Hace algunos veranos, en una calurosa y muy húmeda tarde de julio, regresé a casa del trabajo y de comprar comestibles. Después de cambiarme rápidamente a unas vestimentas más frescas y cómodas, llevé los comestibles congelados a la planta baja, a nuestro congelador grande que está en el garaje. Yo desconocía que había un mal funcionamiento eléctrico en el congelador, y cuando traté de abrir la puerta, una carga eléctrica me estremeció todo el cuerpo. Los pies descalzos se quedaron pegados al húmedo piso de concreto; la mano que quedó sujeta a la agarradera de la puerta del congelador, no la podía soltar. Los alimentos volaron de la mano izquierda, y permanecí pegada al piso, con la electricidad fluyendo por las extremidades mientras permanecía parada entre el congelador y nuestro auto, con la parte de atrás de las piernas contra el parachoques.
Pude gritar pidiendo auxilio, pero mi esposo estaba en la planta alta, en otra parte de la casa. Reconociendo lo extremo de mi situación, que parecía fuera de control humano, me di cuenta de que tenía necesidad inmediata de dirigir mi pensamiento a la única fuente verdadera de poder y control: Dios.
Los siguientes fueron algunos de los pensamientos que tuve a medida que hacía eso, primero en desesperación, y luego con una completa confianza en que nuestro Padre respondería a mi necesidad. Oré en voz alta, afirmando que no hay otro poder sino el poder de Dios. Yo también sabía que El no permite accidentes. “En el [Dios] vivimos, y nos movemos y somos” (Hechos 17:28).
Me pareció como una eternidad antes de que mi esposo estuviera a mi lado. Por un momento, le fue difícil darse cuenta del hecho de que yo estaba pegada al suelo debido a la electricidad. Entonces, cuando reconoció la necesidad de desconectar el cortacircuitos, tuvo que salir afuera por el garaje y volver a entrar por el otro lado para cerrar el cortacircuitos, porque mi cuerpo y el auto le interrumpían el paso.
Esto requería otra espera, y recuerdo el haber estado consciente de la insidiosa sugestión de que me estaba muriendo. En el mismo momento en que pensé que me estaba desvaneciendo, la electricidad fue desconectada y quedé libre. Con la ayuda de mi esposo, pude pasar adentro de la casa y sentarme en una silla. Entonces, él fue arriba para buscar el número de teléfono de un practicista de la Ciencia Cristiana.
Mientras yo estaba sentada en la planta baja, refuté el testimonio de los sentidos de que había ocurrido un accidente y me afirmé a una declaración espiritual de la verdad que yo había aprendido de memoria (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 393): “Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones. Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”. Lágrimas de gratitud brotaron al sentirme agradecida por el estudio de la Ciencia Cristiana y por el reconocimiento de que el único poder que existe está siempre disponible y presente. Me sentí completamente en calma.
Mi esposo volvió con el número de teléfono e insistió en que yo misma hiciera la llamada. Me levanté y caminé hacia un teléfono que estaba cerca. Me di cuenta de cuán inquietante debía ser esta experiencia para él, ya que estaba visiblemente estremecido. Reconocí la necesidad de aquietar su preocupación. Sin embargo, sentí que todavía yo no podía explicarle nada al practicista en aquel momento. Pero mi esposo se mantuvo firme, y me dijo que llamara inmediatamente y que usara la mano derecha para marcar el número. Se dio cuenta de que había un problema con la mano, pero percibió que si yo hacía un esfuerzo para usarla, el temor y la inhabilidad de moverme serían aliviados. Miré hacia abajo y vi la mano colgando, sin embargo, el mensaje angelical vino otra vez: “Levantaos en la fuerza del Espíritu”. Fui obediente a esta orden y, de alguna manera, marqué el número.
El practicista contestó mi llamada y reconoció la urgencia de mi necesidad. Juntos nos dimos cuenta de que el hombre es intacto, inatacable, inalterado, indemne, no disminuido, completo. ¡Qué mensaje sanador! A través de mis lágrimas, me aferré a este pensamiento y pude subir a la planta alta, a mi estudio, sin necesidad de ayuda.
Tomé un ejemplar del Christian Science Sentinel, lo abrí, y mis ojos se fijaron en estas palabras de Ciencia y Salud (pág. 421): “Insistid con vehemencia en el gran hecho que abarca toda la cuestión, que Dios, el Espíritu, es todo, y que fuera de El no hay otro”. ¡Otro mensaje angelical! Razoné que si Dios es todo y “que fuera de El no hay otro”, entonces, absolutamente no había lugar para que ninguna clase de error invadiera mi ser. Yo sabía que estaba espiritualmente cimentada en la Vida, la Verdad y el Amor.
Aquella noche, permanecí en calma, expresando profunda gratitud por la Vida y el Amor. Al día siguiente, volví a mis actividades regulares, totalmente libre. Y he continuado completamente libre.
Cuanto más estudio las verdades de la Ciencia Cristiana y las aplico en mis asuntos diarios, tanto más elevada es mi comprensión espiritual de mi relación con Dios, y más dispuesta estoy a desarrollar una confianza en El como la de un niño. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud (pág. 209): “El sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios”. Oro diariamente para percibir ese sentido espiritual más cabalmente, y también sentir de que mi vida atestigua de que soy una Científica Cristiana trabajadora y activa.
Stamford, Connecticut, E.U.A.
Deseo verificar el testimonio sometido por mi esposa. Yo presencié la experiencia con el congelador, y, después de eso, consulté a un electricista autorizado y a otras personas de experiencia en relación con el mal funcionamiento del congelador. Todos dijeron que era muy raro de que cualquier persona pudiera salir de tal situación completamente ilesa, física o emocionalmente, y sin efectos secundarios o posteriores.
Aunque no soy estudiante de la Ciencia Cristiana, he presenciado varias curaciones en nuestra familia, y estoy muy agradecido por el poder sanador de Dios.
