Cuando uno se pone a considerar un tema como el de la verdadera grandeza, es interesante ver todas las cualidades que se pueden asociar con ella. Integridad, valor moral, perseverancia, bondad, abnegación, son algunos de los conceptos que a menudo relacionamos con aquellos distinguidos seres humanos que consideramos ilustres.
Hay cientos de personas famosas en el mundo cuyos nombres nos son familiares, pero la verdadera grandeza tiene una cualidad espiritual que la respalda, una esencia de bondad divina que viene de Dios Mismo. En efecto, cuando Dios inspira nuestros pensamientos y acciones, la dignidad y el sentido de valía innata que derivamos de El iluminan el ambiente en que vivimos con una nobleza inspiradora.
Muchas personas abrigan el anhelo innato de expresar esta nobleza en sus propias vidas. Quizás el deseo de ser de verdadero valor insinúa la existencia de la idea-Cristo en la consciencia humana, revelando la verdad que nos dice que somos mucho más de lo que parecemos ser como mortales frágiles y limitados. Nuestra verdadera identidad es el hombre espiritual, el hombre creado por Dios. El hombre de Dios es sublime, de una grandeza que trasciende cualquier descripción humana, porque Dios refleja en el hombre la majestad y gloria mismas del Ser divino. Esta realidad espiritual del hombre es la grandiosidad que nos satisfará y capacitará para ser útiles a la humanidad. Cristo Jesús ejemplificó esta verdadera grandeza en toda su plenitud.
Pero, ¿cómo demostramos o probamos que nuestras vidas individuales pueden ser verdaderamente útiles a la humanidad? La grandeza espiritual — esa viviente semejanza de Dios — no proviene de la glorificación del yo mortal, sino de la abnegación y la humildad que demuestran el gobierno de Dios sobre el hombre. La Sra. Eddy escribe en su libro The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany: “Solamente aquellos hombres y mujeres que logran subordinar completamente el yo personal, son los que alcanzan la grandeza”.Miscellany, pág. 194.
La subordinación del “yo” suena como algo bastante difícil para los seres humanos comunes y corrientes. Y sería así, si no fuera por el hecho espiritual de que el hombre ya es el reflejo del Ego divino, Dios. El hombre no tiene un ego finito y personal, no tiene un “yo” constantemente en guerra con Dios. El hombre es el testigo del Ego divino, y es desde este punto de vista divino que podemos demostrar humildad, bondad y abnegación, cualidades que son semejantes al Cristo y que representan la verdadera nobleza. Hablándoles a los primeros cristianos sobre la necesidad de detectar las falsas doctrinas de aquellos que rehusaban predicar el verdadero evangelio de Cristo, uno de los seguidores de Jesús escribió: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”. 1 Juan 4:4. El reconocer con gratitud que nuestra propia verdadera identidad es realmente “de Dios”, nos capacita para vencer los elementos carnales de orgullo, delineamientos humanos, impaciencia, mundanalidad; todo lo cual interfiere con nuestra propia felicidad y con nuestro servicio a la humanidad.
Dos de los discípulos de Cristo Jesús, Santiago y Juan, tuvieron que aprender que la grandeza proviene de Dios, no de los deseos humanos. Estos le hicieron una petición a Jesús que los demás discípulos consideraron algo impertinente. La Biblia lo hace constar así: “Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda”. ¿Buscaban la gloria que Jesús ya estaba demostrando tan cabalmente en su propia prístina vida? No sabemos realmente. Pero la narración bíblica dice que Jesús les respondió “.. . El sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado”. Marcos 10:37, 40.
La grandeza que viene de Dios no es algo que podemos encontrar en la obstinación humana. Por el contrario, está ya aguardándonos. Y la hallamos en lo que llegamos a ser a medida que buscamos a Dios. La Sra. Eddy escribe: “La vida de grandes hombres y mujeres es un milagro de paciencia y perseverancia. Cada astro en la constelación de la grandeza humana, como las estrellas, resalta en la oscuridad para brillar con la luz reflejada de Dios”.Escritos Misceláneos, pág. 340.
Los buscadores de Dios brillan en medio de la lobreguez de la vulgaridad y confusión mortales. Sus vidas hablan de valor moral, de verdadera hermandad, de amor, de paciente tolerancia ante el desprecio y la mofa, de momentos de abnegación que los han preparado para grandes obras. Estas son actitudes del pensamiento a la semejanza del Cristo, las cuales atraen a aquellos que están cansados de las pequeñeces de la mente mortal. Y estas cualidades de “paciencia y perseverancia” nos pertenecen a todos porque cada uno de nosotros es, en verdad, el hombre que Dios ha hecho.
Al atesorar estas cualidades en nuestros corazones, al buscar conscientemente cómo expresarlas, al dejar que ellas venzan la mentalidad carnal que trataría de hacerse pasar por nuestros pensamientos, estamos respondiendo al Cristo que mora en nuestra propia consciencia. Y así nuestras vidas invariablemente comienzan a brillar también con la gloria reflejada de la divinidad.
Pero entonces puede surgir la pregunta: “¿Cómo podemos continuar siendo humildes cuando se nos reconoce como testigos del Cristo, la Verdad?” La Sra. Eddy tiene una respuesta profundamente significativa, ella nos dice: “Sugiero como lema para todo Científico Cristiano — como un escudo espiritual viviente y vivificador contra los poderes de las tinieblas,—
‘Grande, no como César, manchado de sangre,
sino sólo grande según soy bueno’ ”.
Y luego continúa: “El único éxito genuino y posible para cualquier cristiano — y el único éxito que jamás he alcanzado — lo he logrado sobre esta sólida base”.Message to The Mother Church for 1902, pág. 14.
Es la bondad — la bondad espiritual — lo que hace grande a un individuo, y es este amor a la bondad lo que lo protege del orgullo, de la envidia y del oprobio. La bondad de Cristo Jesús — su humildad, sus obras sanadoras y redentoras, su profundo amor a Dios y al hombre — hicieron de él la persona más distinguida que jamás existió. Pero esta bondad hizo aún más que esto. Reveló que su verdadera naturaleza era el Cristo, el Salvador de la humanidad.
La verdadera grandeza es una cualidad del Cristo. Y en la medida en que seguimos el ejemplo de Jesús, en esa misma proporción estaremos satisfechos con lo que podemos hacer por la humanidad.
