La paz mundial es un tema que nos afecta a cada uno de nosotros, en todos los rincones de la tierra. Lo que sucede en una pequeña isla del Caribe, puede ser de interés tanto para el asiático como para el norteamericano. Cuando las superpotencias mueven sus poderíos bélicos libremente alrededor del globo, cuando se venden complejas armas a países que no están preparados para salvaguardar su uso, cuando la ira nacional o tribal rebosa, el mundo se alarma.
En medio de una agresión tan abierta y de hostilidades no tan latentes en la escena internacional, el buen ciudadano se siente inclinado a envolverse mentalmente. El orgullo nacional, la justificación propia, la ira, el prejuicio racial y religioso, la rigidez mental y el odio, pueden arrastrarnos a actitudes belicosas si no son sanadas. Entonces parece natural lanzar pensamientos llenos de odio hacia un enemigo que esté a la vista, y acumular arsenales de temor e ira. ¿Qué podemos hacer usted y yo para evitar que esas fuerzas destructivas exploten?
Usted y yo podemos orar. La oración, como se comprende en la Ciencia Cristiana, incluye la afirmación de la omnipotencia y omnipresencia de Dios, el bien. Niega poder y sustancia real al mal, diablo, error, destrucción; todo lo que grita: ¡muerte! ¡pecado! ¡enfermedad!
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