y de muerte”. Más adelante dice: “La ley de Dios se resume en tres palabras: ‘Yo soy Todo’; y esta ley perfecta siempre está presente para rechazar cualquier pretensión de otra ley”.No y Sí, pág. 30.

Es mediante la comprensión de que la ley de Dios es la única ley, suprema y sin oposición, que cada uno de nosotros puede salir victorioso sobre el mal, por muy tenaz, audaz o espantoso que pueda parecer. Empezamos por evaluar humilde y sinceramente nuestros móviles, nuestros planes y ambiciones para examinarlos bajo la luz de las enseñanzas de Cristo Jesús. Luego, trabajamos devotamente para conformar nuestros pensamientos y acciones con la voluntad de Dios, reconociendo que Su ley es el único poder verdadero que actúa en nuestra vida y en la vida de todos.

Si el magnetismo animal no es un poder o ley, ¿qué es entonces? Simplemente un término, un término usado para describir la naturaleza del error, lo irreal. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, explica: “En la Ciencia Cristiana, magnetismo animal o hipnotismo es el término específico para el error, o mente mortal”.Ciencia y salud, pág. 103. Es útil notar que el magnetismo animal es usado aquí y en otras partes del libro de texto, conjuntamente con la palabra “hipnotismo”. Éste es otro término que nos ayuda a apoyar nuestra comprensión de la mente supositicia que parece hacernos pensar y actuar contrariamente a nuestros deseos e inclinaciones más elevados.

Pero la hipnótica tentación de la mente carnal puede ser eficaz solamente en el grado en que no le pongamos resistencia. Tenemos que invocar la ley más elevada, el poder que emana de la Mente que es Dios. Jamás tenemos que ser amedrentados o engañados por el fenómeno llamado magnetismo animal. Pablo fue intrépido. Había aprendido algunas verdades valiosas acerca de la naturaleza verdadera del hombre, acerca del “nuevo hombre” sobre quien escribió. Él se regocijó: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Rom. 8:16, 17.

Pensemos en ello. ¡Somos los hijos de Dios! Somos incluso coherederos con Cristo. ¡Qué poderosa defensa contra la llamada atracción del mal es el reconocimiento de esta verdad! El hombre, por ser el objeto de la creación de Dios, es hecho a Su imagen y semejanza mismas, espiritualmente completo, íntegro y perfecto. Teniendo a Dios como su única Mente, el hombre no incluye ni un solo pensamiento o inclinación errónea. Ésta es la verdad absoluta de cada uno de nosotros.

El hijo de Dios, reflejando la voluntad divina, jamás quiere pecar. En realidad, es incapaz de pecar. Por cierto que no hay pecado en el reino de Dios, ni siquiera para pretender que actúa como una ley para engañar al hombre y hacerle creer que el bien puede derivar de la malevolencia. De manera que si somos inducidos a creer que nosotros (o un familiar, un amigo o un antagonista) somos realmente capaces de hacer algún mal, podemos declarar enérgicamente que nosotros y todos somos realmente los hijos de Dios, y reconocer que esta verdad es ley.

Ahora bien, no debemos sorprendernos o desanimarnos si tal oración no viene fácilmente. Algunas veces, tenemos que luchar para mantener la inspiración, comprensión y demostración del linaje divino del hombre. Pablo se refirió a este trabajo como una lucha. Pero la lucha no debe subyugarnos. De hecho, cada uno de nosotros puede emprender la lucha con gozo, comprometiéndose a resistir el mal de toda naturaleza al ocuparse en su propia salvación.

Si estamos dispuestos a luchar contra la tentación, viendo que el mal no forma parte de la individualidad del hombre; si nos negamos a conceder que el mal tiene algún poder que sea un factor para gobernar nuestra vida; si continuamente reconocemos el supremo gobierno y totalidad de Dios; si diaria y persistentemente reconocemos que nuestra identidad verdadera es la del hijo de Dios, y sinceramente nos esforzamos por vivir de acuerdo con nuestra comprensión más elevada de esa relación, entonces veremos cada vez más que: el bien que queremos hacer, lo hacemos; y el mal que no queremos hacer, no lo hacemos. Entonces, al fin, podremos hacer eco de las palabras atribuidas a Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día;... ”

Escuchemos el dulce aliento que sigue: “...y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. 2 Tim. 4:7, 8.

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