Antaño, los hombres trataron de enterrar al Cristo
en una cueva oscura,
y pusieron en su entrada una gran piedra,
para así sellar su tumba.
El temor, el odio, los celos, la falta de entendimiento,
condenaron y crucificaron;
pero el Cristo viviente aún hoy
da testimonio de la Verdad, que nunca murió.
¿Intentamos hoy día enterrar al Cristo?
El pensamiento verdadero y lleno de amor, ¿lo empujamos
al fondo de la cueva oscura de nuestra mente?
¿Creemos que estamos sin ayuda, sin esperanzas, atrapados
en una red de frustración,
y que nuestros esfuerzos no lograrán solución?
¿Ponemos ante nosotros una dura y egoísta piedra
y fingimos no oír
el llamado del Cristo viviente que dice:
“Mira hacia arriba, no hacia abajo. Debes sentir amor y no temor”?
Mas, en obediencia, cuando se expanda el pensamiento
y se abra al día verdadero,
la luz del Amor siempre presente,
removerá la piedra.
Entonces percibiremos
que ya no estamos atados
en mortajas de desesperación,
sino unidos al Señor resucitado.
Pues, en verdad, el “Yo” jamás estuvo allí.
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