Generalmente celebramos para señalar algo excepcionalmente bueno que ha ocurrido. Podemos considerar la oración como una celebración sosegada e íntima, que señala el aparecimiento de la Verdad en la consciencia humana.
A veces consideramos la oración como un “trabajo”. Mas la oración jamás debe ser una labor pesada, porque la oración no es un esfuerzo meramente personal para obtener el favor de Dios o para negociar con Dios. Tampoco oramos realmente cuando creemos que Dios está muy lejos y trabajamos para ponernos en comunicación con El, esperando que esté de buen humor y conceda nuestro pedido. La oración es mucho más que la repetición de frases, palabras o versículos familiares de la Biblia. Tampoco es la oración razonar acerca de un Dios perfecto y Su creación perfecta y espiritual de una manera meramente intelectual. La oración ni siquiera es una lucha mental para forzar nuestra consciencia a aceptar algún hecho espiritual de la existencia.
La oración es una sincera celebración, es regocijarse, alabar, exaltar y adorar a la Verdad, con gozo y respeto íntimos. La oración verdadera es inseparable de la práctica visible de lo que comprendemos acerca de Dios y el hombre.
Cristo Jesús reveló que un aspecto esencial de la oración es gozo o agradecimiento, cuando dio gracias a Dios antes de alimentar a la multitud (Mateo 15:36) y antes de resucitar a Lázaro de entre los muertos (Juan 11:41). Cuando oramos, también celebramos la bondad y el amor de Dios con agradecimiento, alabanza y gozo.
Por supuesto, la oración no sólo consiste en celebración y regocijo. Además, tal vez sea necesario en nuestras oraciones, señalar y negar tales tendencias mortales como el temor, la obstinación, el dolor o la duda. Pero cualesquiera que sean las verdades que nos vengan al pensamiento procedentes de la Mente divina, podemos comprenderlas y amarlas con una actitud de celebración y regocijo.
Podemos, por ejemplo, agradecer a Dios por alguna verdad que sabemos que es verdadera; podemos agradecer a Dios que el mal, la enfermedad y el dolor no son verdaderos. O, haciendo eco de las palabras de Jesús cuando resucitó a Lázaro, podemos agradecer a Dios que El siempre oye las oraciones de Sus hijos.
En su ministerio sanador, Jesús mostró que los problemas que encaran los seres humanos, sugieren falsos conceptos acerca de la verdad del ser. Cuando Jesús sanó a un hombre, lo amonestó: “No peques más, para que no te venga alguna cosa peor”. Juan 5:14. A otro, a cuya hija resucitó Jesús de entre los muertos, dijo: “No temas; cree solamente”. Lucas 8:50.
La Ciencia Cristiana, la cual explica el carácter científico de las enseñanzas y obra de Jesús, demuestra que es la naturaleza de la Mente divina, Dios, revelar la verdad. Las verdades científicas que vienen de la Mente divina describen a Dios, la Vida, y el ser como verdaderamente son. Revelan al hombre como realmente es en su identidad presente, correcta y espiritual. Esas verdades que la Mente divina imparte son exactas, específicas y precisas. Esas comunicaciones que nos vienen de la Mente divina continúan sin cesar. Las curaciones ocurren cuando creencias mortales, específicas y falsas son reemplazadas por ideas espirituales y precisas de la verdad. A medida que aceptamos esas verdades y nos regocijamos en ellas, elevan, renuevan y espiritualizan a la consciencia humana. El pensamiento y acción espiritulizados, invariablemente resultan en curación, en un cambio en las condiciones humanas. La Sra. Eddy lo describe así: “Un cambio en la creencia humana cambia todos los síntomas físicos y decide en el caso para bien o para mal”.Ciencia y Salud, pág. 194.
Las verdades específicas que vienen de la Mente divina actúan como leyes. Esas verdades sanadoras o leyes, no pueden ser revertidas por las opiniones del mundo o creencias acerca de prácticas materiales de curación. Porque vienen de Dios, las leyes sanadoras tienen autoridad divina. Son irreprensibles, innegables, irrefutables e indiscutibles.
Puede demostrarse que la Verdad y su eficacia sanadora en los asuntos humanos individuales no puede ser retardada, desechada, anulada o invalidada. La Biblia nos asegura la eficacia de la oración verdadera, o palabra de Dios: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Hebr. 4:12.
En cierta ocasión, me apareció un tumor en el cuerpo. Al recurrir a la Mente divina para escuchar sosegadamente lo que se me iba a revelar, pensé en un versículo específico de la Biblia. Acepté ese versículo de corazón. Celebré el acontecimiento especial en ese versículo de la Biblia que me venía tan clara y vigorosamente al pensamiento. Me regocijé en él. Lo amé. Silenciosamente expresé gratitud por él. Reconocí su poder y autoridad absoluta. Agradecí a Dios por comunicármelo. Agradecí a Dios por la validez que tenía como ley y verdad. Agradecí a Dios que, como Su imagen y semejanza perfecta y espiritual, el hombre, ya comprendía yo esta verdad. Medité sobre el versículo, y me sentí tranquilo. Escuché para estar aún más consciente de sus plenas inferencias y aplicaciones en mi vida.
Verdaderamente viví ese versículo y a medida que viví con él durante varios días, lo hice mi amigo y compañero, pensaba en él mientras conducía mi automóvil y mientras hacía diligencias o tratos comerciales. Por supuesto, pudo haber sido uno de los muchos versículos inspiradores de la Biblia. Lo importante es que este procedimiento puso mi pensamiento en armonía con Dios, la fuente de la verdad, en el versículo que tenía tanto significado para mí en ese preciso momento.
Sentí inspiración venida de Dios y me opuse a que mi pensamiento se mantuviera en la evidencia material o pensara en el cuadro material que presentaba el problema. Sentí amor y respeto hacia Dios por dirigirme de esta manera. El tumor desapareció.
Lo que más aprecio de esa experiencia, es el ejemplo práctico que nos da la oración eficaz, de celebrar o de regocijarse con la verdad que la Mente divina siempre está impartiendo a toda la humanidad.
La Biblia abunda en admoniciones para regocijarse. Esto es esencial en la oración. La celebración de la inspiración espiritual que viene al pensamiento, incluye el reconocimiento de su realidad y autoridad; también dejar que completamente llene, eleve y espiritualice el pensamiento; y vivir de tal manera que expresemos profunda gratitud por ella. Esta oración jamás es, ni por un momento, tediosa o redundante. Es alabar a Dios, el Amor divino, gozosamente por todas las verdades que El está impartiendo de manera tan libre y natural sin interrupción. La oración es un medio para regocijarse y estar alegre con las ideas que el Amor divino imparte. La oración ofrece inspiración e iluminación. Es eficaz.
¡Feliz celebración!
