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Cómo eliminar el imperialismo en nuestras propias puertas

Del número de marzo de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco antes del comienzo del siglo veinte, en un discurso dirigido a los Científicos Cristianos, la Sra. Eddy les prevenía del serio peligro del imperialismo. Ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany 129:3–5. Por supuesto, ella se refería a un imperialismo de proporciones nacionales. Sin embargo, al pensar sobre el asunto en relación con nuestra época, me he preguntado si no podría considerarse bajo otro aspecto, uno que nos toque más de cerca y no de la manera en que, por lo general, se considera el imperialismo.

Algunos observadores, por ejemplo, han notado que, en muchos aspectos, la sociedad actual parece cada vez más egoísta. El preocuparse exclusivamente por los intereses personales parece ser un modo de actuar aceptado en la vida diaria. Y muchos caen en esta forma limitada de pensamiento. Suponen que, para nuestra supervivencia, es necesario usar toda oportunidad que esté a nuestro alcance para aprovecharnos de los demás, en el trabajo, en el comercio, en nuestro trato diario con los demás, y también de manera muy sutil, en nuestra propia vida familiar. ¿Acaso no podría considerarse esta tendencia como una forma de “imperialismo” personal?

Por lo general, el imperialismo se ve como el intento de una nación soberana de extender su autoridad sobre otra, ya sea por la adquisición de territorio o por obtener dominio político o control económico. Cuando un individuo usa su influencia, su poder personal o sus recursos para dominar a otro, de hecho, está practicando una forma de imperialismo que, a la larga, puede ser tan peligrosa para los derechos humanos y el progreso, como la política de una nación que intenta establecer hegemonía egoísta sobre otra.

En ambos casos — tanto en el nivel nacional como en la experiencia individual — las raíces del error que dan lugar al imperialismo incluyen el egoísmo, el temor a perder los bienes, y un sentido de limitación. Estas no tienen un lugar legítimo en la manera de pensar del cristiano o en su ética para vivir. La Ciencia Cristiana pone énfasis en la necesidad de eliminar estos errores, refrenando cualquier clase de imperialismo que uno haya estado practicando en su propia vida.

La respuesta científica y cristiana es tener un entendimiento espiritual y obedecer constantemente los dos grandes mandamientos que Jesús especificó. El dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primer mandamiento y el más grande. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37–39.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy reitera estos mandamientos como “las exigencias de la Ciencia del Alma”. Ella escribe: “La primera exigencia de esta Ciencia es: ‘No tendrás dioses ajenos delante de mí’. Ese es Espíritu. Por lo tanto, el mandato significa esto: No tendrás ninguna inteligencia, ninguna vida, ninguna sustancia, ninguna verdad, ningún amor, que no sea espiritual. La segunda es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Debiera entenderse a fondo que todos los hombres tienen una sola Mente, un solo Dios y Padre, una sola Vida, Verdad y Amor. El género humano se perfeccionará en la medida en que se evidencie ese hecho, cesarán las guerras y se establecerá la verdadera hermandad del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 467.

La Ciencia Cristiana enseña que Dios es el Espíritu infinito y que, por tanto, toda sustancia es espiritual; revela que el bien no es una posesión material personal, sino que es solamente de Dios. El hombre, que es la imagen y semejanza de Dios, es nuestro ser verdadero; y el hombre refleja el bien en abundancia, sin limitación de ninguna clase. Si el bien es eterno, invariable e ilimitado, y está siempre disponible al hombre — a todos y cada uno de nosotros — en la expresión de cualidades espirituales, entonces, la presencia del bien para bendecir a cada uno individualmente se puede probar ahora por medio de la oración y el crecimiento espiritual. La ley del bien infinito y universal demuestra plenamente que el egoísmo, el temor a perder lo bueno, y cualquier sentido que limite el bien no tiene fundamento, no tiene un propósito válido en la economía de los esfuerzos humanos o logros divinos.

De igual manera, la enseñanza de la Ciencia Cristiana acerca de que el único Dios es la única Mente infinita, afirma que, en realidad, no hay un número de mentes separadas que representan naciones enteras o individuos que están en competencia entre sí por una limitada provisión de bienes. La Mente divina es la única consciencia del hombre; es la fuente de toda inteligencia y sustancia.

Debido a que el Cristo nos guía para que comprendamos y aceptemos el hecho de que Dios es la única Mente, somos verdaderamente capaces de demostrar la exigencia de amar a nuestro prójimo sin reservas. Y en vez de imponer nuestra voluntad humana a otros para lograr ventajas personales, bondadosamente haremos por ellos lo que quisiéramos que ellos hicieran por nosotros, con un espíritu de verdadera hermandad. Jesús nos da el ejemplo: “Y a cualquiera que te obligue a llevar una carga por una milla, vé con él dos”. Mateo 5:41.

Compartamos con los demás lo que hemos percibido de la bondad ilimitada de Dios y conozcamos el gozo del Amor espiritual. El mantener las normas imperialistas lejos de nuestras puertas — de nuestras vidas — ciertamente ayudará a contrarrestar los peligros de un imperialismo de mayores proporciones. En vez de apoyar el engrandecimiento propio o las ventajas personales, seremos Cristianos científicos defensores de los derechos otorgados por Dios y de la libertad para todos. Tal defensa, basada en la espiritualidad, es una contribución valiosa a la curación de las naciones, así como al progreso individual y espiritual.

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