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Una celebración que sana

Del número de enero de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Generalmente celebramos para señalar algo excepcionalmente bueno que ha ocurrido. Podemos considerar la oración como una celebración sosegada e íntima, que señala el aparecimiento de la Verdad en la consciencia humana.

A veces consideramos la oración como un “trabajo”. Mas la oración jamás debe ser una labor pesada, porque la oración no es un esfuerzo meramente personal para obtener el favor de Dios o para negociar con Dios. Tampoco oramos realmente cuando creemos que Dios está muy lejos y trabajamos para ponernos en comunicación con El, esperando que esté de buen humor y conceda nuestro pedido. La oración es mucho más que la repetición de frases, palabras o versículos familiares de la Biblia. Tampoco es la oración razonar acerca de un Dios perfecto y Su creación perfecta y espiritual de una manera meramente intelectual. La oración ni siquiera es una lucha mental para forzar nuestra consciencia a aceptar algún hecho espiritual de la existencia.

La oración es una sincera celebración, es regocijarse, alabar, exaltar y adorar a la Verdad, con gozo y respeto íntimos. La oración verdadera es inseparable de la práctica visible de lo que comprendemos acerca de Dios y el hombre.

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