Hace algunos años, me encontraba muy allegada a un ser querido que estaba luchando con lo que había sido diagnosticado por los médicos como cáncer. Después que falleció, oré para borrar de mis pensamientos los recuerdos de los síntomas, que parecieron ser tan agresivos e infundían tanto temor. Pero no tuve completo éxito.
Cuatro años más tarde, el temor se presentó nuevamente. Para ese entonces tenía dos niños pequeños, y frecuentemente mi esposo debía permanecer fuera por las noches. A menudo, después que los chicos estaban en cama y todo estaba en paz, me sentía abrumada por una indefinida sensación de temor y profunda depresión. Cada vez que esto sucedía, buscaba la ayuda devota de una practicista de la Ciencia Cristiana y, como resultado, me calmaba y aliviaba.
Finalmente, vi con claridad que temía de que pudiera ser separada de mi familia, de que podría enfermar y morir. En un momento dado comencé a manifestar los síntomas físicos que me habían impresionado años antes. Sentí mucho temor, y, a veces, me era tan imposible pensar o razonar, que sólo podía sentarme y ponerme a llorar. Cuando esto ocurría, leía los Salmos y me aferraba a las promesas de que Dios bendice y ama a Sus hijos. También me trajo confianza la lectura de los testimonios del The Christian Science Journal y del Christian Science Sentinel.
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