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La oración puede ayudar a aquellos que se sienten desesperados;...

Del número de enero de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La oración puede ayudar a aquellos que se sienten desesperados; estoy completamente convencida de esto, porque me sucedió a mí.

Me encontraba en un momento en el que tenía que enfrentar decisiones críticas. Había perdido por completo mi equilibrio mental. Me había aislado de mi familia y me sentía emocionalmente confundida. Recuerdo no haber tenido más preguntas ni sentimientos. Había dejado de llorar. Los días eran túneles oscuros. No deseaba estar con nadie. No podía hablar de lo que me pasaba; parecía no haber respuestas a mis problemas.

Una compañera de la universidad conocía mi desesperación, y en una ocasión me preguntó: “¿Puedo orar por ti?” Le dije que no me iba a servir de nada, a pesar de que amaba verdaderamente la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y, poco antes, había tratado yo misma de orar sobre esta situación, aunque superficialmente. Ella era Científica Cristiana, y me preguntó: “Pero, ¿puedo orar?” Y le contesté: “Si así lo deseas”. Eso fue unos días antes de que decidiera terminar con mi vida. Me sentía sin esperanzas, y sólo sentía el impulso de escapar, lo que ni siquiera parecía ser mi propio pensamiento.

Una noche fui a un acantilado cercano. Recuerdo haberme preguntado cuando llegué allí, por qué no había nadie ahí para tratar de ayudarme. No deseaba ayuda alguna, pero de todos modos, ¿había alguien? Pensé en mi amiga y me pregunté si habría orado, y cómo lo habría hecho. La oración que yo mejor conocía era el Padre Nuestro, pero no deseaba pensar en eso. No quería que la oración me ahuyentara de la solución que tenía en mente.

Sin embargo, una frase me seguía viniendo al pensamiento: “Venga Tu reino”. Realmente, no tenía ningún sentido para mí. Tampoco lo tenía la frase que le seguía [de la interpretación espiritual que Mary Baker Eddy da del Padre Nuestro en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 16]: “Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente”. Pero estas palabras me rodeaban. Me pregunté: “¿Qué es este reino que ha venido? ¿Cómo es que Dios está ‘siempre presente’?”

Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente”. La presencia infinita, pensé. ¿Está el ‘Tú’ despierto y Le importo yo? Ese pensamiento me volvía repetidamente. Sentí que no podía terminar con todo a menos que ese pensamiento se fuera. Porque tal vez “Tú” — Dios — no me habías abandonado

Entonces algo me quitó del borde de esa desesperación. La luz se movía a través de la oscuridad. Había algo más allá de mi desesperación, y no me podía separar de esta luz y esperanza. Me sentía como el alba. Mi Padre estaba allí para guiarme al hogar, y supe que podía confiar en El.

Tiempo después, le relaté a mi amiga los detalles de aquella larga noche. Ella me dijo que había orado bastante. Ella no estaba dispuesta a ceder a mi desesperación y mi soledad, y no creía que Dios y el hombre pudieran estar separados. Ella oró reconociendo la verdadera identidad del hombre, la que no puede extraviarse emocionalmente en un callejón sin salida ni en una crisis sin solución.

Años después — cuando me había convertido en una mejor estudiante de la Ciencia Cristiana — busqué lo que la Sra. Eddy dice sobre el suicidio. En su respuesta a la pregunta: “Si esta vida es un sueño que no se desvanece, sino que sólo cambia, con la muerte — si uno se cansa de vivir, ¿por qué no suicidarse?”, ella dice (Escritos Misceláneos, págs. 52–53): “Los mortales tienen que resolver progresivamente la totalidad del ser y alcanzar el nivel espiritual de éste. Tienen que resolver el problema de este sueño o falsa pretensión de sensación y vida en la materia, y elevarse hasta alcanzar las realidades espirituales de la existencia, antes de que esta falsa pretensión pueda disiparse totalmente. Suicidarse para evadir el problema no es solucionarlo. El error que atribuye vida e inteligencia a la materia desaparece únicamente a medida que dominamos el error con la Verdad”.

Lo que aprendí de esto, y también de aquella noche, ha permanecido conmigo a través de otros tiempos difíciles: la consciencia que Dios tiene del hombre nunca falla. El se ocupa del bienestar de Sus amados hijos constantemente y sin reservas. Nada puede minar la identidad; nunca puede ser puesta en peligro, atrapada por el tiempo ni ser víctima por medio de la sugestión. El amor de Dios es el reino donde el hombre vive y ama; de manera que nunca podemos alejarnos ni ser movidos fuera del gobierno del Amor divino.

También aprendí que hay soluciones espirituales en la vida para cualquier clase de problemas. En verdad, así fue para mí; no he vuelto a tener ese terrible impulso de dejar de vivir, y, con el tiempo, mi familia y yo nos reconciliamos. No tengo ninguna duda de que la oración siempre puede darnos la paz que nos lleva al hogar.

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