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Hace algunos años, me encontraba muy allegada a un ser querido...

Del número de enero de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, me encontraba muy allegada a un ser querido que estaba luchando con lo que había sido diagnosticado por los médicos como cáncer. Después que falleció, oré para borrar de mis pensamientos los recuerdos de los síntomas, que parecieron ser tan agresivos e infundían tanto temor. Pero no tuve completo éxito.

Cuatro años más tarde, el temor se presentó nuevamente. Para ese entonces tenía dos niños pequeños, y frecuentemente mi esposo debía permanecer fuera por las noches. A menudo, después que los chicos estaban en cama y todo estaba en paz, me sentía abrumada por una indefinida sensación de temor y profunda depresión. Cada vez que esto sucedía, buscaba la ayuda devota de una practicista de la Ciencia Cristiana y, como resultado, me calmaba y aliviaba.

Finalmente, vi con claridad que temía de que pudiera ser separada de mi familia, de que podría enfermar y morir. En un momento dado comencé a manifestar los síntomas físicos que me habían impresionado años antes. Sentí mucho temor, y, a veces, me era tan imposible pensar o razonar, que sólo podía sentarme y ponerme a llorar. Cuando esto ocurría, leía los Salmos y me aferraba a las promesas de que Dios bendice y ama a Sus hijos. También me trajo confianza la lectura de los testimonios del The Christian Science Journal y del Christian Science Sentinel.

Poco a poco, comencé a darme cuenta de que Dios, la Vida divina, mantiene a Su creación en un estado de vida completa. Dado que Dios es Amor, El no abandona a Sus hijos. La Mente divina tiene total conocimiento de Su idea, el hombre, y esta Mente es la ley irresistible de destrucción para cualquier pretensión del mal. Luego, sentí que debía pedir a la practicista, a quien había estado consultando periódicamente, que me ayudara diariamente por medio de la oración. Al mismo tiempo, comencé a estudiar sistemáticamente la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy. Aunque no hubo un cambio físico inmediato, pronto comencé a sentir alivio, libertad y aun felicidad.

Una tarde, después de varias semanas de haber estudiado, razonado y orado profunda y persistentemente, a medida que leía, pensé: “Aquí estoy, estudiando toda la tarde, todas las tardes. Padre querido, he aprendido mucho. ¿Por qué todavía tengo que trabajar tan duro?” La respuesta vino fuerte y clara: “Porque si alguien alguna vez viene a ti tan temerosa como tú estabas, le podrás decir que no tiene por qué sentir temor, y sabrás por qué”.

Esa respuesta marcó un punto decisivo en mi experiencia, porque alejó el pensamiento más claramente de la materia y del ego. Mi oración se llenó de valor y alegría. Pronto tuve la certeza de que había sanado. Después de unos tres meses de haber recibido ayuda diaria de la practicista, vi que nuestro trabajo en conjunto había terminado, y así se lo hice saber. Me sentí fuerte y competente para orar por mí misma. Continué mejorando mediante mi propio trabajo, y, en poco tiempo, todos los síntomas físicos desaparecieron completamente, y también, el temor.

Durante esta experiencia, estaba sirviendo como Primera Lectora de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Este trabajo continuó ininterrumpidamente. Servir en esta capacidad fue de inmenso beneficio, porque disciplinó mi estudio y elevó mis pensamientos, que, de otro modo, podrían haberme sumido en un agobiador sentido de conmiseración propia. La participación en el trabajo de la iglesia filial siempre me ha traído muchas bendiciones; realmente, una recompensa muy elevada por los esfuerzos que uno hace.

Cuando recuerdo esa experiencia, me siento muy agradecida de que aquella vaga tendencia oculta de temor fuera expuesta como una mentira; de que fuera tratada por medio de la Ciencia y destruida por la Verdad. Puedo ahora compartir con mi familia la confianza, el valor y la alegría de conocer y haber demostrado el siempre presente poder de Dios.

Estoy muy agradecida por el trabajo de iglesia y por el amoroso apoyo y paciencia de mi esposo y de la practicista. Aún más, me regocijo en saber que Dios cumple todas aquellas promesas de la Biblia; Su amor y cuidado para con Sus hijos son infalibles.



Todo aquel que viene a mí,
y oye mis palabras y las hace,
os indicaré a quién es semejante.
Semejante es al hombre que al edificar una casa,
cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca.

Lucas 6:47, 48

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